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14 Febrero 2015

Si bien ya nadie muere de amor y en pasión se trueca con frecuencia; si bien asoma lujurioso a veces; si bien a destiempo quiere la mente empujar al cuerpo, ¡qué bueno conocer al menos que existieron amores de por vida, infinitos de rosas y de orquí­deas...

Nadie lo sabe con certeza, pero cuentan que Don Luis Estévez se dedicó a cuidar con sumo esmero el lugar donde descansaban los restos de su querida Marta, en el cementerio norte de Parí­s. Muy temprano en la mañana, sin importarle el frí­o, le llevaba flores y las arreglaba con cuidado en la jardinera de mármol.

Marta Abreu y Luis Estévez.Luis y Marta, dos almas filantrópicas que en todo tiempo rindieron «culto de devoción a la caridad y al patriotismo en obras imperecederas de piedad y progreso ». (Fotos: Tomadas del periódico Trabajadores y Ecured)

Narró por entonces algún celador que mientras las colocaba, Don Luis hablaba en voz queda, y que luego, sombrero en mano, completamente vestido de negro, acariciaba una de las aldabas de la parte derecha del sepulcro, como para despertar a su amada que dormí­a, como él mismo sentí­a deseos de dormir desde que la perdiera  el segundo dí­a del año 1909. Desde entonces solo le vení­an a la cabeza malos pensamientos.

Mucho habí­a sufrido el eminente abogado desde que declinara a la vicepresidencia de la República. Cierto que el retiro en el central San Francisco, en Cruces, habí­a mejorado su salud algo resquebrajada. Fue en ese ingenio donde, el 31 de marzo de 1905, escribió su carta de renuncia, luego de comprender que sus invocaciones patrióticas y las de su incomparable compañera, eran desatendidas por Estrada Palma, quien gobernaba con absoluto servilismo hacia los intereses norteamericanos.

Largo habí­an hablado él y Marta sobre el asunto. Y allí­, frente al sepulcro, quizás le estuviera resonando una de las conversaciones al respecto:

Marta Abreu.Doña Marta Abreu de Estévez, una mujer a quien solo se le conoció un noviazgo, traducido después, por amor, en un matrimonio pleno de quietud espiritual y de felicidad conyugal. (Foto: Tomada de Juventud Rebelde)

Amantí­sima mí­a, presiento la tormenta, están obrando en mengua del bien común y del decoro nacional, la República se tambalea.Iremos a Palacio, Luis. Las medidas de Don Tomás para garantizar la reelección presidencial son totalmente arbitrarias. Ya encontrará sustituto entre los más compenetrados con sus aspiraciones y su polí­tica.

Lo sé, pero echará la pelea contra todos aquellos que quieran oponérsele...

Su cerebro debió haber sido un torbellino cuando con pasos lentos, da un despací­simo giro y se aleja de la tumba.  Mas, a unos dos metros voltea la cabeza y ve el ramo de rosas liado por el aire, y retorna frente a la lápida para volver a componerlas. Luego, bordea el sepulcro, mira el cielo gris y queda ensimismado, puede que acosado con preguntas inútiles:

¿Por qué no primero yo? Tú, mujer tan fuerte, ¿cómo fue posible que no te recuperaras de una operación de apendicitis si lo hiciste de la muerte de nuestra pequeña hija? ¿Cansada de vivir? ¡No, si me tení­as a mí­! ¿Qué podrí­an significar 63 años, mi querida Marta? El amor no tiene edad. Yo te amo y no puedo vivir sin tus consejos, sin tu compañí­a...

De nuevo el viento desacomoda los tallos y corolas, de nuevo las dispone, de nuevo   acaricia las aldabas:

¿Qué va a ser de mí­, solo, apenado, tristí­simo? Supimos vencer las contrariedades con tu familia, hicimos un hogar, tuvimos a Pedro, luchamos por la Patria y por tu ciudad a las que entregaste casi toda tu fortuna. ¡Oh!, mujer ángel de voluntad y modelo de perfecciones, la compañera ideal del hombre ilustre, esclarecido, bueno y de pulcros sentimientos, como tú misma me calificabas...

Por fin llegaba la hora de marcharse. Pese al frí­o se quita el sombrero y, sin darle la espalda a la cripta en señal de respeto, se alejaba cabizbajo hacia la puerta principal del cementerio donde lo espera un automóvil.

Nada se sabe a ciencia cierta, pero cuenta el mismo celador que el último dí­a que lo vio «hablando con la tumba » fue a los treinta y un dí­as de «enterrada la finada ». Llegó como siempre, con la pucha hermosí­sima de rosas Iceberg. De las más caras y hermosas que se vendí­an en Francia. Pero esta vez lo vio más cabizbajo y pálido que nunca, algo desaliñada la barba.

Monumento a Marta Abreu en Santa Clara.El recuerdo de la protectora de los pobres y de la ciudad de Santa Clara fue conservado por los conciudadanos, quienes el 24 de junio de 1945, al celebrarse el centenario de Martha Abreu, le erigieron un monumento en el parque central de la ciudad.Al dí­a siguiente supo que el señor se habí­a dado un tiro. Lejos de su Patria, agravados sus males fí­sicos, inconsolable por la pérdida de su idolatrada compañera, no encontró mejor salida. De su casa en la calle Beaujon, a las 11 de la mañana del 5 de febrero, saldrí­a el féretro hacia el mismo cementerio de Montmartre, presidido por su hijo Pedro Nolasco Estévez y Abreu.

Sobre el ataúd una corona enorme, de orquí­deas, «y flores raras », comprada en una afamada floristerí­a de la Avenida Klever.

La noticia llegó a Cuba y no hubo periódico que dejara de publicarla, seguidas de sueltos, artí­culos y crónicas. «Has muerto lejos de tu hogar, viudo e inconsolable, mártir de tus más santos amores », escribirí­a su í­ntimo amigo Raimundo Cabrera en El Fí­garo del 7 de febrero de 1909.

El 20 de febrero de 1920, los restos de los eternos amantes llegaron al muelle de San Francisco, La Habana, a bordo del vapor Flandres. Unidos para siempre aquellas dos almas filantrópicas que en todo tiempo rindieron «culto de devoción a la caridad y al patriotismo en obras imperecederas de piedad y progreso ».

Solo el viento trae sus sombras. En hombros de los obreros portuarios descienden los ataúdes. Nada de bandas militares, ni armón, ni sonido de cañones. Según parece, «por instrucciones testamentarias o instrucciones o deseos dispuestos en familia, debido a la sencillez a la que siempre rindieron culto ». Los restos han de ir directamente desde el muelle al cementerio de Colón.

En lo adelante, sus huesos se amarí­an en... El contacto ya frí­o de cielo y tierra viejos /con una mansedumbre de atardecer constante./ Como en los bellí­simo versos del poema Lluvia, de Federico Garcí­a Lorca.

Fuente bibliográfica:

1 MANUEL GARCíA-GARí“FALO MESA: Marta Abreu Arencibia y el Dr. Luis Estévez y Romero. Estudio Biográfico. Imprenta y librerí­a La Moderna Poesí­a, La Habana, 1925.

2 RAFAEL MARQUINA: Alma y vida de Marta Abreu. Edición homenaje. Editorial Lex, La Habana, 1951.

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