El apoliticismo: una forma de hacer polí­tica

Consideraciones sobre el «cubano apolí­tico», del Dr. en Ciencias Filosóficas Pablo Guadarrama González, Profesor de Mérito de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas.

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Ilustración sobre el apoliticismo
(Ilustración: Alfredo Martirena).
Narciso Fernández Ramí­rez
Narciso Fernández Ramí­rez
@narfernandez
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26 Noviembre 2017
Dr. en Ciencias Filosóficas Pablo Guadarrama González. (Foto: Tomada de Internet).

Desde que irrumpieron las ideologí­as polí­ticas, especialmente las que conformarí­an la modernidad, se fueron decantando diversas corrientes con posturas muy divergentes entre sí­, y por supuesto con fundamentos filosóficos muy heterogéneos, sobre la forma y las ví­as de cómo debí­a organizarse la vida social.  

La mayorí­a de ellas definieron con claridad sus ideas respecto a la cuestión del poder polí­tico, como instrumento para perpetuar algunas élites o clases dominantes, o para dar paso al predominio de otros sectores sociales.  

No hay que olvidar que por ideologí­a se pueden considerar un conjunto de ideas que se constituyen en creencias, valoraciones y opiniones comúnmente   aceptadas, las cuales, articuladas integralmente, pretenden fundamentar las concepciones teóricas de algún   sujeto social (clase, grupo, etnia, partido, Estado, Iglesia, etc.), con el objetivo de validar algún proyecto bien de permanencia, reforma o subversión de un orden socioeconómico y polí­tico, lo cual siempre presupone de algún modo una determinada actitud ética ante la relación hombre-hombre y hombre-naturaleza.

Para   lograr   ese objetivo, las ideologí­as pueden o no apoyarse en pilares cientí­ficos o filosóficos, en tanto estos contribuyan a los fines perseguidos; de lo contrario pueden ser desatendidos   e incluso ocultados conscientemente.

El componente ideológico en las reflexiones filosóficas   por sí­ mismo no es dado a estimular concepciones cientí­ficas, pero no excluye la posibilidad de la confluencia con ellas, en tanto estas propicien la validación de sus propuestas.

La diferencia fundamental entre las ideologí­as y las filosofí­as radica en que estas últimas apoyan sus argumentos en el poder de la razón, en tanto las primeras pretenden fundamentar sus razones en el poder, ya sea polí­tico, económico, militar, mediático, etc.

Las principales ideologí­as que se conformarí­an en la modernidad fueron: el conservadurismo −que pretendí­a perpetuar la sociedad feudal con las monarquí­as, y en el caso de Latinoamérica el poder colonial−; el liberalismo, que se planteaba reformar la sociedad hacia transformaciones capitalistas y republicanas; el socialismo, que aspirarí­a a cambiar radicalmente la organización polí­tica y social capitalista −completando así­ las propuestas democráticas al no reducirlas a derechos jurí­dicos y polí­ticos, sino al logro de justicia social−, y el anarquismo, que en parte coincidí­a con esta última, pero se diferenciaba sustancialmente de ella por su presunto apoliticismo, así­ como por sus métodos terroristas y magnicidas.

En verdad el anarquismo no es apolí­tico, sencillamente porque nadie puede serlo, pues una forma de hacer polí­tica es pretender ser indiferente ante los acontecimientos sociales, sus necesidades y transformaciones. De manera que pretender ser indiferente ante la polí­tica es una forma hipócrita de hacer polí­tica.

José Martí­ se enfrentó al presunto apoliticismo de los anarquistas que no querí­an pronunciarse ante la lucha por la independencia. Afortunadamente el sentido común se impuso y estos se unieron a esa honrosa labor, de la misma forma que lo hicieron los anarquistas españoles aliándose a demócratas y comunistas para tratar de salvar la República durante la Guerra Civil.

Otras ideologí­as se conformaron en el siglo xx como el fascismo, que ha tratado de revertir las conquistas democráticas con prácticas polí­ticas totalitarias, mesiánicas y racistas, o el neoliberalismo, que aparentemente pretende presentarse como una continuidad del liberalismo, pero en realidad ha logrado revertir muchas de las conquistas democráticas de este último.

  «Apoliticismo », conformismo, abstencionismo »

(Ilustración: Tomada de Internet).

La mayorí­a de las ideologí­as polí­ticas han promovido la participación polí­tica, pero en los últimos tiempos, cuando el neoliberalismo ha triunfado, más ideológicamente que en cuanto a logros sociales para la mayorí­a de la población, algunos de sus «tanques pensantes »  han estimulado el apoliticismo como medio para inculcar la indiferencia y la resignación entre algunos sectores populares, especialmente los jóvenes, a través de la consigna de que nada se puede hacer para lograr sociedades más justas y más amigables con el medio ambiente.

El conformismo es uno de los componentes aliados del apoliticismo. Ambos pretenden opacar el protagonismo de aquellos que se pueden convertir en potenciales peligros para la añorada, pero no lograda, estabilidad de la sociedad capitalista.

El incremento del abstencionismo observado en la mayorí­a de los procesos  electorales de numerosos paí­ses puede tener diferentes lecturas. Una de ellas puede ser entenderlo como sí­ntoma de impotencia de un considerable porcentaje de la población que se siente frustrada al no apreciar cambios favorables en sus condiciones de vida una vez instalados nuevos gobiernos que mantienen polí­ticas neoliberales.

Otra es expresión del acomodamiento de una indecisa clase media que es fácilmente manipulada por los medios de comunicación, ya que le interesa más la renovación de su automóvil o de los electrodomésticos, que lo que pueda transformarse de la puerta de su casa hacia afuera. No faltan los que piensan que su voto no será decisivo para cualquier tipo de cambio a través de la elección, pues ya todo está arreglado de forma inamovible en la «democracia representativa » aunque cambien los nombres de los gobernantes, y en algunos casos ni siquiera eso, pero no cambian las polí­ticas socioeconómicas en los gobiernos que se alternan y suceden.  

«Apoliticismo » en el Socialismo »  

En el caso de paí­ses socialistas la intención que subyace en el apoliticismo tiene otras lecturas, como puede extraerse de las experiencias de su derrumbe en la Unión Soviética y los paí­ses de Europa Oriental.  

Esta situación es algo distinta, pues no esconde la pretensión de sembrar entre determinados grupos de la población, fundamentalmente jóvenes, la indiferencia ante las conquistas sociales alcanzadas. Dado que estos no han conocido el capitalismo, por lo general consideran que disfrutar de la salud, la educación, el deporte, la cultura, etc., de forma gratuita, es algo natural y no constituye nada extraordinario, por lo que añoran, sin renunciar a ellas, el disfrute de las extraordinarias «ofertas » de la sociedad de consumo.  

Algunos presuntos «apolí­ticos » se abstienen de ejercer el voto en procesos electorales o votan en blanco, y creen que con esta actitud expresan su valentí­a polí­tica, lo cual confirma que esto es un acto polí­tico. Otros aducen que la única democracia es la multipartidista, e ignoran así­ que en la historia de la humanidad han existido y existirán múltiples formas de democracia y no solo la representativa.

Al hiperbolizarla, algunos gobernantes creen poseer el «democratómetro » perfecto para medir su existencia en otros paí­ses y por lo que les enví­an observadores para fiscalizar sus procesos electorales, pero no permiten que a su vez observadores de otros paí­ses los visiten.

Siempre recuerdo cuando le pregunté a mi madre por qué militando en el Partido Liberal habí­a apoyado al Movimiento 26 de Julio –por ello cayó presa, fue amenazada de ser envenenada y tuve que llevarle la comida hecha en casa cada dí­a a la estación de policí­a de Santa Clara–, me respondió que porque no habí­a nada más parecido a un liberal que un conservador y un conservador a un liberal. Ambos eran la misma basura y por eso tomó esa decisión. En Colombia dicen que la diferencia entre un conservador y un liberal es que unos van a misa en la mañana y otros en la tarde.

Nunca olvidaré el agobiado rostro, por las torturas y vejaciones recibidas, de Mercedes Vázquez, su compañera de celda, ni los gemidos de los torturados, que aún algunos vecinos del parque del Carmen recuerdan. Los instrumentos de tortura fueron exhibidos el primer dí­a del triunfo de la Revolución. Es bueno recordarles esto a los amnésicos apolí­ticos o a los que no conocen que esto sucedió donde hoy sonrí­en estudiantes de la escuela secundaria básica Capitán Roberto Rodrí­guez (El Vaquerito).

De manera que el presunto apoliticismo −que debe reiterarse no es tal, sino en realidad otra forma sutil de hacer polí­tica contestataria− en el caso de Cuba debe ser considerado en aquellos que lo practican una expresión de inconformidad con el sistema social elegido, mantenido y defendido por la mayorí­a de su pueblo. De otro modo no se explica que el derrumbe del muro de Berlí­n y del «socialismo real », o tal vez «real de socialismo », no haya llegado a alcanzar en su onda expansiva a la isla del Caribe.

El apoliticismo, que tal vez para algunos ingenuos pueda ser considerado como otra manifestación de la pregonada «muerte de las ideologí­as », en realidad es todo lo contrario: una evidencia de que la lucha ideológica revitaliza algunas viejas formas y formula otras nuevas.

Al igual que en el anarquismo subyací­an posturas individualistas, voluntaristas y nihilistas, al negar muchos valores de la sociedad moderna −que incluso Marx y Engels, no obstante sus crí­ticas a la misma, reconocieron, como puede apreciarse en el Manifiesto Comunista−, el apoliticismo contemporáneo está permeado por fundamentos filosóficos, conscientes o inconscientes, de corte pragmatista, utilitarista y existencialista, en los que el éxito individual se sobrepone a todo compromiso social.

  «Apoliticismo » en Cuba »

No es la primera vez que el apoliticismo ha pretendido ganar adeptos en la historia de la sociedad cubana y no solo entre los anarquistas. También al inicio de la República mediatizada hubo expresiones de conformismo por parte de algunos antiguos sectores anexionistas que tratarí­an de inculcar la nefasta idea de que la intervención norteamericana en la guerra independentista y la ocupación militar por parte de los Estados Unidos de América habí­a sido una bendición que habí­a que agradecer, por lo que no se debí­a manifestar ningún tipo de inconformidad polí­tica ante aquel hecho.

Afortunadamente, en los años 20 una nueva generación juvenil, intelectual y polí­tica expresada en la Protesta de los Trece, el Grupo Minorista, la creación de la Federación de Estudiantes Universitarios −liderada por Julio Antonio Mella−, la fundación del Partido Comunista de Cuba, y las luchas contra la dictadura de Gerardo Machado y la injerencia yanqui, así­ como un fortalecimiento de las luchas obreras, revitalizaron la conciencia polí­tica nacional cubana y el espí­ritu independentista que se pretendí­a apagar.

Del mismo modo la Generación del Centenario, inspirada nuevamente en el ejemplo de José Martí­, reiniciarí­a la lucha por la dignidad del pueblo cubano frente a la sangrienta dictadura de Batista y obligó a los indecisos a definirse polí­ticamente.

Fidel en Playa Girón. (Foto: Tomada de Internet).

El triunfo de la Revolución cubana serí­a crucial en ese enfrentamiento al apoliticismo, especialmente cuando ante la agresión de Playa Girón se declara su carácter socialista y no podrá justificarse más ningún tipo de indiferencia ante las enormes transformaciones sociales emprendidas, como la nacionalización de las empresas extranjeras, la Reforma Urbana, la Reforma Agraria, la Campaña de Alfabetización, la Reforma Universitaria, la amplia socialización de la educación y la salud, el nacimiento de nuevas organizaciones como los Comités de Defensa de la Revolución, la Federación de Mujeres Cubanas y la gestación de un nuevo Partido Comunista de Cuba.

Cuando el pueblo cubano se vio amenazado por una nueva intervención militar norteamericana y el mundo estuvo muy próximo a que se desatara una guerra nuclear, a partir la crisis de los misiles soviéticos en este paí­s, a nadie se le ocurrí­a justificar una actitud apoliticista. El pueblo cubano demandarí­a a cada ciudadano definirse de cara a una situación en la que no habí­a una tercera opción ante la consigna de Patria o Muerte.

¿Triunfará el «apoliticismo »?

(Foto: Tomada de Internet).

Vivimos una nueva época en la que pareciera que tales confrontaciones son cosas del pasado y no faltan quienes inculcan la idea de que se deben olvidar. Por supuesto, quienes promueven tales consignas para borrar la memoria de las nuevas generaciones saben muy bien que el pueblo que no conoce su historia está obligado a repetirla.

Otros ilusos piensan que al ir desapareciendo por ley natural la generación que encendió la llama revolucionaria, esta debe apagarse. Tal vez olvidan la historia del pueblo cubano, por no decir la historia universal, que evidencia que las grandes transformaciones no han sido emprendidas por lí­deres solitarios. Estas solo se han hecho posibles si han sido asumidas por los sectores populares.  

Cuando se conoció la noticia de que José Martí­ se encontraba en los campos de batalla, su amigo el escritor colombiano José Marí­a Vargas Vila publicó un artí­culo calificando ese hecho como una locura.  

Al dí­a siguiente, Enrique José Varona –a quien el Héroe Nacional tras su ausencia le confió la dirección el periódico Patria– le respondió con otro artí­culo en el que sostení­a que Martí­ no estaba loco, porque sabí­a que habí­a un pueblo entero esperando por él para la lucha independentista. Agregó que su actitud revolucionaria era tan alta como el Pico Turquino, pero los picos no nacen de sabanas, sino acompañados de otros tan altos como él: Máximo Gómez, Antonio Maceo, Calixto Garcí­a, etc.

La clara concepción del protagónico papel del pueblo en las transformaciones sociales Martí­ la expresó al plantear: «Nada es un hombre en sí­, y lo que es, lo pone en él su pueblo. En vano concede la Naturaleza a algunos de sus hijos cualidades privilegiadas; porque serán polvo y azote si no se hacen carne de su pueblo, mientras que si van con él, y le sirven de brazo y de voz, por él se verán encumbrados, como las flores que lleva en su cima una montaña ».[1]

 La mejor forma de enfrentar el apoliticismo es contribuir al estudio de la historia del pueblo cubano, sus luchas emancipadoras, el optimismo revolucionario que ha inspirado a sus lí­deres desde Céspedes hasta Fidel y Raúl, así­ como a todos los que le han acompañado y otros que aún le acompañan.

Cuando alguien pierde la confianza en la pujanza y la vehemencia de un pueblo como el cubano en la lucha por su dignidad, pasa a formar parte de lo que Martí­ denominó sietemesinos. Por suerte, la mayorí­a de los cubanos han nacido de parto natural.  

[1] José Martí­. Obras completas, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1976, t. XIII, p. 34.

 

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