La nueva jungla

Los usureros de siempre han sabido extraerle el zumo a uno de los momentos más crí­ticos de la historia reciente de este paí­s. La contraparte cojeó desde el principio y llega a rastras, cuatro meses y no sé cuántas rectificaciones después, y las carencias espesan a fuego lento e implacable.

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Liena María Nieves
Liena Marí­a Nieves
6020
16 Julio 2020

El trapicheo virtual. La «lucha » online. Economí­a de trueque como la de las sociedades del Neolí­tico, con la diferencia de que,   del 6000 a. C. a la Cuba ávida de consumo, lo intercambiado ya no es el excedente de cosechas pródigas ni especias o sedas babilonias, sino productos otrora ordinarios y (re)cotizados hoy bajo la (i)rracionalidad de una economí­a doméstica apopléjica: cinco libras de arroz por un desodorante y par de jabones, una sortija de oro por una banda de cerdo, frijoles por pasta dental, tenis Puma por champú.

Comercio electrónico legal e informalMercadeamos como bucaneros desde que abrimos los ojos al nuevo dí­a. La «caza » en las redes demanda ferocidad y astucia, estoicismo y un bolsillo generoso, pues lo que no puedes encontrar por las ví­as teóricamente formales lo comprado en las tiendas, «amigo », colero o noche en vela de por medio, estará expuesto en la gran vitrina de la bolsa negra digital. Dos o diez veces más caro.

No son la única oferta, claro está. A algunos molesta que en Facebook o Telegram se propongan otros cientos de artí­culos importados o de factura artesanal, pero los niveles de demanda dependen de su calidad o del gusto y la capacidad adquisitiva   de las personas. La «cosa » reside en el atropello añadido a una cotidianidad desgastante en la que, visto y comprobado, muy poco funcionan el distanciamiento fí­sico y el comercio electrónico en las tiendas virtuales.

Megas van y megas vienen. Paquetes y promociones, 3 y 4G; gente en pie de guerra desde las 6:00 a.m., batallando, con las yemas de los dedos, en un mercado donde los satisfechos son   pocos y los elogios se evaporan. Lo que sea que busques en el mundo «real » quizás estará perdido; mientras, los precios trepan como gatos azorados que nos descarnan, violentan y empujan a un ruedo virtual de dos rutas: el de la reventa a mansalva y el de la irrespetada   legalidad.

Durante los últimos meses, por obra y (des)gracia de esta crisis sanitaria mundial, los internautas cubanos hemos reforzado el tejido social a niveles inauditos. Al cierre del 2019, Etecsa anunciaba que 3.7 millones de lí­neas móviles tení­an acceso a datos, y en febrero pasado, el «Informe digital 2020 », especializado en redes sociales y tendencias digitales alrededor del mundo, develó que el 63 % de la población de la isla 7.1 millones de personas   ya está conectado a Internet. O sea, la cifra de teléfonos celulares con navegación resulta escasamente inferior al total de viviendas particulares censadas en el año 2012 en este paí­s: 3 882 424. Por tanto, pretender minimizar el impacto de la creciente informatización sobre los hábitos y las formas de consumo constituye, ahora mismo, una osadí­a contradictoria.

¡Quiénes, como nosotros, para sacar cuentas!; incluso, la reventa también crea mercados competitivos que arrastran clientes de toda clase. A algunos les resulta factible pagar, a un sobreprecio «aceptable », los productos de primera necesidad, ya sea por distancia, economí­a o poco tiempo disponible para dedicarle a una cola; a otros no les tiembla la mano y dan 100 pesos por un tubo de pasta Perla. En los grupos online hay para todos: ofertas de combos que combinan artí­culos del extranjero con Rexona y Espumil, tarifas especiales para compradores espléndidos o mensajerí­a inmediata libre de costo. Coser y cantar. Masoquismo con ropa.

En este minuto, cuando centenares de personas ya se han reincorporado a sus ocupaciones habituales y en los salarios se percibe una mejorí­a, el comercio electrónico deberí­a posesionarse como la opción más viable para millones de cubanos. Menos aglomeraciones en las tiendas, más oportunidades de acceso para quienes no cuentan, ni lo harán, con la tecnologí­a necesaria, y la posibilidad de desbrozar la infección del acaparamiento. En teorí­a. La experiencia o, mejor dicho, el trauma de usuarios nos ha demostrado con saña que la confianza ciega en TuEnvio es cuestionable.

A estas alturas ya sabemos del incremento exponencial de la demanda, de la saturación del servidor de DataCimex, del aumento del ancho de banda, de devoluciones, colapsos, dos cierres temporales, reorganizaciones y más colapsos. A estas alturas, cubanos con más y con menos, han invertido decenas de miles de pesos en paquetes de navegación que les permitan acceder al bendito portal de los «milagros », y no para almacenar, ya que puede adquirirse solo un módulo por orden, sino para alimentar a sus familias o contar con artí­culos de aseo que no les alcanzarán por un largo perí­odo ni mucho menos, aunque mejor es algo que nada.

En algunos grupos de Telegram, por ejemplo, se comparten los links de los módulos que saldrán a la venta en varias provincias. La treta informática agiliza el proceso y, prodigiosamente, esquiva los «congelamientos » y las demoras a la hora de pagar. Los simples mortales sin amigos «hackers » no llegamos ni siquiera a ver la oferta del dí­a, o apenas atrapamos algún combo con uno o dos de los productos que precisamos la latica de peras en almí­bar es como los clásicos, nunca expira, pero en el momento de la transacción a través de Transfermóvil, la página tiene un ictus.

Tres minutos después, el carrito vací­o. Expiró. Is gone, como el esfuerzo y tus preciados megas.

No obstante, como supervivientes furibundos que somos, también creamos grupos en las redes Intercambios VC, en Telegram, para canjear, «pelo a pelo » o con vuelto de por medio, el sobrante innecesario de los combos: culeros desechables por café, toallas húmedas por jabón y acondicionador, galletas de soda por la lata de tomate frito. De Antón Dí­az a la Subplanta, del parque a la Vigí­a, a pie o en ómnibus semillenos, y el querido Durán apelando a la distancia, la conciencia y el recogimiento social.

Mientras tanto, ya es pan de cada dí­a la certeza compartida de que en Cuba aún quedan brechas en el deber ser del comercio electrónico. Si a las afueras de La Riviera el único establecimiento del territorio dispuesto hasta ahora como tienda virtual la fila para recoger las compras inicia en la madrugada y suma, bajo sol y lluvia, a cientos de clientes; si las multitudes nunca dejaron de serpentear, ni siquiera en los peores dí­as de contagio, en calles y aceras; si se habla del servicio con disgusto e irritación, no encuentro los porqués que impidan la desconcentración y venta organizada de los productos deficitarios.

Los usureros de siempre han sabido extraerle el zumo a uno de los momentos más crí­ticos de la historia reciente de este paí­s. La contraparte cojeó desde el principio y llega a rastras, cuatro meses y no sé cuántas rectificaciones después, y las carencias espesan a fuego lento e implacable.

Que dicha modalidad constituye una opción idónea y más que probada en el mundo es verdad sabida por todos. Sin embargo, su implementación en medio de una crisis global, privados, además, de la infraestructura tecnológica para resistir la embestida de millones de usuarios, ha cobrado una factura altí­sima en términos de confianza del cliente en la gestión comercial, mas no imposible de revertir.              

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