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07 Marzo 2015

Aquella mañana de junio Bárbara Sánchez me esperaba, bañada y olorosa a jazmí­n en su casa de la calle Claribel entre Franco y Subirana.

Hasta la anciana de 85 años [1] me llevó mi amigo Miguel Martí­n Farto, compañero de andanzas literarias, por entonces estudiante de Medicina. «Abibe tiene muchas reservas con la prensa, pero si te la ganas, es toda tuya », me advirtió por teléfono dí­as antes.

Bárbara Sánchez.Bárbara Sánchez (Abibe) cuidó de Alejandro Garcí­a Caturla desde niño, en su natal San Juan de los Remedios. (Foto: Archivo de la autora)

Por suerte no tuve mayores percances. Solo una pregunta, formulada a destiempo, pudo haber arruinado el curso de la entrevista:

Bárbara, después que mataron a Caturla, ¿quien volvió a tocar su piano?

Cuando mataron a Alejandrito se acabó la casa de los Caturla. Allí­ nunca más sonrió nadie ni se volvió a escuchar el piano ».

Lo dijo de un tirón, mirándome fija y retadoramente, sacándole voz a los años. Y como si pasara un ángel, imperaron segundos de silencio. Después, sin que mediaran preguntas, arrancó a hablar.

Dejo pues a Bárbara dueña absoluta de la historia y del espacio.

¡Canta, Abibe, canta!

«Casi al año exacto de casados, doña Diana dio a luz a Alejandrito [2], que fue el primero de cuatro hermanos. Yo tení­a 16 años y me habí­a acostumbrado mucho a la señorita de la casa, por eso cuando mi señora se casó me dije: "Voy a extrañar a la señorita porque ahora se va a vivir sola. Tengo que hacer algo". Y con mucho respeto, por todo el cariño y distingo que le tení­a, se lo pedí­. Entonces me respondió: "Está bien, es buena idea, pero antes hay que contar con papá, si está de acuerdo, te vas con nosotros". Por eso es que vi crecer a Alejandrito.

«A él lo amamantaron Teotista, Andrea y Lucí­a, tres negras de la antigua dotación, pero no esclavas, porque hací­a más de veinte años que se les habí­a dado la libertad y ya se les pagaba un salario [3].

Yo nací­ en la casona que era de sus abuelos y luego de sus padres, en la calle General Carrillo [4]. Se puede decir muy bien que vivió allí­, porque fue en ese lugar donde pasó los mejores ratos de su infancia y adolescencia, incluso, allí­ sentó su despacho de abogado.

El niño Alejandro Garcí­a Caturla.Para Abibe siempre fue Alejandrito, como en su niñez. «Lo vi muy bonito, casi recién nacido, con su pelo muy negro. Le poní­an unos mamelucos preciosos, de género muy fino, todo de blanco, con cintas y encajes. Yo me bañaba hasta dos veces en el dí­a para estar siempre limpia cuando lo cargaba.

«Mientras lo dormí­a le cantaba rondas y nanas muy lindas, y ya de dos años más o menos, cuando por alguna razón me callaba, él me decí­a: "Canta, Abibe, canta". Entonces continuaba con sonsonetes o alguna canción de cuna africana hasta que se quedaba rendido.

«Todos lo mimaban. De niño no le faltó nada. Le daban unas cajitas llenas de monedas de oro para que se entretuviera. Él las sacaba y las regaba por el piso, las poní­a en fila o en pila según el tamaño, se acostaba en el suelo y, desde esa posición, las contemplaba alelado... ¡No! No le daba manotazos ni nada de eso. Yo creo que él imaginaba cosas, ¡vaya usted a saber qué cosas! »

Se pasaba la vida cantando

«Casi toda la familia por parte de doña Diana tocaba el piano, y, chiquitico, de tres o cuatro años más o menos, se sentaba a tocarlo, digo, a sonarlo, porque sus deditos iban de un lado a otro de las teclas, sin notas pensadas. Yo le decí­a que se bajara, que lo iba a desafinar, pero no me hací­a caso porque la familia se lo consentí­a todo. Después sí­, una maestra de aquí­ de Remedios, le dio clases de música. [5]

«También le gustaba hacerse pasar por director de teatro. Se reuní­a con sus primos y amiguitos del barrio e improvisaban actuaciones. Poní­an una sábana como telón de fondo, el repetí­a lo que debí­an decir, tocaba algo al piano y los demás cantaban y bailaban.

Alejandro Garcí­a Caturla tocando violí­n.Alejandro también tocaba el violí­n. (Fotos: Tomadas de Internet)

«Ese muchachito era tremendo, se pasaba la vida cantando, yo creí­a que en vez de músico iba a ser cantante o actor de teatro, y ya ve usted, fue hasta juez. ¡Y qué clase de juez! Ya crecidito me decí­a: "Tú verás, Abibe, deja que yo sea grande, todo el mundo va a hablar de mí­". í“igame, y así­ mismito fue.

«Alejandrito casi siempre jugaba en la casa, pero a veces lo dejaban ir a un solar cerquita donde se juntaba con un montón de negritos. Debe haber sido por allí­ donde lo interesaron en los bembés y cabildos de nación. Yo creo que por ahí­ le entró el gusto por lo africano, a tal punto que tuvo 11 hijos en dos matrimonios con negras. Fundó dos familias [6], como se decí­a entonces, de color. Pero para que usted vea, fue un padre muy preocupado, joven, pero muy preocupado.

«También fue muy buen hijo. La madre se desviví­a por él, y él también la adoraba. Doña Diana era muy aconsejadora cuando él salí­a del pueblo: "Alejandrito, no vayas a sacar la mano cuando vas por la carretera; no te acuestes tarde, no dejes de comer ni te agotes tanto trabajando". Cosas de madre, porque Alejandrito era lo más responsable que usted pueda encontrar.

«Él me decí­a: "Abibe, es que mamá se cree que yo soy un niño". Y para mí­ nunca dejó de serlo. Si me lo hubiera permitido yo hubiera sido hasta su guardaespaldas, que por cierto, nunca quiso tener.

«Se llevaba muy bien con sus hermanos. Él llegaba a la casa y se sentaba al piano y a veces su hermana Laudelina cogí­a la guitarra y se poní­an a tocar los dos. ¡No, mi hija, qué me voy a acordar de la melodí­a! Eran muchas, a veces hasta inventadas en el momento. Alejandrito tocaba también la viola, el violí­n y creo que el clarinete y otros más de viento.

Hasta su casa iba la gente a pedir justicia

«Como abogado era muy bueno y, como juez, muy recto. Bueno, de esta parte no le puedo contar muchas cuestiones porque no hablábamos de esos asuntos. Tal vez Catana [7] pueda contarle más en particular. Lo que sí­ sé es que Alejandrito nunca dejó de escuchar a nadie que fuera a verlo. Hasta su casa iba la gente a pedir justicia, y él los escuchaba muy atento, sin reproches, sin un gesto de desagrado.

Foto de Alejandro Garcí­a Caturla dedicada a sus padres.A sus padres dedicó esta foto, en la que puede leerse la firma de Alex.  «Todo el pueblo lo querí­a, digo, toda la gente buena de este pueblo. Porque Alejandrito también tení­a enemigos. Sí­, politiqueros unos y delincuentes otros. Los primeros querí­an administrarlo cuando él hací­a justicia. El no diferenciaba a los acusados ricos de aquellos que nada poseí­an. Multaba o metí­a preso a todo el que no cumpliera con las leyes.

«Una vez hizo dormir en la misma celda a un comerciante que tení­a mucho dinero aquí­. Los familiares del rico querí­an llevarle una cama con colchón para que durmiera, y Alejandrito dijo que no, que ahí­ todos tení­an que dormir igual. Eso lo recuerdo porque levantó mucha polvareda y lo incomodó tanto que lo hizo soltar hasta una palabrota, no tan fuerte como las que grita cualquiera ahora, pero sí­ un " ¡Caramba! ¿Qué se ha creí­do? ¿Que el dinero diferencia los huesos de los ricos y los huesos de los pobres?". Tení­a fama de hombre incorruptible, y así­ fue hasta su muerte.

«Otra vez, en un pleito grande, Alejandrito ya tení­a todas las pruebas para condenar a un asesino, pero con muchas influencias polí­ticas. Bueno, por todas partes que pasaba Alejandrito buscando pruebas y más pruebas, lo que encontraba era chanchullos, mentiras y amenazas. Un dí­a llegó a la casa y me dijo: "Abibe, lo peor es que yo sé lo que hay y me quieren hacer el bobo". Esa fue una de las pocas veces que lo vi triste y muy serio.

Era lo que se dice un hombre metódico

«Sí­, sí­, era muy pulcro en el vestir, siempre de traje y sombrero, se veí­a muy buen mozo. Los zapatos siempre le brillaban cuando salí­a de casa, pero muchas veces regresaban empolvados o enfangados cuando hací­a las gestiones a pie.

«Tení­a todo muy ordenado y no gustaba que nadie le tocara sus libros y mucho menos sus papeles. Aunque tení­a quien le hiciera las gestiones, por ejemplo ir al correo, él personalmente buscaba la correspondencia. Decí­a que para dar un paseí­to y estirar las piernas.

«Era lo que se dice un hombre metódico. Se levantaba muy temprano y trabajaba hasta eso de las doce del dí­a. Regresaba a la casa, se aseaba, almorzaba, reposaba, merendaba algún jugo, jugaba un tiempo con sus hijos, y luego se iba a casa de sus padres que era donde tení­a el piano, y entonces se poní­a a tocar. Por la noche se poní­a a estudiar algún caso o una partitura. A las once más o menos ya iba y se acostaba.

Alejandro Garcí­a Caturla a finales de los años 20.Alejandro Garcí­a Caturla a finales de la década de los años 20. (Foto: Tomada de Internet)

«La muerte de Alejandrito fue un golpe muy grande. Habí­a que ver el entierro, una verdadera manifestación, y aunque la comparación no es la mejor, tan grande como en las fiestas de los Siete Juanes.

«Detrás de su muerte habí­a muchos. Una vez dos de mis hijas llegaron a un central, creo que Adela, y en una tribuna improvisada habí­a encaramado uno de aquellos politiqueros de la época. Cuando se bajó alguien se le acercó que mis hijas lo escucharon muy bien y le dijo que a Caturla lo habí­an matado. ¿Y sabes lo que respondió?: "No ahora, a ese lo debí­an haber matado diez años atrás". ¡Qué hombre tan desvergonzado!

«Un dí­a que regresaba de Placetas, Alejandrito me dijo que Catana lo habí­a advertido que no cogiera siempre por el mismo lugar, porque ya una vez, en Palma Soriano, le habí­a hecho un atentado. No lo mataron por puro milagro.

«Los enemigos le salí­an por todas partes, por Ranchuelo, por Buenavista, por Remedios mismo. Yo creo que él sabí­a que lo iban a matar porque preparó el testamento para que sus hijos no se quedaran sin nada. Yo no sé cómo se enteró doña Diana, pero un dí­a, de mandada que era cuando se trataba de Alejandrito, se fue hasta la mismita mansión de de la familia de Gómez Gómez en Santa Clara, para pedirle que a su hijo no podí­a pasarle nada.

«Pero Alejandrito era algo así­ como maniático, rebelde, jorocú. Por aquí­, decí­a, y por aquí­ cogí­a. No por terquedad en cuestiones de justicia. En lo demás, no tení­a prejuicios, viví­a su vida: él era muy él mismo. "Yo no tengo que huir ni esconderme de nadie, Abibe, yo no soy un bandido, soy un hombre leal a la ley". Así­ me contestaba siempre que yo también le tiraba de los pelos por lo despreocupado que andaba de pueblo en pueblo.

Querí­a un piano con su dinero

En el museo están el traje que traí­a puesto el dí­a que lo mataron [8]; el sombrero, todo aplastado, y los espejuelos con los cristales rajados. «No, mi hija, ¡qué va!, ¿yo al museo? En realidad no me gusta ir, si algún dí­a no me queda más remedio, tal vez...

«Tampoco me gustan las conversaciones. Uno dice cosas y después ponen otra, por eso nunca doy entrevistas. A usted, porque viene recomendada por su amigo, que me conoce y sabe como soy.

«Usted pregunta mucho y a veces me dice palabras muy delicadas de responder, cosas que no fueron como la gente dice, la gente inventa mucho.

« ¿Qué de qué me lamento? ¡Vaya, caray: de nada! Porque ni de negra ni de vieja, que negra y vieja voy a ser por mucho rato. Siempre ando así­, con calma, sin molestarme, limpia por fuera y por dentro porque de nada tengo que arrepentirme.

« ¿Con respecto a Alejandrito? Haber, déjeme hacer más memoria que la que he hecho hasta ahora... Quizás de que no hubiera podido comprar un piano con su dinero, para tenerlo en casa, con sus hijos. Me hago la idea que en uno de sus viajes a la capital tení­a visto uno. Pero ya ve, lo mataron, lo mataron antes de cumplirse el sueño. Hay sueños que no se dan, y cosas que una jamás sueña y ocurren. Así­ es la vida. [9]

Notas:

[1] Bárbara Sánchez nació el 4 de diciembre de 1890. Murió en su Remedios natal, el 31 de abril de 1991, a poco de cumplir los 100 años.

[2] Alejandro Evelio Garcí­a Caturla nació el 7 de marzo de 1906, en Remedios, entonces provincia Las Villas.

[3] La Ley del 12 de febrero de 1880 de abolición de la esclavitud, no convirtió automáticamente a los esclavos en hombres libres. En virtud de la formulación legislativa, el antiguo amo abonarí­a al esclavo «liberto » solamente una parte del salario que por su trabajo debiera recibir, si fuera libre, pasando la otra parte a manos del amo en calidad de indemnización, por la pérdida que representaba liberar al esclavo.

[4] Hoy Camilo Cienfuegos No. 51.

[5] Se refiere a la profesora Marí­a Montalbán.

[6] Caturla tuvo dos uniones consensuales al mismo tiempo: Catalina y Manuela, negras y hermanas.

[7] Bárbara se refiere a Catalina Rodrí­guez (Catana) con quien tuvo tres hijos.

[8] Alejandro Garcí­a Caturla falleció el 12 de noviembre de 1940, al ser baleado por un matón que lo habí­a amenazado para que no lo acusara en un juicio, a lo que el juez y músico respondió que cumplirí­a con la justicia.

[9] Parte de este testimonio aparece en el reportaje «Alejandro Garcí­a Caturla: Resplandor contra todas las sombras » publicado por la autora en el periódico Vanguardia del 15 de junio de 1975.

Fotos de Internet y archivo de la autora

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