Caibarién y el mar, no dejan de mirarse. Cangrejeros, les gusta llamarse y antes de tropezarte con su urbanidad, tienes al marisco de sus amores (y sabores) hecho monumento por Florencio Gelabert. Para los que nacieron fuera, es el «Cangrejo de Caibarién », para los naturales es el «cangrejo ».
Casi todas sus calles van a parar al mar, excepto una que se pierde entre la yerba, las casitas derruidas y el polvo de un septiembre. Es 17 y un nubarrón se planta cerca. Una señora con cara de gente buena ve pasar el carro y saluda. Está sentada en un taburete, a la vieja usanza, debajo de una palma, peleándole un poco de aire a las arrugas y al calor.
El estadio Humberto Jordán no está como los habituales del municipio, a algún costado de la carretera. Afortunadamente el ruido nos guía, la última vez que lo visitamos tenía más cara de basurero que de centro deportivo. Ya no está así, ni pudiera. Apenas el reloj marca las 12 del mediodía, el estadio está repleto. Hoy es 17 de septiembre y Caibarién lo sabe. Lo ha estado esperando, aunque prefiera más la bienvenida que los adioses.
Aquí se escribe el principio del fin de una carrera meteórica y exitosa. El hijo pródigo, Ariel Pestano, el receptor del Cuba, regresa a casa para abrazar a los suyos y decir adiós para siempre del béisbol activo. El público en el estadio se pone de pie, formados en el terreno están los equipos de Villa Clara y Sancti Spíritus. Luego habrán de enfrentarse, ahora también aplauden. Todos miran a la zona de tercera, Pestano se pone la camiseta con el dorsal 13 en la espalda y se hace visible, todos gritan como aquel 18 de junio de 2013. Quiso el audio local repetir la narración televisiva de aquel grand slam. Pestano toma la mano de su esposa y la levanta. Nada le ha hecho más feliz.
El protocolo se rompe. Del lado rival, sale el máscara Eriel Sánchez, le planta un abrazo y señala una y otra vez al de Caibarién, dice que es el uno. Se le viene encima otra grande de la selección nacional, Frederich Cepeda da pasos gigantescos y lo estrecha también. Pestano le regala una sonrisa a todos y a cada uno. Se enjuga los ojos, tiene las gafas de cómplice. Pero ha tragado varias veces en seco. Pasa de largo por la zona de prensa, está viviendo otro de sus momentos. No tiene palabras. Para quien siempre vio el terreno de frente, dar la espalda, cuesta demasiado. De regreso la señora del taburete, ya no es la del taburete, ahora es la señora que llora.
Día 1, Caibarién fue historia, el principio del fin para Pestano, se acerca. Quedan Sagua y Santa Clara, en este último se hará oficial lo que ya tiene nombre y apellidos.