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11 Abril 2015

¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí­, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!

José Martí­ en el ensayo «Nuestra América », 1891.

No tanto como Raúl, pero Obama fue claro, y no ocultó sus verdaderos propósitos en la alocución que hiciera el 17 de diciembre de 2014. De modo que si solo cambian los mé­todos, pero los objetivos persisten, no hay por qué pensar que en la Cumbre de las Américas tenga lugar un giro de 180 grados en materia de polí­tica con respecto a Cuba, ni tampoco con América Latina.

Y fuera bonito pensar otra cosa, porque la cita que hoy concluye en Panamá ha estado rodeada de grandiosas expectativas sobre el futuro del archipiélago, interesada más que nadie en normalizar sus rela­ciones con los Estados Unidos, pero «sin sombra a nuestra indepen­den­cia nacional y autodeterminación » y, «sin renunciar a uno solo de nues­tros principios », condicio­nantes rei­te­ra­­das por Fidel y Raúl, en distin­tos momentos y circunstancias de la nación cubana.

Caricatura de Martirena sobe Cuba en la Cumbre de las Américas.(Ilustración: Alfredo Martirena)

Pues allí­, en la VII Cumbre de las Américas, gracias al reclamo solidario de la mayor parte de las naciones latinoamericanas y caribeñas, junto a Barack Obama y otros 33 jefes de Estado y de Gobierno del hemis­ferio occidental, está el Presidente cu­bano, dispuesto a continuar el diá­logo sincero y respetuoso, sobre la base de la igualdad para tratar los más diversos temas de forma re­cí­proca.

Diálogo que siempre será reflejo del pensar y sentir de sus compatriotas, agrupados en numerosas y diversas organizaciones de masas, sindicales, campesinas, femeninas, religiosas, estudiantiles, de escritores y artistas, y no de unos pocos individuos que reciben dinero, instrucciones y oxí­geno del imperio norteño, y como los que en esta oportunidad, en el contexto del Foro de la Sociedad Civil, han llenado de guijarros el camino a favor del acercamiento de posiciones entre las dos Américas.

Hijos desleales, malas personas, que jamás sabrán comportarse con la educación, cultura, altura e hidalguí­a de quienes sí­ fueron allí­ para participar en «un diálogo polí­tico sobre cuestiones de soberaní­a, sociedad civil, nacionalidad, o sencillamente Cuba », como expresara hace poco nuestro digno y queridí­­simo Eusebio Leal.

Aunque antes habrí­a que hablar del marabuzal que en igual sentido representó la orden ejecutiva de la Casa Blanca designando a Venezuela como una amenaza para la Seguridad Nacional de los EE.UU. Desa­certada decisión que actuó como un bumerán al avivar más los senti­mientos patrió­ticos, chavistas y antim­perialistas de la nación bolivariana, a la vez que levantó protestas a escala mundial y originó que 10 000 000 de ciudadanos de todos los paí­ses de ellos más de 3 000 000 de cubanos estamparan su firma en solidaridad con el pueblo que representa su legí­timo presidente, Nicolás Maduro.

De nuevo han fracasado los planes del Pentágono, y aunque Oba­ma ya no cree que Venezuela cons­tituya una amenaza para los Esta­dos Unidos, las sanciones contra el hermano paí­s continúan en pie. El Presidente estadou­niden­se no pudo imaginarse que su rúbri­ca servirí­a de acicate a las fuerzas de la soberaní­a latinoa­me­ricana para acrecentar la voluntad de soberaní­a e independencia.

El escenario coexiste complejo, y la Cumbre no es un acelerador de partí­culas. Por lo tanto, las relaciones de los EE.UU. con sus vecinos del Sur solo mejorarán en la medida en que este abandone los intentos neocoloniales, y deje de pensar en América Latina como su traspatio y de tratarla como un rey a sus súbditos. Con Cuba, y ahora con Venezuela, ha quedado demostrado que las polí­ticas de acoso y asfixia no fun­cionan en la actualidad, y si lo hacen, es en reversa y solo favorecen la unidad y solidaridad de los pueblos.

Unidad y solidaridad que tiene su simiente en las fallidas aspiraciones de Simón Bolí­var de integrar a toda la América hispana en una confederación, idea que vení­a desde Francisco de Miranda, quien propuso el nombre de Colombia para esa eventual nación. Al respecto escribe el Libertador en la conocida Carta de Jamaica, fechada el 6 de septiembre de 1815.

« ¡Qué bello serí­a que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún dí­a tengamos la fortuna de instalar allí­ un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración ».

Integración y unidad latinoamericanas con la que también soñó nuestro Apóstol. Él como nadie en su época comprendió la necesidad de ir adelante con la obra de integración multinacional de Bolí­var, de ahí­ su capacidad para elaborar una estrategia revolucionaria capaz de sobrepasar los lí­mites de la independencia nacional y darle un carácter verdaderamente continental a la lucha. Estrategia de un genio que aspiraba sobre todo a impedir que el imperialismo norteamericano en ciernes cayera sobre las Antillas y sobre el resto de nuestra América.

«Ya estoy todos los dí­as en peligro de dar mi vida por mi paí­s y por mi deber puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué reali­zar­lo de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy y haré es para eso. [...] Impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los im­perialistas de allá y los españoles, el camino que ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia », expresa en carta inconclusa dirigida a su amigo Manuel Mercado, el 18 de mayo de 1895, un dí­a antes de su caí­da en combate.

El tiempo transcurrido de entonces acá se ha encargado de otorgarle plena vigencia al ideario martiano-bolivariano, retomado en sus esencias por lí­deres latinoamericanos contemporáneos como Nicolás Maduro, Evo Morales y Rafael Correa, cuyos paradigmas más grandes se encuentran en Fidel y Chávez, dos hombres marcados por la misma misión humanista y unificadora, y que la historia ya ha situado en su cumbre.

Y no precisamente en la Cumbre de esas Américas, que nació torcida, en 1994, bajo la órbita de la Organización de Estados Americanos (OEA) y con la asistencia de los presidentes de todos los paí­ses americanos menos el de Cuba, excluida de la OEA desde 1962, y con el objetivo de alinear a la región, plagada de gobiernos conservadores, en un contexto global de creciente hegemoní­a estadounidense.

Una OEA que no ha variado un ápice desde aquel lunes 26 de septiembre de 1960 en que Fidel hiciera su primera intervención en la ONU, hablando claro sobre una Organización de Naciones Unidas de oí­dos sordos ante las amenazas, acciones terroristas, agresiones económicas y los intentos que Cuba habí­a hecho en su seno para condenarlas; y sobre la indiferencia mostrada por el gobierno de los Estados Unidos ante la disposición de Cuba de sentarse a discutir sus problemas civilizadamente.

Fue el famoso discurso de « ¡De­saparezca la filosofí­a del despojo, y habrá desaparecido la filosofí­a de la guerra! ¡Desaparezcan las colo­nias, desaparezca la explotación de los paí­ses por los monopolios, y en­tonces la humanidad habrá alcan­zado una verdadera etapa de pro­greso! ».

Dos años después, desde Cu­ba, Fidel llamarí­a a la unidad de América, socavada por «el divisio­nismo [...]; el sectarismo, el dogma­tismo, la falta de amplitud para analizar el papel que corresponde a cada capa social, a sus partidos, organizaciones y dirigentes », factores que siempre han actuado en detrimento de la unidad de acción imprescindible entre las fuerzas democráticas y progresistas de nuestros pueblos.

Se trataba del mensaje del Pueblo de Cuba a los pueblos de América y del Mundo, más conocido como Segunda Declaración de La Habana. Una de las alocuciones más importantes y célebres de Fidel, la de «Porque esta gran humanidad ha dicho " ¡Basta!" y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia », que luego el Che hiciera famosa, con su discurso en la ONU.

Las lecciones han sido aprendidas y los pueblos del Sur se han vuelto desconfiados ante todo lo que venga de sus vecinos del Norte. Y aunque la diplomacia y el protocolo obliguen a estrechones de manos ante las cámaras, aún existen laceraciones indelebles, heridas abiertas, que habrá necesariamente que cerrar, borrar; cuentas pendientes que deberán ser saldadas; verdades por aceptar; mentiras por confesar; perdones por otorgar; miserias por solventar, sanciones por levantar; cercos por desbloquear.

De ahí­ la resonancia de la actual Cumbre, y lo vital que resultan las propuestas constructivas de quienes, con objetivos muy claros y polí­ticas superadoras, han proclamado el respeto a la autodeterminación de los pueblos de la región, o denunciado sin ambages los designios inje­ren­cistas y neocoloniales de la super­po­tencia norteamericana, o reclama­do para su tierra el control sobre los recursos naturales en manos de potencias extranjeras, o lo que deberí­a ser fin común y para todos los tiem­pos: la soberaní­a de las nacio­nes del subcontinente.

En lo que respecta a Cuba, ya sabemos las condiciones. Y aunque en materia de polí­tica no todo se publica o se dice, por aquello de que «hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas » y en silencio deberán transcurrir, otras mantendrán el hálito maceí­sta de intransigencia, más allá de que sea retirada de la lista de paí­ses que los EE.UU con­sideran patrocinadores del terrorismo, asunto que gravita sobre el restablecimiento de relaciones con nuestro paí­s y la apertura de embajadas.

Pero no olvidemos que Obama pretende conquistar posiciones entre la comunidad caribeña y clausurar lo mejor posible su paso por las Cumbres Americanas. Él conoce la historia y sabe de geografí­a. América Latina y el Caribe han cambiado mucho, aunque le cueste entenderlo.

Unidos, seremos invencibles. Ya los árboles van poniéndose en fila para que no pase a sus anchas el gigante de las siete leguas. Ojalá sea esta cumbre el augusto congreso y la época dichosa que imaginó Bolí­var. Ojalá, en virtud de la Patria Grande, Nuestra América llegue con sus diferencias y particu­lares a integrarse en una sola.

Como otras dos alas de un mismo pájaro Cuba y Venezuela han de permanecer unidas. Quien por ellas se levante hoy, lo hará para todos los tiempos. No permitamos que nadie quebrante la unidad y la región de paz, de desarrollo, de tranquilidad y armoní­a que nos hemos propuesto. No hay otra estrategia. Y para ratificarla, no existe mejor momento ni lugar que esta VII Cumbre, instalada en Panamá, la cintura de América.

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