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28 Marzo 2015

Sé que caigo en la bolsa de lugares comunes al repetir que Fidel es un lector empedernido, pero no encuentro otra expresión para referirme al hombre que desde que le conozco, le escucho y le leo, ha dado prueba irrebatible de su pasión por los libros, hábito engendrado desde su infancia y que, entre otros factores históricos y genéticos, han hecho de él un presidente culto y sabio, visto por muchos como un profeta.

Fidel Castro Ruz.(Foto: Tomada de Internet)Varias veces, dejando a un lado su tí­pica modestia para hacer gala de otra de sus cualidades, la honestidad Fidel ha revelado haber leí­do cuantos libros ha podido en su vida, y sentir dolor por no disponer de más tiempo para ello.

«Sufro cuando veo las bibliotecas, sufro cuando reviso una lista de tí­tulos de todas clases, y lamento no tener toda mi vida para leer y estudiar », confesó a Tomás Borge, en ocasión de una larga conversación sostenida durante los dí­as 18 y 20 de abril de 1992, publicada ese mismo año en forma de libro, bajo el tí­tulo Un grano de maí­z.

Muchacho de su época, primero devoró no pocas historietas o «muñequitos », como se le llamaba entonces. Luego, fue interesándose por la Historia, de modo que leyó no solo sobre los hechos acontecidos en su patria sino también aquellos de carácter universal, incluyendo las biografí­as de grandes personajes. En el bachillerato entró en contacto con la Literatura Española, fundamentalmente los clásicos.

Al comandante sandinista descubrió haber leí­do mucho no solo de historia sino también de geografí­a y literatura polí­tica. [...] «Tengo una gran colección de libros sobre Bolí­var, siento una admiración infinita por Bolí­var. Considero a Bolí­var el más grande personaje dentro de los grandes personajes de la historia [...] Ya no te digo de Martí­. Martí­ es un Bolí­var del pensamiento, y Bolí­var fue un genio de la polí­tica, un genio de la guerra, un estadista, porque tuvo las oportunidades que no tuvo Martí­ de dirigir Estados ».

Al preguntarle qué estaba leyendo últimamente, Fidel le responde:

«De todo he leí­do. Se me acaban los libros y entonces tengo que salir a buscar. Anoche estaba leyendo una novelita de ficción que se llama El Perfume, de Patrick Sí¼skind. Es un tema inusitado, muy interesante, muy ameno. [...] Voy por esa parte en que el noble francés está tratando de proteger a su hija pelirroja de los riesgos que significan las actividades que está realizando el personaje central, que es el perfumista Grenouille. [...] Lo que he aprendido sobre los perfumes en esa obra es increí­ble, se puede decir que hasta la tecnologí­a de la producción perfumes. Es muy variada la literatura. Tengo libros, algunos son más pesados, otros son menos pesados. Tengo en remojo otra que se llama La muerte es un asunto solitario, de Bradbury, también de ficción. [...] Todo depende, Tomás, del trabajo que tenga, de las actividades en que esté envuelto ».

Guerrillero del libro

Como la lectura es un hábito de los más benéficos y saludables, la pasión de Fidel por ella debe haber influenciado también en su inteligencia, memoria, creatividad, imaginación y vitalidad, que ahora, cercanos sus 89 años, desborda cualquier lí­mite y hace que muchos lo tilden de profeta cuando en realidad es un hombre dotado de infinitos conocimientos, iluminado permanentemente por un ideal, y signado por su ilimitada confianza en los seres humanos.

Miguel Barnet, el presidente de la Unión de Escritores de Cuba (UNEAC), durante la presentación de Fidel Castro. Guerrillero del Tiempo, se referirí­a con palabras más precisas a algunas de estos caracteres de un lí­der polí­tico «que al final revelan la sensibilidad cincelada por los golpes de la vida:

Gala de una memoria prodigiosa, con detalles insólitos que van desde la edad de dos años cuando aún no tení­a idea de la muerte, y habí­a presenciado el triste velorio de un tí­o hasta los hechos más recientes contados con precisión y vuelo imaginativo. [...] Fuerza de carácter, espí­ritu alerta. [...] Una lucidez deslumbrante y una proyección dirigida a la colectividad, a los cambios sociales y al futuro. Una pupila que ve al ser humano en su devenir, sin menoscabo del pasado y sus leyes; esa manera de enfocar a la sociedad desde un humanismo profundo singulariza su filosofí­a y los postulados martianos desde los cuales percibió el mundo ».

Fidel Castro leyendo en la Sierra, 1957.Fidel Castro leyendo en la Sierra. (Foto: Tomada de Internet)

 

A Fidel hay que disfrutarlo de cerquita, y no una sola vez. Amén de su personalidad abrumadora, en muchas ocasiones fascina por ese niño que todos llevamos dentro y que en él aflora, en la mirada pí­cara y la sonrisa ingenua, bajo las cuales sucumben amigos y enemigos. Como si estuviera invitándote durante el tiempo que perduran, a no creerle, o si lo prefieres, a sumarte a sus pensamientos no expresados en palabras, fundados por la enorme información que ha procesado e interpretado con sano juicio y propiedad.

En 1985, el periodista Joelmir Beting, refiere a Fidel lo agitado de su ritmo de trabajo: «Una hora y media de programa de radio todas la mañanas. Media hora de televisión por la noche. Y redacto una columna de comentarios económicos editada diariamente en 28 periódicos brasileños ». Fidel, que bien sabe no le gusta perder, le confronta:

«Todos los dí­as dedico una hora y media a la lectura de los cables internacionales, de casi todas las agencias. [...] Si leo que se ha descubierto en algún paí­s un nuevo medicamento o equipo médico innovador y de gran utilidad, mando a buscar rápido información sobre el mismo. [...] Desgraciadamente, el tiempo no alcanza para recoger y analizar todas las informaciones que a uno le interesan. [...] Querí­a actualizarme mejor para esta conversación contigo y mandé a buscar todas las noticias económicas internacionales importantes de los últimos dos meses. ¡Recibí­ cuatro volúmenes de 200 páginas cada uno! No es fácil seguir la dinámica de los acontecimientos, las aventuras del dólar y las consecuencias en la economí­a mundial de la nefasta polí­tica económica de estados Unidos ».

En la era de Internet las noticias pueden resultar infinitas, y la información, abrumadora. Pero su método interpretativo no falla. Parece no seguir la recomendación maximiliana de que «aprender a trabajar es aprender a descansar ». No le fatiga conversar, «descansa conversando. Sigue viviendo, sin prescripción facultativa, la emoción al riesgo », como bien apunta Ignacio Ramonet, para quien los libros reflejan muy bien la amplitud de los gustos de Fidel.

Fecundas lecturas

Luego del asalto al Moncada Fidel se interna en las montañas con la intención de proseguir la lucha armada, pero es sorprendido y hecho prisionero por una patrulla militar. Tras los barrotes de la cárcel provincial de Boniato pasa 75 dí­as aislado en una celda. «En aquellas duras condiciones, sin embargo, yo tení­a algunos libritos, aunque no lo permití­an », relata a Ignacio Ramonet .

El 13 Agosto de 1954, Fidel cumple 28 años en el Penal Modelo de Isla de Pinos, presidio que convirtió en una nueva trinchera, conocida como la prisión fecunda porque, según sus propias palabras, aquella etapa «terminó de forjar mi visión del mundo y completó el sentido de mi vida ».

Si las autoridades de la cárcel les aplicaban la severidad de un régimen penitenciario arbitrario y absurdo, Fidel se imponí­a por encima de este un sistema de vida y de estudio mucho más riguroso y consciente, en que la lectura también le abrirí­a el camino «para los grandes combates del mañana », según reseña Mario Mencí­a.

El destacado periodista e investigador de la última fase insurreccional cubana, integra al relato de los acontecimientos las cartas de Fidel desde el presidio, documentos de excepcional interés revolucionario humano, y «llenas de reflexiones de acento í­ntimo y elaboración literaria », como hace constar Jesús Montané Oropesa.

Libros leí­dos por Fidel Castro en el Presidio Modelo.Algunos de los libros leí­dos por Fidel Castro en el Presidio Modelo. (Foto: Tomada de Internet)

Sobre el crucial perí­odo, varios parlamentos de correspondencia no identificada por Mario Mencí­a, pero al parecer sostenida con su hermana Lidia Argota, resultan reveladores del itinerario progresivo de aquellas lecturas.

«Ví­ctor Hugo me entusiasmó lo indecible con Los Miserables; sin embargo a medida que va pasando el tiempo, me voy cansando un poco de su romanticismo excesivo, su ampulosidad y de la carga, a veces tediosa y exagerada, de erudición. » Ya habí­a leí­do varias obras de Shakespeare y de Romain Rolland.

« [...] Todo lo quiero saber, y hasta las listas bibliográficas de cada libro las repaso acariciando la esperanza de leer los libros consignados. En la calle me inquietaba porque me faltaba tiempo, y aquí­ donde el tiempo parece sobrar también me inquieto. »

A finales de febrero de 1955 yace confinado en solitario. Al mes siguiente, escribe: «Sigo sin luz, con hoy ya diecisiete dí­as. Las velas no las dejan pasar. [...] Apenas obscureció comenzó a tronar con insistencia; [...] Al poco rato se inició un furioso aguacero. El agua, arrastrada por el viento, penetraba los ventanales sin más protección que las rejas, mojándolo todo impunemente. Hice cuanto pude por proteger los libros dentro de las maletas colocándoles una frazada por arriba. [...] En un rincón, calados los huesos de humedad y frí­o esperé con infinita paciencia el fin del vendaval. »

Y el dí­a 22: «Ya tengo luz; estuve 40 dí­as sin ella y aprendí­ a conocer su valor. No olvidaré nunca, como no olvidaré la hiriente humillación de las sombras; contra ellas luché logrando arrebatarles casi doscientas horas con una lucecita de aceite pálido y tembloroso, los ojos ardientes, el corazón sangrando de indignación. De todas las barbaridades humanas, la que menos concibo es el absurdo. »

El 24 de marzo dejaba otra constancia manuscrita: «A las 7, aproximadamente, enciendo la luz. Entonces comienza el combate con los mosquitos. Si estoy escribiendo los espantos con mucho humo de tabaco. Luego se me cuelan dentro del mosquitero. [...] Pero no es solo eso, cuando voy a empezar a leer, siempre me pasa algo: se me queda el lápiz de colores, salgo, lo recojo; abro el libro y resulta que cogí­ un tomo en vez de otro: ¡a salir otra vez! Luego es el diccionario, si no los espejuelos, ¡qué lí­o! Por eso, para mayor comodidad, tengo al lado derecho de la ama un montoncito y arriba de la ama otro montón. Eso sí­, los cuido mucho. »

Asombrosa relación

En los 22 meses que duró su encierro la relación de obras y autores que venció Fidel es asombrosa. Veamos algunas: Feria de vanidades, de William Thackeray; Nido de hidalgos, Iván Turgueniev; El capital, Carlos Marx. Además, ha comenzado a estudiar a autores cubanos como Félix Varela y Luz y Caballero, que alterna con las Obras de José Martí­ de la Editorial Lex. De Honorato de Balzac, La piel de zapa; de S. Zweig, Biografí­a de Napoleón el pequeño; de J. Cronin, Las estrellas miran hacia abajo; de S. Maugham, El filo de la navaja; de Sigmund Freud, cuatro de los 18 tomos que componen las Obras Completas; y de Dostoievski, Los hermanos Karamasov, Humillados y ofendidos, Crimen y castigo, El Idiota, El sepulcro de los vivos, Las pobres gentes y el cuento Proachim.

Fidel Castro leyendo, 1959.Fidel Castro, 1959. (Foto: Tomada de Internet)El 5 de abril de 1955 reseña que tiene material abundante para el estudio de los grandes movimientos polí­ticos contemporáneos pero nada del New Deal de Roosevelt. Le interesa conocer sobre su polí­tica de elevación de precios de los productos de la tierra, fomento y conservación de la fertilidad del suelo, facilidades de crédito, liberación de deudas, ampliación de mercados interiores y exteriores en el campo agrí­cola; incremento de fuentes de trabajo, reducción de jornada, elevación de los salarios, ayuda social a los desempleados, ancianos e inválidos; reorganización de la industria, nuevos sistemas de impuestos, reglamentación de los truts, y la reforma bancaria y monetaria.

En cuatro meses junto a una Gramática Latina, un Diccionario de Modismos y la Oratoria de Demóstenes, rodean su cama de la prisión: Técnica del golpe de Estado, de Cursio Malaparte; de Ortega y Gasset: La rebelión de las masas, Psicologí­a de las multitudes, Fundamentos de la Polí­tica, El fascismo al desnudo, La época de la revolución religiosa, y La reforma y la contrarreforma; de Tomás Moro, Utopí­a; las Obras completas de Homero, Cicerón y Mirabeau, y de José Ingenieros, El hombre mediocre.

Con el paso de los dí­as aumentan las lecturas: El lirio del valle, Las cien mejores poesí­as, Siete cantos, El ruiseñor y la rosa, de Oscar Wilde; Eugenia Grandet, de Honorato de Balzac; Calle Mayor, de Sinclair Lewis; Ana Karenina, de León Tolstoi; Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde, y Juan Criollo, de Carlos Loveira. El tema histórico es constante: Martí­, Morelos, Bolí­var, Bonaparte, y los 10 voluminosos tomos de la Historia de la nación cubana.

En su vida de casi 89 años, a juzgar por la lectura de estas obras y autores, citados en centenares de conversaciones, discursos, entrevistas, declaraciones, Fidel constituye uno de los jefes de Estado más culto e instruido. De ahí­ el hombre de ideas sólidas y con una extraordinaria visión mundial: astuto, curioso, de un torrente de palabras sencillas pero impactantes; su capacidad para valorar una situación concreta y la rapidez de análisis acompañada de una información vasta y variada que le permite moverse con facilidad en cualquier medio.

Con los años su cerebro no ha perdido lucidez. Fidel Castro Ruz, vive de otra forma la vida polí­tica de su paí­s y sigue minuto a minuto el acontecer mundial. Escribe, advierte, aconseja... Y lee, lee, tal vez con zozobras, espantos y alegrí­as; ¿acostado o sentado?, ¿con el inseparable lápiz de color afilado, espejuelos, libros, cables e informes a su lado?, ¿en un tablet, en una laptop...?

Otra época, otros tí­tulos, otros autores, achaques de la edad, nuevos y más graves problemas mundiales. Pero seguro, la relectura de aquellos libros que le acompañaron en prisión y conserva en su biblioteca. Y siempre, analizar y comparar. Sin sitio para el ocio intelectual ni el abatimiento moral. Mientras viva, así­ será.

Bibliografí­a consultada:

La prisión fecunda (Mario Mencia, 1980)
En marcha con Fidel (Antonio Núñez Jiménez, 1982)
Fidel y la Religión (Frei Betto, 1985)
Un encuentro con Fidel (Gianni Miná, 1988),
Un grano de maí­z (Tomás Borge, 1992)
Todo el tiempo de los cedros (Katiuska Blanco, 2003)
Cien horas con Fidel (Ignacio Ramonet, 2006)
Viaje a los frutos (Selección de Ana Cairo, 2006).

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