«Donde yo diga, pero como tú digas »

íngel Quirós, el biólogo marino que asumió el estudio previo del impacto medioambiental del pedraplén a Cayo Santa Marí­a, cambió su visión profesional y humana tras su única conversación con Fidel.

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Ángel Quirós Espinosa
El Dr.C. Ángel Quirós Espinosa. (Foto de la autora)
Liena María Nieves
Liena Marí­a Nieves
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24 Noviembre 2017

Dice que lo hizo por puro aburrimiento. Estaba en Camagí¼ey, cumpliendo su servicio social tras licenciarse como biólogo marino. Junto a un par de colegas más, tuvo la bendita ocurrencia de observar e investigar los efectos de un «pedraplencito » que uní­a la tierra firme con Cayo Sabinal. Así­ comenzó la cosa: medí­an parámetros ambientales como la salinidad y el PH del agua, y en poco tiempo llegaron a la fatí­dica conclusión de que aquella lengua artificial de tierra, de apenas once kilómetros, habí­a cerrado la circulación natural del mar. En fin, un desastre ecológico.

Hoy, íngel Quirós Espinosa, ganador del Premio Puente de Alcántara por la Mejor Obra de Ingenierí­a Civil de Iberoamérica (2001), es investigador y Doctor en Ciencias, además de director del área protegida marina Parque Nacional Los Caimanes. No obstante, a fines de los años 80, ni su nombre ni su trabajo en lo referido a la protección medioambiental, eran conocidos en Villa Clara, su tierra natal. Al menos, eso parecí­a.

Sin embargo, tras una década entre tinajoneros, regresó a casa y se incorporó a la Universidad Pedagógica Félix Varela, donde lo contactó, en busca de asesorí­a, el grupo de especialistas responsable de ejecutar un proyecto sin precedentes en el territorio: construir una carretera que conectara la tierra firme en un punto cercano a Playa Juan Francisco, conocido como Embarcadero de Camacho con Cayo Fragoso.

«Estamos hablando de un pedraplén de entre diez y once kilómetros, no más que eso. El entonces primer secretario del PCC, Tomás Cárdenas, impulsaba la idea de proporcionarle una buena playa a los villaclareños, con acceso por carretera, por lo que se organizó un grupo multi e interdisciplinario en el que participaban varios organismos, como el Ministerio de la Construcción, Hidroeconomí­a, etc.

«El proyecto se terminó y llegó a manos de Fidel. Según me cuentan, antes de revisarlo su única pregunta fue: “ ¿qué garantí­as ecológicas tiene esto?”. ¿Ecologí­a? Nadie pensó que resultara necesario incluir ese enfoque. Fidel se percató de la omisión. Ni siquiera hojeó el documento. “Cuando hagan esa parte me lo presentan de nuevo”. De inmediato buscaron ayuda y llegaron a Cienfuegos, donde un especialista les habló de mi estudio en Camagí¼ey. Luego, todo fluyó con rapidez, y me involucré de a lleno en el empeño por adecuar la obra al ambiente que la rodeaba, de forma tal que no lo dañara ».

Durante casi tres años, Quirós y su esposa, también bióloga, junto a dos estudiantes de pregrado, trabajaron a tiempo completo en la búsqueda de soluciones y respuestas a la preocupación del Comandante en Jefe. En la literatura cientí­fica no existí­an antecedentes de pedraplenes «inofensivos ». O sea, Cuba asentarí­a el primer modelo en el que se imbricaba la ingenierí­a con la protección a la naturaleza. Una vez listo y entregado, el informe estuvo muy pronto sobre el buró de Fidel.

«Alrededor del pedraplén existí­a una “batalla” entre los especialistas en Ecologí­a y los de la construcción, ya que ambos bandos asumí­an posiciones contrarias. Los primeros planteaban que no se podí­a, mientras los del MICONS y los decisores polí­ticos abogaban por el sí­ a como diera lugar. Entonces aparecí­ yo con una variante distinta, la del sí­ condicional: “se podrá ejecutar si se hace...”, e incluimos las recomendaciones.

«En septiembre de 1989 fueron a buscarme. Fidel vení­a a comprobar la factibilidad del proyecto. Según entendí­, el Comandante no confiaba mucho en las historias contadas por terceros, y yo creo que hací­a muy bien. Preferí­a ver las cosas en vivo, en directo y a todo color, tocarlas con la mano y analizarlas en primera persona.

«No tuve plena conciencia de la magnitud del asunto en que me habí­a metido hasta que lo vi bajar del helicóptero, porque si vas a discutir con los tomadores de decisiones, y viene el mayor tomador de decisiones, entonces se trata de un tema de importancia mayor y tienes que adoptar las posiciones más profesionales. Ante la pregunta a Cárdenas de “ ¿qué tú vas a hacer aquí­?”, nos tocó al ingeniero, al funcionario de Planificación Fí­sica y a mí­, proporcionarle todas las explicaciones.

«Ellos hablaban de tecnologí­a, y yo callado. Fidel me dijo entonces: “vine a   recibir una clase de ecologí­a, así­ que empieza a hablar” ».

Fidel en Cayo Santa Marí­a
Fidel durante una de sus visitas de supervisión al pedraplén que une tierra firme con Cayo Santa Marí­a. (Foto tomada de Internet)

Ante tamaña exigencia, ¿no sintió un poco de temor?

Yo soy guajiro, nervioso y tengo miedo escénico, por lo que no querí­a que me interrumpiera durante la explicación, no fuera que comenzara a «patinar » en las respuestas y mostrara desconocimiento. Pero no, todo fluyó sin problemas. Primero, le planteé las ideas generales que debí­an incluirse en el proyecto,     después las particularidades, él me preguntaba y yo le respondí­a.

«Le explico después cómo consideraba que se podrí­an eliminar los efectos ambientales negativos que podrí­a generar el pedraplén, y al parecer le gustó lo que escuchaba y lo convencí­. Sin embargo, Fidel reuní­a dos caracterí­sticas fundamentales que lo hací­an único: su bagaje de conocimiento y experiencia en una serie de temas, lo cual le permití­a opinar y preguntar, más el don de poseer una inteligencia fuera de lo común. Si unes ambas cosas te has buscado el peor de los alumnos, porque es el que te va a hacer la pregunta más difí­cil, el que vio lo que tú no previste ».

¿Y cuándo se dio el «salto » de Cayo Fragoso a Cayo Santa Marí­a?

La capacidad de pensar en grande fue una de sus más elevadas virtudes. “ ¿Y qué tú crees si en vez de hacer este pedraplén aquí­, hacemos uno en Cayo Santa Marí­a, que tiene más y mejores playas”? Aquella pregunta me movió el suelo. Llevaba tres años preparándome para este momento y estaba en condiciones de darle las respuestas que me pidiera, pero sobre Cayo Santa Marí­a no conocí­a ni las preguntas. Por eso le respondí­, sin temor alguno, que no pensaba que fuera una buena idea.

«Noté que quienes estaban a nuestro alrededor se alejaban   discretamente. La gente no concebí­a que alguien discrepara con él, y para mí­ fue más incómodo aún. Me pasé la vida coincidiendo con sus ideas, y resulta que el dí­a en que me toca hablar con Fidel no era capaz de llegar a un acuerdo. Sin embargo, no me arrepiento en lo absoluto, pues peor habrí­a sido faltar a la ética y abandonar mis ideas cientí­ficas por no contrariarlo.

«Decidió sobrevolar Cayo Santa Marí­a y nos pidió que fuéramos para la playa de Palo Quemado. Se despidió de mí­ diciéndome que regresarí­a, expresamente, para hablar conmigo. Así­ fue. “El pedraplén lo vamos a hacer hasta Santa Marí­a”. No supe qué más decir. Por mi cara percibió que no me acomodaba la propuesta. “Lo vamos a hacer donde yo diga, pero como tú digas. Yo pongo el lugar y tú pones el método”.

«En esa sola frase se reúnen dos elementos fundamentales para un jefe de Estado: el pensar a gran escala y la confianza plena en los especialistas. Eso se llama profesionalismo ».

¿En ese momento tuvo la confianza suficiente para lidiar con la presión?

Hasta ahí­ me sentí­a comprometido, solo eso. La presión verdadera vino cuando me puso el dedo í­ndice sobre el pecho, y me soltó, como un rafagazo, que yo serí­a el responsable de todo lo referente al problema ecológico en Cayo Santa Marí­a. Imagí­nate, si ese gesto suyo era intimidante de lejos, que te apunte directamente a ti se convierte en una orden ineludible.

«En un solo dí­a el proyecto varió de un pedraplén de diez kilómetros a uno de 48, el más grande del mundo, desarrollado, pensado, escrito y ejecutado en medio de la más brutal crisis económica, y todo con fuerza e inteligencia villaclareñas. Alguien sugirió, pensando en opciones más económicas, que los catamaranes soviéticos podrí­an ofrecer un paliativo al traslado de los turistas hasta el cayo,  pero Fidel defendí­a la perspectiva de que no se debí­a invertir en soluciones a corto plazo, pues era urgente buscar una industria grande, capaz de generar valores para el paí­s.

«Su interés constante por proteger el ecosistema desembocó en el mayor monitoreo marino que se ha promovido en Cuba, el cual concluyó en 2004 y se extendió durante 15 años, abarcando la bahí­a de San Juan de los Remedios, la bahí­a de Buenavista y el sur de Cayo Santa Marí­a ».

¿Qué le dejó Fidel a íngel Quirós?

En un encuentro con alumnos de la Universidad de La Habana, mientras yo estaba estudiando, Fidel nos dijo que para lograr un objetivo tení­an que reunirse dos factores: primero, tener claro lo que se pretendí­a, y segundo, tener la oportunidad, y que la polí­tica era el arte de crear las oportunidades. Años después, mientras hablábamos, descubrí­ cómo se materializaban sus palabras en la decisión de construir el pedraplén.

«Fidel fue un gran negociador, extraordinariamente inteligente, con un pensamiento previsor que superaba en décadas al resto de las personas, y esas impresiones las he arrastrado a lo largo de mi vida. En lo profesional, cuando alguien como él te demuestra que puedes trabajar a una macroescala, ya no vuelves a pensar a niveles mediocres, pues te empuja a ir por más. Percibes que lo complejo puede ser muy útil, que tienes la oportunidad de aportar mucho con tu accionar, y eso lo generó aquella experiencia con Fidel. Hasta el dí­a de hoy mantengo esas convicciones.  

«Quizás Ramonet tuvo 100 horas con él, pero las tres y media que me tocaron a mí­, repercutirán, para bien de miles, durante muchos años ».

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