Laura Rodrí­guez Fuentes
Laura Rodrí­guez Fuentes
1992
20 Enero 2016

Esta tarde, los palcos de la peña La Caldera, esta vez realizada en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, no alcanzaron para tanto público. La razón de tanta concurrencia fue la presencia de Miguel Barnet Lanza, invitado del encuentro y que se encontraba en Santa Clara para recibir el tí­tulo en Doctor Honoris Causa de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas.

El poeta, escritor, novelista y etnólogo comenzó el diálogo con detalles interesantes de sus orí­genes, su adolescencia y posterior formación intelectual.

miguel barnetLa década de los sesenta y las Palabras a los intelectuales fueron aspectos debatidos durante el diálogo con el presidente de la Uneac, en la peña La Caldera. (Foto: Sadiel Mederos Bermúdez)
«Nací­ en el Vedado, en una familia de clase media. Mi padre trabajaba en una empresa norteamericana y tení­a un buen salario. Habí­an, incluso, dos carros, siempre el carro del año. Mi madre tení­a un cheverolet que nunca usó porque le gustaba estar en casa esperando la llegada de mi padre. Era la tí­pica mujer amorosa dedicada a su esposo. Para nosotros la vida era cómoda. No puedo decir que mi familia pasó hambre ni mucho menos. Sin embargo, el barrio donde yo viví­a estaba lleno de batistianos y judí­os.

«Frente a mi edificio estaba el Solar Miami, donde viví­an negros, mulatos, chinos…cualquiera menos la familia burguesa. Desde la ventana de mi casa yo veí­a la entrada y salida de toda aquella maravillosa, abigarrada, acrisolada y heterogénea especie humana que era tan distinta a mi familia. Por supuesto, mi familia no sabí­a nada de la curiosidad que tení­a sobre aquel mundo. Allí­ se daban toques de santos, de palo de monte… todas esas cosas. 

Siendo aún joven, Barnet ingresa a una de las escuelas protestante aunque él agrega haber sido «protestón » y no religioso. «Jamás fui religioso. Mucha gente piensa que tengo hecho el santo y que tengo los collares, que tengo la mano de Orula y todas esas cosas, pero lo que sí­ tengo es 226 santos en la casa porque lo que me gusta son los í­conos ».

El autor de Biografí­a de un cimarrón (1966) y Canción de Rachel acotó que en su casa no se acostumbraba a leer clásicos de la literatura, ni siquiera revistas de alto contenido cientí­fico.

«Se leí­a Vanidades, el Reader Digest y unas novelitas de Corí­n Tellado que le gustaban a mi tí­a solterona. Yo no tení­a para donde virarme. Afortunadamente tuve un amigo que me invitó al Liceo y habí­a una buena biblioteca allí­. Como estudiaba en una escuela americana me puse a leer en inglés y en español todo lo que encontraba. Cuando cayó en mis manos Charles Dickens, Mark Twain y Edgar Allan Poe, mi vida cambió completamente.  Me di cuenta de que habí­a otra dimensión, que habí­a otro registro ».

Miguel Barnet, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, refirió, además que su conciencia antibatistiana fue creándose cuando asesinaron a sus amigos. «Me entró una rabia muy grande », dijo. «El triunfo de la Revolución Cubana fue un alivio porque dejaron de matar a mis compañeros, entre ellos a Oscar de Varona. Se habí­a acabado la tiraní­a siniestra. Era muy joven. Tení­a apenas 18 años. Yo, por supuesto, no sabí­a nada de lo que era socialismo, no tení­a aún una conciencia polí­tica. Sí­ sabí­a que aquello fue una liberación. Mi padre siempre fue muy izquierdista. Sus hermanos se habí­an ido y él se habí­a quedado en Cuba ».

El también ganador del Premio Nacional de Literatura en 1994 recordó como lo catalogaron como el más joven que asistió a las Palabras a los intelectuales, de Fidel Castro. Conversó, a propósito, sobre la década de los sesenta, del texto Biografí­a de un cimarrón y a los aspectos positivos y negativos en el decursar de la polí­tica cultural de la Revolución Cubana.

«Allí­ habí­a, dirí­a yo, iconoclastas, transgresores, católicos, protestantes, gente de extrema derecha, de toda la prensa, intelectuales que yo no conocí­a que eran mayores que Fidel. Fidel era un niño, tendrí­a 34 años cuando eso. Era un joven que le estaba hablando a Jorge Mañach, a Lisandro Otero, a Roberto Agramonte, a Graciela Pogolotti, a Alejo Carpentier… Esas palabras a los intelectuales fueron una iluminación. Primero, porque era el proyecto que le daba continuidad a La Historia me Absolverá  y era el trazado de la polí­tica cultural que se iba a instalar en el paí­s. Ahí­ el dijo la frase que fue muy mal interpretada luego.

«Las cosas hay que verlas dentro de su contexto histórico. Interpretar qué era eso en aquel momento, qué significaba. Él habló de libertad de formas, de libertad de expresión. Los que viví­an en el capitalismo se asustaron porque pensaron que vení­a para acá la represión o el Stalinismo. Afortunadamente no pasó. Aquello fue una gran lección para mí­ y me estimuló mucho, no solo por sus fundamentos teóricos sino por el discurso. Fue un discurso diferente, abierto, coloquial y franco ante la prensa, diferente a las deliberaciones que se hací­an por la radio ».   

Durante el encuentro se dialogó también sobre los retos culturales de hoy ante la penetración foránea y el destino de la cultura en Cuba. A La Caldera asistieron, además, Luis Morlote, vicepresidente primero de la Uneac y diferentes personalidades invitadas de la cultura villaclareña.  

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