Leslie Díaz Monserrat
Leslie Dí­az Monserrat
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01 Diciembre 2014

dia-internacional-eliminacion-violencia-contra-mujer(Ilustración: Martirena)Silencio. Eso le pasa a todo el mundo. Silencio. Las mujeres tienen que obedecer. Silencio. Los maridos tienen sus defectos. Silencio. Que nadie vea los moretones. Silencio. Una buena esposa debe saber callar.

¿Callar? ¿Cómo callar cuando el 35 % de las mujeres en el mundo han sufrido algún tipo de violencia? ¿Cómo callar si un 38 % de las féminas asesinadas en el orbe son las ví­ctimas fatales de sus propios esposos?

El pasado 25 de noviembre, mujeres de todos los continentes decidieron alzar la voz, vestirse de naranja y celebrar el Dí­a Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Para muchos, esta es una campaña más. Los patrones culturales han entronizado, por siglos, una mentalidad machista que, de cierto modo, justifica las conductas violentas. De hecho, todaví­a no hay una claridad sobre cómo conceptualizar o manejar este fenómeno a escala familiar.

¿Qué se entiende por violencia hacia la mujer? Según las Naciones Unidas, el concepto incluye todo acto que pueda traer consigo algún daño fí­sico, sexual o psicológico para la ví­ctima.

Por lo general, cuando se habla del asunto persiste una serie de mitos. La gente piensa que «estas cosas » solo pasan en familias con un bajo nivel educacional o que siempre llegan asociadas al consumo de algún tipo de drogas, entre ellas el alcohol. ¿Hasta qué punto será cierta esa afirmación?

Existen investigaciones que demuestran lo contrario. Dunia Ferrer Lozano, profesora titular de la Facultad de Psicologí­a de la Universidad Central de Las Villas, estudia esta problemática desde hace un tiempo. En su tesis doctoral trabajó con unas 200 parejas de contextos rurales y suburbanos.

Para la especialista, cualquier persona puede convertirse en ví­ctima de la violencia. Por tanto, no son muy confiables los mitos que se han establecido a escala social.

Las manifestaciones más representativas dentro las parejas cubanas van desde las expresiones fí­sicas: golpes, empujones, gritos, hasta esos comportamientos sutiles y propios de las agresiones psicológicas, como las humillaciones, la discusión en alta voz, las ofensas, las amenazas, y el excesivo control del espacio y las amistades.

¿Qué hacer en esos casos? Las pacientes pueden acudir a los consultorios médicos de la familia para recibir orientación, y allí­ pueden ser remitidas a las consultas de psiquiatrí­a o psicologí­a.  Además, la doctora Lidia Esther Abrahantes Hernández, encargada de la Promoción y Educación para la Salud en el municipio de Santa Clara, explicó que si una mujer llega a un centro hospitalario con evidentes signos de un trato violento, se le comunica de inmediato al agente de la policí­a de guardia y este procede por la ví­a legal.

Sin embargo, muchas mujeres acuden al médico en última instancia. ¿Por qué?  La mayorí­a de las parejas estudiadas por la psicóloga Dunia asumió el problema como una cosa normal o sabí­a que algo no estaba bien, pero no lo consideraba un delito. ¿Es un delito? No existe, en Cuba, una legislación especí­fica para la violencia contra la mujer.

Yaí­ma Anais Serrano Ruiz, jueza de la Sala Civil de lo Administrativo y lo Laboral del Tribunal Provincial Popular de Villa Clara, explicó que en el Código Penal aparecen reguladas las conductas antijurí­dicas, y si vamos a hablar de violencia en sentido general, ahí­ están las lesiones.

Por ejemplo, después de denunciar el hecho en la Policí­a, la ví­ctima se lleva a un hospital. Si el médico decide que no requiere tratamiento médico, se le aplica una multa al agresor. De necesitarlo, se convierte en un delito de lesiones. Este está contemplado en el artí­culo 274 del Código Penal y conlleva una sanción de tres meses a un año de privación de libertad o multas de 100 a 300 cuotas. Incluso, el atacante puede recibir ambas condenas.

En el caso de las lesiones graves (cuando se pone en peligro la vida o deja una secuela), el artí­culo 272 del Código Penal establece de dos a cinco años de privación de libertad.

Incluso, José Ramón González Guadarrama, otro de los jueces del mencionado Tribunal, explicó que la violencia verbal también constituye un delito. El anuncio de causar un mal está incluido en la ley como una amenaza y sancionado con privación de libertad (de tres meses a un año) o multa de 100 a 300 cuotas. Si la ví­ctima siente miedo, ya eso es un delito.

La ley es clara, pero pocas mujeres llegan a las instancias legales. ¿Qué pasa?  Existen muchos factores: económico (no tengo dónde vivir si dejo a mi marido), sociales (no quiero que la gente se entere de lo que me pasa o si digo algo me mata) y culturales.

No se pueden pasar por alto los estereotipos de géneros que aún se reproducen a escala social: las mujeres deben seguir a los hombres, deben ser comprensivas, tolerantes, sensibles y no pueden imponerse. Se espera de ellas un respeto como sinónimo de silencio y obediencia.

Además, ¿qué hacer si no quedan evidencias fí­sicas del maltrato? También está la violencia psicológica, esa que habita casi en secreto y que magulla el corazón.

El primer paso está en llamar las cosas por su nombre. Hay que buscar ayuda. Ir a la Casa de Orientación a la Mujer y la Familia o acercarse a los servicios de psicologí­a. La mujer que sufre violencia no puede callar.

No puede callar porque el corazón se agria. No puede callar porque siempre existen soluciones. No puede callar porque las estadí­sticas demuestran que hay silencios que matan, porque la muerte va más allá del aspecto fí­sico. También muere, lentamente, quien vive con miedo de amar.

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