Miguel, Coco y Julio: Tres muertes irreparables

Hace 50 años, sobre la árida tierra de la quebrada del Batán, cayeron Manuel Hernández Osorio, Mario Gutiérrez Ardaya y Coco Peredo.

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Los guerrilleros Manuel Hernández Osorio, Mario Gutiérrez Ardaya y Coco Peredo.
Los guerrilleros Manuel Hernández Osorio, Mario Gutiérrez Ardaya y Coco Peredo. (Foto: Tomada de Internet).
Osmaira González Consuegra
Osmaira González Consuegra
@oglezc
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26 Septiembre 2017

El 26 de septiembre de 1967, hace 50 años, la guerrilla del Che en Bolivia sufrió la pérdida de tres de sus mejores hombres. Aunque para el jefe de la tropa todos los guerrilleros eran valerosos. Cada vez que uno morí­a él daba una valoración en su diario que evidencia cuán valientes eran.

El cubano Manuel Hernández Osorio y los bolivianos Roberto Peredo Leigue y Mario Gutiérrez Ardaya murieron en el cumplimiento del deber.

Miguel, un pilar de permanente seguridad en la tropa

Jaranero por excelencia. Nació en la finca El Diamante, del barrio Santa Rita, en Jiguaní­, el 17 de marzo de 1931. Dejó una huella imborrable en quienes tuvieron el honor de conocerlo, por su perenne alegrí­a y firmeza al encarar la vida.

Eran tantas sus «maldades » que en 1965, cuando se le pidió autoevaluarse, señaló: «Entiendo que tengo un carácter un poco jaranero, pero creo que todo lo hago sin ninguna mala fe con mis compañeros ».

Así­ fue hasta su heroica muerte, el guajiro de nariz aguileña, alto de estatura, más bien delgado, pero de inmensa fuerza y resistencia fí­sica adquiridas desde muy pequeño mientras laboraba la tierra junto a Manuel, el padre, un isleño de Tenerife radicado en las serraní­as del oriente cubano, y Juana, la madre entrañable, una mulata que legara a sus ocho hijos la alegrí­a de vivir, no obstante las privaciones o los momentos difí­ciles a enfrentar.

A los 18 años Manuel sale por primera vez de la finca que habí­a sido su pequeño mundo. En su afán de conocer, llega hasta el antiguo central San Germán donde trabaja en el corte de caña y aunque nunca habí­a realizado esta labor, pronto figura entre los mejores macheteros. Aquí­ hace cuatro zafras, regresando a El Diamante durante el tiempo muerto.

Todo fibra y nervios, el segundo hijo del matrimonio Hernández Osorio, trabaja bajo el sol, la lluvia y el sereno. Posee una salud increí­ble, su fortaleza es motivo de comentarios entre los cortadores de la colonia Andreta y lo será también en las minas de Charco Redondo, donde labora después como carretillero y ante el asombro de sus compañeros acarrea el mineral durante dos turnos seguidos por los profundos y peligrosos túneles.

Por esta época inicia Manuel sus relaciones con Elvira Victoria, una muchacha de la zona, quien será su novia durante siete años, pues no obstante sus jaranas, le gusta pensar bien las cosas y quiere labrar una vida mejor para su futura familia.

Con 23 años ha palpado la explotación y la injusticia a que es sometido tanto el pequeño campesino, como el obrero agrí­cola o el minero. Comprende la necesidad de luchar por cambiar la situación, agravada por los abusos de la dictadura, y se suma al Movimiento 26 de Julio en Charco Redondo, donde acopia dinamita que guarda en casa de la novia para emplearla en sabotajes.

En mayo de 1957, después de celebrar en grande el cumpleaños de él y del padre, el joven olvidó las bromas, se hizo una fotografí­a y al entregársela le dijo muy serio que no querí­a morir por gusto sino por algo grande como hizo Maceo. Le pidió esperarlo hasta su regreso y ese mismo dí­a partió con 17 compañeros hacia la Sierra Maestra.

No tení­an guí­a ni enlace para llegar hasta el jefe de la Revolución, pero Manuel estaba decidido a encontrarlo y cuando sus acompañantes cansados y hambrientos desisten, él continúa por la serraní­a hasta topar con un campesino que le cambia un fusil por las botas que calza. Dí­as después da con el grupo comandado por Lalo Sardiñas, quienes le hacen creer que son soldados de la tiraní­a. El Isleño, sin inmutarse, contesta: «Mala suerte. Yo vine a buscar a Fidel Castro ».

La ecuanimidad y el valor demostrado por el joven da confianza a los rebeldes. El 2 de julio de 1957, tras 19 jornadas de incansable marcha, Manuel se convierte en soldado de las nacientes fuerzas revolucionarias.

Pino del Agua, Gaviro, Manzanillo, San Ramón, Arroyón, Las Mercedes y Vegas de Jibacoa son escenarios de combates donde El Isleño prueba su bravura, lo cual le hace merecedor del ascenso a teniente, en agosto de 1958, y ser elegido por el Che para acompañarlo durante la invasión, en la columna 8 «Ciro Redondo ».

En los llanos de Camagí¼ey alcanza los grados de capitán y el comandante argentino, que ya va haciéndose leyenda, lo nombra jefe de la punta de vanguardia, responsabilidad que volverá a otorgarle nueve años después en la selva boliviana.

Durante la toma de Fomento es herido por la metralla de una bomba lanzada por la aviación y debe guardar cama, pero al triunfo revolucionario va a cumplir su compromiso con Elvira. Cuando se conoce la noticia que Nené, como le decí­an en la casa, está en Santa Rita, todo el barrio se reúne para dar la bienvenida al rebelde de larga melena, que aún cojea por las esquirlas de metralla que nunca quiso operarse.

Se casan el 6 de noviembre de 1959, pues ahora sí­ tiene una patria libre que ofrecer a Monolito, Jorge y Maritza, los hijos que vendrán y como el padre, serán bromistas y firmes revolucionarios.

Comprensiva, Elvira lo respalda en las responsabilidades que Manuel enfrenta como jefe de un batallón de rebeldes, en la Cabaña, Sancti Spí­ritus y luego en la construcción de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos.

Después vendrá una etapa de superación que dará inicio en febrero de 1962 y culminará en el año 1966, al graduarse de la Escuela Básica Superior de Guerra con los grados de primer capitán.

Pero su mayor ascenso es ser elegido por el Che entre los cubanos que lucharán junto a él por la definitiva independencia de América. Durante varios meses Elvira no sabe dónde se encuentra; una sola vez la llama por teléfono. Al atardecer del 20 de octubre de 1965 llega a la casa. Ella lo conoce y no pregunta nada pero él dice que partirá a cortar caña.

El padre será operado al otro dí­a en el Hospital Oncológico y van a verlo. La madre nota algo distinto en el abrazo del hijo y comenta con Elvira que se le hizo un nudo en la garganta al verlo. Igual sentirá la esposa cuando el 23 de octubre Manuel pasa el dí­a arreglando la cocinita de luz brillante, para que no pase trabajo en su ausencia. Antes de marcharse besa muy fuerte a cada uno de los muchachos y los mira con inmensa ternura. «Cuando regrese le dice, cogeré vacaciones y te llevaré a pasear ».

El 27 de noviembre, el comandante Guevara anota en su diario la llegada del recio combatiente: «Viró el Coco y trajo a Ricardo con Braulio y Miguel y otro boliviano, Inti, también a quedarse. Ahora somos 12 alzados ».

A partir de ese momento el Che anotará el nombre de Miguel en más de cien oportunidades. Raro es el dí­a en que el jefe guerrillero no lo cite. Es el explorador por excelencia a la hora de buscar agua o un lugar seguro donde acampar. Como un mambí­ de este siglo su fuerte brazo empuña el machete, chapea kilómetros de la espinosa y enmarañada vegetación para abrir paso a los combatientes.

Sobre esta labor el Guerrillero Heroico, poco dado al elogio, indica el 13 de marzo: «Desde las 6:30 hasta las 12 estuvimos montados en farallas infernales, siguiendo el camino hecho por Miguel en un trabajo ciclópeo ». Ese dí­a quedaba una sola comida y avanzaban bajo un aguacero moderado.

En las siguientes jornadas la falta de alimento causa hinchazón en los pies de varios combatientes, entre ellos Miguel, pero nada detiene al recio guerrillero que continuará como puntal a la hora de hacer una emboscada, entablar combate o romper monte por lo que el Che lo llama, junto a Leonardo Tamayo, «mis obras públicas ».

El 26 de septiembre el grupo guerrillero llega al Abra del Picacho, caserí­o de unos 114 habitantes, situado a 2280 metros, el punto más alto alcanzado hasta ese momento. Ahora marchan por un terreno diferente donde los campesinos viven más cerca unos de otros y la escasa vegetación hace que utilicen los accidentes del terreno para no ser vistos.

A la una de la tarde, sale al frente de la Vanguardia hacia Jagí¼ey, camino de La Higuera. Media hora después se escuchan los disparos que anuncian la caí­da del grupo en una emboscada.

Sobre la árida tierra de la quebrada del Batán, a un kilómetro de La Higuera caen Miguel, Mario Gutiérrez Ardaya y Coco Peredo. Horas después de conocer la dolorosa noticia, el Guerrillero Heroico realiza la evaluación póstuma del combatiente:

«Muere en la sorpresa de La Higuera. Fue un gran combatiente y un espí­ritu ejemplar. Una gran pérdida ».

Roberto Peredo Leigue, Coco, una garantí­a en todo sentido

Nacido el 23 de mayo de 1938 en Cochabamba, capital del departamento de igual nombre, Coco, como lo llamaban sus amigos, fue a vivir desde muy pequeño con sus padres y cuatro hermanos a la ciudad de Trinidad, situada en el departamento de El Beni. En esa región selvática, hacia la cual corren indetenibles los caudalosos rí­os de Brasil y en la que viven criollos e indios guaraní­es, pasó la niñez el muchacho de inmensos ojos negros, cuya mirada escrutadora fijó para siempre la triste realidad de su pueblo.

Roberto Peredo Leigue, combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
(Foto: Tomada de Internet)

Las experiencias contadas por el padre, periodista de amplia cultura, influyen también en las ideas que van cobrando fuerza en Coco e Inti, el hermano que le antecede en edad y a quien lo unen lazos de afecto y comunidad ideológica que ni la muerte romperí­a. Casi un adolescente, el cuarto de los cinco hermanos Peredo se convierte en un activo dirigente estudiantil, quien muy pronto ab raza las ideas marxistas y participa en la fundación del Partido Comunista boliviano en El Beni.

En el año 1953 la familia decide trasladarse a La Paz, donde Coco e Inti redoblan las tareas dirigidas a crear la organización juvenil marxista. A solo un año de su llegada a la capital más alta del mundo (3636 metros sobre el nivel del mar) ambos hermanos, junto a Rodolfo Saldaña, son encarcelados por repartir el periódico del Partido, entonces en la clandestinidad.

Coco tiene apenas 16 años, pero con la entereza de un adulto aguanta los rigores de la prisión y no admite dejar a sus compañeros cuando intentan ponerlo en libertad atendiendo a su corta edad. Igual comportamiento asumirá en 1956, al ser detenido en Cochabamba, acusado de transportar un arma en su maleta de viaje.

El joven de estatura mediana, cuya delgadez y dulzura hací­an parecer endeble, curte su cuerpo y carácter mientras labora en las minas de oro de Tipuani, transporta ganado por las corrientes fluviales del paí­s y hasta caza caimanes en el rí­o Mamoré. Ha desafiado la selva y compartido la tristeza del indio relegado a distantes parajes, donde se enseñorean pobreza e ignorancia.

Una nueva etapa se abre para Coco con el triunfo revolucionario en Cuba. Los rebeldes de la pequeña isla del Caribe probaron que el sueño es realizable, si se empuñan las armas.

Trabaja en una librerí­a y más tarde es chofer de alquiler, pero su mayor energí­a la dedica a la labor partidista. En su célula milita una maestra, Mireya Echazú, una linda muchacha paceña que toca el piano, el acordeón y canta.

Comparten inquietudes y gustos, forman un dúo al que luego se suman los hermanos de ambos, Inti y Jorge Echazú. Llaman Estrella Roja al cuarteto y actúan en la radioemisora San Pedro, perteneciente a un gremio obrero.

El 6 de noviembre de 1961 contraen matrimonio. Al recordar el amor fulminante que los unió, Mireya cuenta: «Coco era muy cariñoso con todos. Lo admiraba por su dulzura y nobleza; todos lo querí­an. Le decí­amos Coquito y mi madre lo adoraba.

Es que era muy especial, un ser excepcional », explica mientras se esfuerza por disimular la emoción que los 30 años transcurridos no han podido borrar.

«Traí­a compañeros a comer al apartamentito que habitábamos y les daba hasta la poca ropa que tení­a. No éramos ricos, viví­amos de mi sueldo de maestra y lo que él ganaba con el automóvil, pero siempre habí­a un lugarcito para atender a los camaradas. No habí­a estudiado música, pero tocaba muy bien la guitarra y el acordeón ».

Pronto nacen los hijos: Roberto, Katya y Yuri; su propio hogar sirve de imprenta clandestina para editar la prensa del Partido o como centro de reunión de los revolucionarios latinoamericanos.

Con total entrega y desinterés colabora en la creación del Ejército de Liberación Nacional de Perú, dirigido por Héctor Béjar, en Puerto Maldonado, y en la integración del Ejército Guerrillero del Pueblo, en Salta, Argentina, encabezado por Jorge Ricardo Massetti.

Adora a su familia, pero el deber es lo primero para él y en contadas ocasiones puede compartir con los suyos una fiesta de cumpleaños o las celebraciones tradicionales.

El golpe de estado urdido por el general René Barrientos en 1964 y las masacres efectuadas contra el pueblo boliviano durante su primer año de mandato, disminuyen la capacidad de respuesta de las fuerzas revolucionarias. Ante esa situación los hermanos Peredo redoblan su actividad movilizativa, para hacer comprender la necesidad de la lucha armada.

Inti logra que la dirección del Partido apruebe la creación de una comisión militar que él encabezará y tendrá en Coco un efectivo colaborador para seleccionar los cuadros que recibirán instrucción militar. Viaja a Cuba y Europa para contactar con estudiantes a quienes trasmite sus ideas.

Cuando en mayo de 1966 José Marí­a Martí­nez Tamayo le pide su colaboración para iniciar los preparativos del foco guerrillero en Bolivia, Coco siente una inmensa alegrí­a.

Mireya lo ve feliz en el incansable ir y venir por el paí­s en su misión de proveer los medios necesarios para la lucha y comprar las fincas que servirán en un futuro como campamento.

«No aclaraba nada, hasta que un dí­a dijo que viajarí­a a Cuba y Checoslovaquia. Entonces sospeché, porque ya habí­a estado en la guerrilla de Massetti junto a Ricardo y otros cubanos, pero creí­a que nuevamente serí­a fuera de Bolivia », explica Mireya.

La última vez que la esposa lo ve, Coco habí­a ido a La Paz con el propósito de hacer contacto con la vacilante dirección del Partido Comunista; encuentro frustrado con dilaciones y falsas promesas, a las cuales el joven de 27 años responde con su actitud decidida de integrar definitivamente las fuerzas insurgentes bajo el mando del comandante Ernesto Guevara.

De inmediato el Che lo nombra comisario polí­tico y es asignado al grupo de la Vanguardia.

Su carácter afable, valentí­a, sentido de responsabilidad, disposición para el sacrificio y alto nivel polí­tico llaman la atención del jefe guerrillero, quien al resumir el mes de agosto anota en su diario: «Hay que considerar que despuntan cada vez más firmemente como cuadros revolucionarios y militares Inti y Coco »

Establece una hermosa hermandad con los combatientes cubanos, peruanos, argentinos y bolivianos, quienes reconocen sus dotes de lí­der. Junto a Inti, es el encargado de establecer contacto con los pobladores que encuentran a su paso.

El 21 septiembre la columna guerrillera logra desprenderse de la persecución de la Tropa del teniente Eduardo Galindo, marcha por un terreno raso, cruza alturas de 2040 metros y llega a una zona más habitada. En Alto Seco, un pobladito de unas 50 casas, Coco e Inti hablan con los campesinos que muestran una mezcla de miedo y curiosidad. Aquí­ comen, abastecen sus mochilas y reponen fuerzas.

Al amanecer del 26 de septiembre arriban al Abra del Picacho, donde los vecinos celebran una fiesta. Siguen sin demasiados temores, pero al llegar a La Higuera tienen evidencia de que se conoce la ruta que llevan y deciden tomar el camino a Pecará.

Cuenta el hoy general Harry Villegas que el Che le da instrucciones a Miguel de avanzar con mucho cuidado. «Se debí­a mantener no menos de 10 metros entre cada elemento de la columna y mediarí­an 30 minutos entre pelotones, con lo que se garantizaba que al comenzar el centro la marcha, la vanguardia ya hubiera ocupado el firme de la loma ».

A la media hora de partir la Vanguardia se escuchan disparos concentrados. Coco, Miguel y Julio, que ya coronaban el firme de la quebrada del Batán, caen de lleno en la emboscada. Miguel muere al instante, Coco y Julio, aunque heridos, pueden moverse. Julio trata de llegar hasta una cerca de piedras, pero nuevos disparos acaban su vida.

Coco cae rematado por dos proyectiles que frustran el auxilio dado por sus compañeros, mientras el Che, Pacho, y Urbano contienen el avance del ejército para que el resto de la tropa organice la defensa.

El 27 de septiembre, el jefe guerrillero escribe la última evaluación de Coco: «Muere en la sorpresa de La Higuera. Junto con Inti los mejores proyectos bolivianos. Era una garantí­a en todo sentido, arrojado en el combate y de una alta moral. La pérdida más grave luego de la de Rolando ».

Mario Gutiérrez Ardaya, Julio, un futuro gran cuadro

«Ya está por acá el médico que entrenó en Manila se llama Julio y luce bien, según dicen ». Así­ queda reflejada en el diario de Octavio de la Concepción de la Pedraja la llegada de Mario Gutiérrez Ardaya al campamento í‘acahuasú.

Mario Gutiérrez ardaya, integrante de la guerrilla del Che en Bolivia,
(Foto: Tomada de Internet)

El galeno boliviano, recién graduado en Cuba, se habí­a incorporado a la guerrilla el 10 de marzo de 1967, mientras el comandante Ernesto Guevara y la mayorí­a de los combatientes se encontraban de exploración.

Al dejar constancia del primer combate sostenido por la guerrilla el Moro anota el 23 de marzo: «(…) una tropa de 25 hombres penetró en nuestro territorio y cayó en una emboscada (...) Curé los heridos con los otros médicos. Julio se quedó todo el dí­a con ellos ».

Estas escuetas lí­neas escritas a escasos dí­as de la incorporación de Julio al grupo insurgente, anuncian la destacada actitud que mantendrá el joven revolucionario nacido el 22 de mayo de 1939, en el pueblo de Sachojere, situado a unos 20 kilómetros de la ciudad de Trinidad, en el departamento de El Beni.

En esa localidad, de la zona amazónica boliviana, transcurrió la niñez de Miguel en el seno de una familia numerosa, con recursos económicos limitados, que pudo brindarle al muchacho estudios en la escuela primaria Juan Francisco Velaos, la secundaria 6 de Agostó e ingresar en la Universidad, donde pronto se convirtió en dirigente estudiantil y representó a sus compañeros en un seminario internacional celebrado en Brasil.

La necesidad de ayudar a la educación de sus hermanos y una temprana unión de la que nace una niña que quedarí­a al cuidado de la hermana, le obligan a dejar momentáneamente los estudios, pero el triunfo de la Revolución cubana cambia radicalmente la vida de Mario, quien cursaba en sus horas libres la carrera de Derecho, trabajaba en la Caja Nacional de Seguridad y dirigí­a el sindicato del ramo en su natal Trinidad.

Recuerda Elí­as Gutiérrez el empeño del hijo por viajar hasta la lejana Isla (lo cual logra en julio de 1962), el entusiasmo que irradiaba en cada carta donde relataba sus progresos en los estudios de Medicina, emprendidos para ser más útil a su pueblo, y cuando contaba acerca del trabajo voluntario y de la sociedad con iguales posibilidades para todos, que comenzaba a construirse.

Compartir con los cubanos los dí­as gloriosos de la Crisis de Octubre fue para Mario una gran experiencia. Por aquella época escribí­a al padre: «Aquí­ todos están en pie de lucha en pie de defensa, todo el pueblo está preparado para recibir a los invasores (...) Pertenezco a una unidad antiaérea y soy comisario polí­tico e instructor revolucionario de mi compañí­a.

«He pedido que me movilicen a las trincheras, pero hasta ahora no dan paso a ello (...) es un verdadero orgullo y honor el que sentimos al pertenecer a las Milicias Nacionales Revolucionarias. Ahora me siento un verdadero hombre. Un hombre dispuesto a dar su vida si es necesario por este ejemplar pueblo, y al defender al pueblo cubano, defiendo también a Bolivia y Latinoamérica (...) »

Esperanza Butron, estudiante boliviana de Medicina, con quien Mario contrajo matrimonio en La Habana y tuvo sus dos hijos más pequeños, cuenta que desde el primer año de la carrera Mario se convirtió en un activo dirigente de la Juventud Comunista entre los becarios que viví­an en la barriada de Nuevo Vedado. Allí­ se destaca, además, por su participación en las tareas de los CDR y en cuanta labor social habí­a que realizar.

De su actitud profesional en Cuba queda, como hermoso testimonio, la carta fechada en Cumanayagua el 6 de septiembre de 1965, enviada por la paciente Carmen Castrasana Alonso, en la cual agradece a Mario sus atenciones y corrobora lo certero de su diagnóstico, respaldado por otro médico del hospital de Cienfuegos.

La idea de emprender la lucha armada en su paí­s comienza a crecer en él. En 1965 entra en contacto con los hermanos Peredo, Rodolfo Saldaña y Simeón Reyes, hasta que decide prepararse militarmente para volver a Bolivia.

Cuando Esperanza le hablaba de lo difí­cil de ese empeño por el temor del pueblo, miles de veces engañado, sumido en el atraso y la explotación, Mario respondí­a que algún dí­a habí­a que empezar. «Nos tocó a nosotros decí­a, será poco a poco, costará mucho, pero algún dí­a vamos a triunfar ».

A inicios de febrero de 1967 partió de Cuba junto a otros dos compañeros. Al llegar a Bolivia viajó a Trinidad, donde fue recibido con gran entusiasmo por familiares y amigos ávidos por conocer acerca de la Revolución cubana. El 17 de febrero deja la casa paterna con el pretexto de continuar estudios de especialización en la Unión Soviética.

No confí­a a la familia su verdadero propósito, ya que podrí­a comprometer su misión y a su hermano Elí­as, oficial del ejército boliviano, quien al enterarse por la prensa de la participación de Mario en la guerrilla sufrirí­a la gran contradicción de encontrarse en bandos antagónicos.

Durante los casi siete meses que median desde su incorporación al grupo de la Vanguardia hasta su caí­da, el 26 de septiembre de 1967, en la emboscada de la quebrada de Batán, cerca de La Higuera, Mario Gutiérrez Ardaya dará múltiples muestras de heroí­smo, solidaridad humana y entrega a la causa.

De su actitud humanitaria al curar a los soldados heridos durante los combates sostenidos por la guerrilla dará cuenta el supuesto periodista inglés Andrew Roth, en realidad agente de la CIA, quien escribiera en un artí­culo bajo el tí­tulo «Yo estuve en la guerrilla », publicado en la revista Clarí­n Internacional que era un excelente médico de El Beni que habí­a hecho operaciones insuperables a los prisioneros heridos.

El 26 de mayo el comandante Guevara realiza la primera evaluación del revolucionario que acaba de cumplir 28 años:

«Muy bueno. Aunque le falta una verdadera prueba de fuego, su espí­ritu es muy elevado y es otro de los hombres ejemplos de la guerrilla ».

En más de 30 oportunidades el Che anota en su diario la designación de Julio para una misión de exploración, la compra de mercancí­as, la realización de una emboscada o la disposición del joven guerrillero para buscar medicinas y alimentos.

A la una de la tarde del 26 de septiembre de 1967, Julio sale del poblado de La Higuera formando parte de la Vanguardia, con el propósito de llegar al caserí­o de Jagí¼ey. Media hora después se escuchan disparos desde todo el firme, los cuales anuncian la caí­da del grupo en una emboscada donde mueren Miguel, Coco y Julio.

Ese dí­a el Che resume en breves lí­neas la actuación del joven inteligente y alegre, que decidió entregar la vida por cambiar el futuro de su pueblo: «Muere en la sorpresa de La Higuera. Era médico recién graduado, brilló como combatiente ejemplar, sobre todo por su calor humano y su entusiasmo contagioso. Otra gran pérdida de un futuro gran cuadro revolucionario ».  

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