6183
19 Mayo 2014

Relato de mi primer encuentro con Raúl Garcí­a Martí­, sobrino de nuestro Héroe Nacional, quien radicó en Santa Clara entre principios de 1960 y mediados de 1980 del pasado siglo.

El ya entonces octogenario ingeniero textil me refirió su versión sobre la caí­da del Maestro, el 19 de mayo de 1895, así­ como los argumentos en que basó su negación sobre la posibilidad de un acto suicida o de inmolación.

Encuentro en el hotel Modelo

Solo me urgí­a escuchar su opinión para definir una polémica en la que me habí­a metido, inspirada por las clases de Literatura Martiana que recibí­a como parte de mis estudios de Filologí­a en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas. (UCLV)

Serí­an los años 1978 o 1979. Un amigo de mi padre, el doctor Entralgo, me manifestó que él podí­a localizar al ingeniero Garcí­a en el hotel Modelo, de Santa Clara, que «era gente amistosa », y que «si además le decí­a quien me mandaba, no se negarí­a a recibirme. »

Efectivamente, un mediodí­a, en la habitación 85, compartí­ varias horas con Raúl Garcí­a Martí­, uno de los 18 sobrinos del Apóstol, hijo de Rita Amelia (la mejor de sus siete hermanas), y el único de los 28 familiares directos que quedaba vivo en Cuba.

Le expliqué que por aquellos dí­as me hallaba enfrascada en una ponencia sobre las circunstancias que rodearon la caí­da de su tí­o en Dos Rí­os, y que él, mejor que nadie, podí­a saber cuál de las versiones se ajustaba más a la realidad de acuerdo con el carácter y la personalidad del héroe.

Sus ojos saltones, salidos de las órbitas, sobredimensionaron la fealdad de un rostro pletórico de arrugas. Sin mediar palabras se levanto cuan alto era y, colocándome su larga y delicada mano sobre la cabeza, me respondió con otra interrogante: « ¿No has leí­do lo que escribí­ al respecto, verdad? »

Tuve que confesarle que no, aunque sí­ lo conocí­a como autor de una biografí­a familiar, muy llevada y traí­da en la época en que vio la luz.

«Aquí­ no tengo ninguno, pero dí­gale al doctor Entralgo que le facilite uno, yo le entregué dos ejemplares que me quedaban », añadió. (Nunca me lo prestó, era un «bibliófilo », tacaño y egoí­sta.)

Pensé que habí­a metido el delicado y no me seguirí­a contando. Mas se sentó al borde de la cama, prendió un tabaco y, luego de sucesivas chupadas y exhalaciones, comenzó a hablar:

«Mire, yo me adhiero a lo que contó Máximo Gómez en su diario. Él estuvo a su lado hasta poco antes de su caí­da. Quienes fundan una teorí­a suicida solo piensan en vituperarlo. Copado por fuerzas muy superiores, prefirió morir, sí­, y no por la espalda, sino como en sus Versos sencillos, de cara al sol ».

Muy injurioso tildarlo de capitán Araña

Fue como si la conversación hubiera terminado, porque se levantó y encaminó sus pasos hacia la puerta entreabierta... ¡Qué bueno!, la cerró y volvió a la posición anterior. Respiré profundo y, sin darle tiempo a su elocuente verbo, le transmití­ algunas consideraciones que quizás partí­an --le aclaré-- de la respuesta que Martí­ diera a la carta abierta de Enrique Collazo, misiva que le llega como una daga en su exilio neoyorquino, cuando ya habí­a logrado unificar los distintos clubes y estaba a punto de fundar el Partido Revolucionario Cubano.

Retrato de José Martí­.José Martí­, Héroe Nacional de Cuba. «Mire, jovencita, Collazo, quien termina embarcándose con mi tí­o hacia Quisqueya, fue muy injurioso al tildarlo de capitán Araña, y decirle que al volver a encenderse la guerra, continuarí­a predicando la acción, pero sin ir al combate. Como era de esperar, la reacción de Martí­ no podí­a ser tibia, sino ardiente, elevada y aleccionadora.

Y citó de memoria y textualmente la respuesta: «Creo, señor Collazo, que he dado a mi tierra, desde que conocí­ la dulzura de su amor, cuanto hombre puede dar. Creo que he puesto a sus pies muchas veces fortuna y honores. Creo que ya no me falta, el valor necesario para morir en su defensa ».

-- ¿Coincide usted conmigo en que dicho mensaje pudo motivar cierta fantasí­a sobre el arrojo de su tí­o?

--Tal vez, pero le repito que no hay buenas intenciones en ese tipo de hipótesis que en la década del 50 ayudó a afianzar una pelí­cula muy mediocre, mexicano-cubana, del Indio Fernández, titulada La rosa blanca.

-- ¿Recuerda alguna escena, Raúl?

--Existe una escena donde se aborda la reacción de Martí­ ante la carta de Collazo, casi junto a otra de la partida hacia los campos de Cuba en armas. Se ve la estela del barco y, a continuación, mi tí­o, enfermo y atribulado, dictando la respuesta. En los espectadores quedaba la impresión de que aquel viaje era impulsado por aquella cita pública de Collazo. Pero analice usted: Entre ambos hechos, en realidad, ¡hay nada menos que tres años, fundamentales y decisivos!

--Raúl, el doctor Entralgo me mostró una foto del cadáver de su tí­o en el momento en que se procede a una nueva exhumación, el 26 de mayo de 1895. Fue publicada en una revista Bohemia de 1959, acompañando un artí­culo en el cual su autor afirma que Martí­ quedó herido y no muerto al instante...

-- ¡Eso es mentira!, dí­gale a Entralgo que me mande esa Bohemia.

--Espere, déjeme terminar. También en esa misma publicación, en un número de 1953, aparece un encendido comentario acerca de cómo fue recolectado el dinero para construir el monumento que preside la actual Plaza de la Revolución en Ciudad Habana...

--Es posible de suponer que mi tí­o cayera gravemente herido. Y lo pienso por la nota que dejó al Jefe de la Fuerza que lo conducí­a, en la tienda de doña Modesta. Por allí­ pasaron, en su rápida retirada, con la valiosa presa.

--Sí­, traigo anotado el texto. Le leo: «Martí­, herido, lo cuidaré y se lo devolveré ».

--Así­ mismo es. Pero dado el fanatismo reinante entre la tropa española, al conocerse de quién se trataba, quizás rematasen su vida con el tiro de gracia, que pudiera ser el que presentaba su cadáver en la cara.

--Eso se lo dejo a los investigadores, no quisiera especular. Deme sus puntos de vistas.

--Lo demás es bien conocido: arrastraron su cuerpo por el fango y lo enterraron inhumanamente, sin lienzo ni ataúd, como acto de cruel ensañamiento.

Unas honras que mi tí­o hubiera rechazado

-- ¿Y lo del monumento?

--A mi juicio constituyeron unas honras que mi tí­o hubiera rechazado de seguro. Por decreto número 42 de septiembre de 1952, y no por conciencia y voluntad popular, se recolectó el dinero a base de impuestos y exacciones económicas. Fue una medida general y obligatoria: dí­as de haber del personal de comercio e industria, portes de contribuyentes al seguro de salud y de Maternidad Obrera y de todo aquel que se ganara el pan con el sudor de su frente, profesionales, empleados, asalariados, instituciones. Diez centavos por cada una de las cabezas de ganado vacuno sacrificado, quintal de café limpio o beneficiado, tercio de tabaco en rama; veinte centavos por cada millar de tabaco y uno por cada catorce ruedas de cigarrillos fabricados en ese año

Monumento a José Martí­ en la Plaza de la Revolución.Monumento a José Martí­, en la Plaza de la Revolución (antigua Plaza Cí­vica) que lleva su nombre. (Foto: Tomada de Internet)--Era por el año del centenario del nacimiento Apóstol...

--Y de la politiquerí­a...

-- ¿Y si alguien se negaba?

--Se preveí­a la desobediencia y el castigo. Yo me pregunto: ¿Por qué no cogieron ese dinero del Tesoro Público? Claro, ya estaba exhausto debido al vals de la polí­tica de la época, el usufructo tomado del poder. Palacios, fincas, yates propios, cuentas en bancos extranjeros. Todo salido de las aras nacionales para beneficio de particulares, de privilegiados de la sinecura y la botella. Una forma más de corromper el sentido honorable del trabajo y de la educación del pueblo. Se malgastaba la plata necesaria para escuelas y hospitales...

Iban a dar las cinco de la tarde, y Raúl, metódico en sus costumbres, me advierte la hora.

-- ¿Puedo venir otro dí­a?

--Venga cuantas veces guste, me avisa antes. Ya me conoce. Prescinda del doctor Entralgo. Prefiero conversar por las mañanas, son más frescas y me fatigo menos.

Como por ese tiempo me habí­a picado el «bichito » del periodismo, pensé que serí­a bueno. Regresé dos o tres semanas después, en compañí­a de un colega.

Pero las notas permanecieron en mi agenda de entonces, hallada años después durante una de esas limpiezas generales de la papelerí­a acumulada. Nunca escribí­ un artí­culo con fines publicables. Hasta el año 1999 durmieron los apuntes y la transcripción de la breve entrevista. Se cumplí­an entonces 104 años de la caí­da del Apóstol. Tuve que hilvanar recuerdos y darle forma a detalles enriquecedores del memorable encuentro.

De Raúl Garcí­a Martí­ supe que falleció alrededor de 1990, en un hogar de ancianos de la capital cubana.

Guardo de él también el testimonio sobre su madre y su abuela doña Leonor, así­ como el que con relación a su persona me ofrecieron dos mujeres que le brindaron su amistad y cuidado, desde que abandonó su quinta en Tapaste y llegó a Santa Clara para entregarse en cuerpo y alma a la construcción y montaje de la fábricas de sacos (Sakenaf), cuyas primeras máquinas donó y echó a andar. La misión le fue confiada por el entonces Ministro de Industrias Comandante Ernesto Guevara de la Serna.

 

Nota: Versión de la entrevista versión de la entrevista publicada por la autora en la edición de Vanguardia del sábado 15 de mayo de 1999. Página 4.

Comentar

¡Registrado!

Gracias por darnos su opinión. Nos reservamos el derecho de no publicar los comentarios que incumplan con las normas de este sitio.