El primer Martí me llegó de niña, ¡muy niña!, junto con una caja de 24 colores: «Para Mercy, duran toda una vida, cuídalos ». Así decía la tarjeta que con exquisita grafía colocó dentro de un sobre adjunto mi tía Olga, por entonces maestra rural en Sagua la Chica. Leí machaconamente, como leen los niños cuando están aprendiendo.
José Martí, Héroe Nacional de Cuba.
Una segunda recomendación tan dulce como autoritaria me llegaría de inmediato en su propia voz: «Aquí tienes una hoja de papel, dibújame al Apóstol de la independencia de Cuba ». «Pero ¿ahora mismo, tía? », le pregunté con el tono más fastidioso que recuerdo. «Sí, ahora mismo; ven, vamos a sentarnos a la mesa ».
Sentí deseos de devolverle aquel precioso estuche que me hubiera gustado estrenar tirada en el piso, coloreando cuando tuviera deseos, pintando lo que me viniera en ganas. Pero fui. Y salió él, despro porcionado y bigotudo, en medio de un jardín con flores.
Mi segundo Martí vino en un libro: La Edad de Oro, regalo también de otra tía, Mary, dependienta en una tienda de ropa, el día de mi quinto cumpleaños, y con una sola condición: «Es para ti, para tu prima y tu hermano ». De modo que el ejemplar permaneció siempre al alcance de ellos, y además, de los amiguitos del barrio que por las tardes venían a jugar a la escuelita, en la cual invariablemente yo hacía de maestra.
Mi tercer Martí fue rojo y dorado, impreso en un diploma. Me lo gané cursando el sexto grado, cuando en el primer semestre de clases salí vanguardia del grupo de la señorita Georgina Irastorza.
El cuarto lo compré en una quincalla: un cuadrito de pequeño formato, por solo 50 centavos. Los había de Maceo, Céspedes, Agramonte, Gómez, La Caridad, San Lázaro, Santa Bárbara, Mickey Mouse, Pato Donald, Lazie, Rin Tin Tin, pero el dinero solo alcanzaba para uno.
Sin embargo, el que más recuerdo me lo dejó Martica Ubals, mi compañera de secundaria, cuando se fue de Cuba y nos despedimos en la plaza del mercado, que en menos de un año sería Coppelia. Lo colgué en mi cuarto y allí estuvo hasta que una foto de Camilo ocupó su lugar debajo del cristal. Mi madre decía que ya había muchos Martí en la casa, y mi padre, que hacían falta más Martí en la calle.
El sexto lo compré en la recién estrenada librería Pepe Medina. Ya estudiaba en el preuniversitario Osvaldo Herrera, y muy pocos entendían mis desafueros por The Beatles, que para la «gran cátedra » no era más que una banda diversionista, y nada tenía que ver con el idioma que el profesor Mauro de la Torre me repasaba en «secreto » con ejemplos extraídos de Mister Postman, Yellow River, Sgt. Pepper's o Lady Madonna.
Ese, mi Martí más lindo, el de Jorge Arche, paisaje rural de fondo, vestía de guayabera, y como El Sagrado Corazón de Jesús en eso de llevar la mano al pecho, resultaba a mi ojo afinado por la pintora Aida Ida Morales en sus clases de Artes Visuales un Martí icónico, sublimado: el de «con los pobres de la tierra », el de «con todos y para el bien de todos », el que años después, en la Universidad, me revelara como un Martí seminal el doctor Ordenel Heredia.
José Martí dibujado por Antonio Guerrero, uno de los Cinco Héroes antiterroristas cubanos.
Otro Martí, de busto en bronce, estaba en casa, en posesión de mi abuelo, antes de yo nacer, calzando adeudos sobre el aparador. Un día desapareció y apareció luego en una caja, entre sus cosas de muerto. Pasó a mi padre que lo cedió por derecho justo a su hermana, la maestra, que lo llevó a su escuela en la montaña.
Martí volvió. Lo trajo chamuscado. Fue lo único que no se quemó cuando los alzados prendieron fuego al cañaveral del fondo. Lo limpié con agua, detergente y franela. Apenas le quedó la pátina del tiempo. Martí fue mío. Desde el librero vio crecer a mis niños, disfrutó mis fiestas, mis lutos, mis desvelos nocturnos apremiada por el cierre. Ese ha sido mi Martí más íntimo y valiente. Fundacional, vigila ahora la casa de mi hijo, los pasos de mi nieta.
Y tengo más Martí: Martí moneda conmemorativa por el centenario de su natalicio, y otros Martí valores numismáticos, y muchos Martí libros, obras completas, grabados y recortes de Bohemias invaluables. Y algunos que me enervan y me salvan de odios y egoísmos. Martí romántico, didáctico, político, poético. Martí sol, Martí rosa, Martí abeja, Martí ojo del canario...
¡Ah!, cuánto tiempo ha pasado. Martí dibujado, aprendido, querellado, heredado, compartido, interpretado, desde que era niña, ¡muy niña! Martí necesario, imprescindible, entrañable, enraizado, avizor, eterno. Es mi Martí. El que me va por dentro y quisiera compartir contigo.