Las fuerzas villareñas en armas, hace 150 años, desde Cafetal González, en Manicaragua, tomaron el camino de la insurrección contra el colonialismo español.
Piedras mudas, y de incontenible relevancia existen entre Remedios-Camajuaní-Placetas-Caibarién, sitios de trazados irregulares en sus estructuras poligonales. Algunas están al alcance de la mano y apenas son percibidas. Todas, en sucesión incontenible de la guerra, se construyeron para proteger los centros agroazucareros y de comercio proespañol, y establecer un freno a los independentistas de la región.
Algunas de esas fortificaciones, o fortines cerrados, con ángulos entrantes y salientes, se extendieron hasta Vega de Palma, Seibabo, Palo Prieto (Manajanabo), Santa Clara, Calabazar de Sagua, Cifuentes, Encrucijada, Manicaragua, y con carácter efímero abarcaron otros sitios cercanos. El propósito era detener las fuerzas mambisas que del centro-oriente amenazaron con propagar los levantamientos armados, y preservar a las tropas que defendían la corona española.
En muchos, con frontones curvos, se anuncian en la actualidad, en piedras de cantería y ladrillos descubiertos, las descargas de fusilería. Ninguno, de los existentes, consigue el realce arquitectónico del ubicado en San Andrés, poblado que dio origen a Placetas y que en junio de 1883, por acuerdo del Ayuntamiento de Camajuaní, nombraron «Vergara » para recordar, luego de muerto, al coronel español José Vergara e Iñarra, jefe del Regimiento de Voluntarios en ese territorio.
Desde allí José A. Martínez-Fortún y Erlés, dueño del ingenio San Andrés y de vastas propiedades azucareras, titulado después comandante militar de la jurisdicción de Remedios, representó a partir de 1850 un bastión contra las aspiraciones independentistas. Después ese hacendado organizó regimientos de tropas, y los equipó con 1500 caballos, al tiempo que edificó con su peculio 26 fuertes y varios campamentos sin gastos para el «estado » español en la Isla.
Las fortalezas, unas más amplias que otras, se convirtieron en base estratégica y sustento del ejército colonial y las fuerzas de voluntarios al servicio ibérico. También sirvieron de reconcentración campesina. En el empeño, dice José A. Martínez-Fortún y Foyo en los Anales y Efemérides de San Juan de los Remedios y su Jurisdicción, contaron con auxilio de emigrados canarios o isleños, y desplazaron en muchas ocasiones el empuje de los insurrectos cubanos.
La arremetida contra los fuertes, por las condiciones topográficas y de bosques vírgenes en sus inmediaciones, representó el camino exacto que tomaron lo mambises para expandir la guerra en las localidades centrales, y avituallarse de pertrechos bélicos, ropas y alimentos.
Al término de la Guerra de los Diez Años, Martínez-Fortún y Erlés, inversionista español, recibió el título de marqués de Placetas. Hasta entonces los méritos prestados a la Corona española, en contribuciones monetarias para las campañas militares y en la protección de los 32 ingenios de la jurisdicción, permitieron que las pérdidas materiales fueran mínimas entre 1869-1871, y nulas en los siguientes años.
La carencia de armamento convencional para habilitar a los soldados, el regionalismo, la férrea estrategia española en el alistamiento de canarios e isleños en operaciones militares, fueron minando el empuje de la Revolución villareña. En principio, las propuestas de Carlos Roloff y Eduardo Machado de «buscar la salvación avanzando hacia occidente », y la expuesta por Miguel Gerónimo Gutiérrez, de marchar a las zonas orientales y conseguir armamentos para luego regresar al territorio natal, tuvieron sus encontronazos. También la actividad proselitista de la prensa integrista de Remedios, y en general del centro del país, limitaron, a partir del segundo año del levantamiento, el perdurable propósito de guerra.
Centro de la Isla
«â€ ¡Cuba se pierde!†», exclamábamos el día 21 de diciembre de 1868, cuando, tres meses después del movimiento revolucionario de la península, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba, capitales de los departamentos Central y Oriental, se hallaban sitiados por los insurrectos y el fuego de la rebelión ardía en la mayor parte de nuestra preciada Antilla », apunta la Historia de la Insurrección y Guerra de la Isla de Cuba (1872), de Eleuterio Llofriu y Segrera, periodista y narrador español.
No contiene su angustia quien escribe un voluminoso estudio que va al detalle de los acontecimientos bélicos. Advierte el historiador en un sumario escueto que el «Día 6. Alzamiento de Las Cinco Villas. Se proclama el estado de sitio en Sancti-Spíritus.En Camarones, jurisdicción de Cienfuegos, se reúnen un gran número de insurrectos. Destrucción del telégrafo en toda esa comarca.Ruptura de las línea del ferrocarril entre Cienfuegos y Villaclara, y entre Villaclara y Sagua […] Día 7. Acción en Las Cruces, entre Villaclara y Sagua. Asalto y toma de Gí¼inía de Miranda (Trinidad).En Manicaragua, jurisdicción de Villaclara, se reúnen diez mil insurrectos, desarmados en su mayor parte, Sale de la Habana, con dirección á Cienfuegos, una columna de artillería al mando del coronel Morales de los Ríos [...] Día 8. Alarma en Cienfuegos. Los insurrectos llegan hasta las mismas puertas de la ciudad. Salen tropas de Matanzas, Cárdenas, Colón, Villaclara y Sagua, para sofocar la rebelión de Las Cinco Villas ». (Sic).
Eduardo Machado Gómez, en su Autobiografía (1908), comenta sobre el «grito (…) de la Junta en San Gil », y resalta que en la concentración de Cafetal González, el 7 de febrero de 1869, se rebasa los 5 000 villareños y «todos juntos no contaban cuando más con doscientas armas de fuego, casi todas escopetas, y de estas muy pocas nueva ».
El proespañol Emilio A. Soulére en la Historia de la Insurrección de Cuba (1869-1879), ensayo publicado ese último año en Barcelona, va al análisis de la prensa periódica nacional y de la península ibérica. Acota, según «La Época del 10 se espresaba (Sic) en estos términos: Por lo que hoy hemos podido averiguar, aunque muy grave lo de anoche decía de Cuba La Política, es más grave aún el texto del despacho enviado por el general Dulce, y que habríamos querido leer hoy en La Gaceta para que la opinión pública supiera a qué atenerse. Si no estamos equivocados, no es Villaclara sino la jurisdicción de Villaclara entera y San Juan, donde unos 3.000 insurrectos levantaron el grito contra España ».
En la isla, según sus cálculos, «hay ahora más de 70 000 hombres que forman las tropas españolas », y estiman de inmediato el arribo al puerto habanero de otros 20 000 soldados. La Revolución arde por Oriente y Camagí¼ey, ahora sumados los villareños.
Martínez-Fortún y Foyo accede a las Actas Capitulares de San Juan de los Remedios, y revisa la prensa periódica de esa jurisdicción, integrista por excelencia, con El Pabellón de Castilla y El Madrileño, entre los rotativos abanderados. En su cronología indica aspectos del «gran alzamiento en las Villas para secundar el movimiento de Oriente y Camagí¼ey ». Todo transcurre casi simultáneo a los acontecimientos de San Gil y Cafetal González, así como en la acampada en el ingenio Papayal, en Trinidad, o las acciones coordinadas en Cienfuegos, Sancti Spíritus, Remedios y Sagua Grande. Son días en los cuales la guerra se generaliza y predomina la intranquilidad en la población.
«Los hacendados señores Carbó, Font, Boffil y Noriega han armado voluntarios para defender sus propiedades. El primero fundió y montó un cañón para la defensa de su finca », refiere el historiador.
Soulére, el cronista proespañol, por su parte, al evaluar los dos primeros meses posteriores al levantamiento, destaca, según despacho de La Época, rotativo habanero, que las «sublevaciones aumentan […] la toma de Bayamo, lejos de haber puesto término a la guerra civil en la Isla de Cuba, ha quedado sin importancia ni influencia alguna ante la gravedad de los sucesos posteriores […] Según noticias de Villaclara se supo que los insurrectos habían quemado treinta y seis campos de caña en el Jagí¼ey […] La ciudad de Sagua la Chica fue declarada en estado de sitio, al saberse que 400 insurgentes operaban en aquella región […], y los encuentros que tuvieron lugar en Remedios, Sagua la Grande, Villaclara, Cienfuegos y Trinidad, no podían ser considerados más como escaramuzas que descubrían la táctica de los rebeldes, que consistía en guerrillas continuadas, para cansar a las tropas y causarles el mayor daño posible. Aquella guerra tan fatigosa, ayudada por las condiciones del clima, producía numerosas bajas a nuestras filas ».
Son reiteraras las quemas de ingenios y la emancipación de las dotaciones de esclavos, incluidos los jornaleros asiáticos. Llofriu y Segrera advierte que no «descansaban las tropas ni los voluntarios, así es que los insurrectos no podían estar mucho tiempo en un mismo punto, y se hallaban en continua acción, solo verificando algunas sorpresas, como cuando creían inferiores en número las fuerzas de los españoles. Entre los laborantes de la península y los insurrectos, había correspondencia continua, y los espías traían y llevaban los pliegos, valiéndose de los ardides más extraordinarios ». De esa manera transcurren los meses finales de 1869. A pesar de la gravedad de los hechos, así como los azotes de cólera, fiebre amarilla, sarampión y viruela, en Remedios celebran las tradicionales parrandas entre barrios y hay retreta de Nochebuena en la plaza de Armas, resalta Martínez-Fortún y Foyo.
En abril de 1870, catorce meses después del inicio de la insurrección villareña, en Remedios «se nota gran movimiento de tropas […] Es un verdadero campamento. Se encuentran aquí los voluntarios […], el bon. deSimancas, el de Marina, los voluntarios de Gí¼ines, los Tiradores de la Muerte y las columnas de Fortún y Sánchez Bueno », indica ese historiador. Son los días en que Miguel Gerónimo Gutiérrez muere en Monte Oscuro, predio espirituano.
A partir de entonces otros fuertes se edifican, con materiales consistentes y el anhelo de coartar los desplazamientos por zonas de Guaracabuya, Taguayabón, Reforma, Camajuaní, Placetas y Jobo Rosado. Los insurrectos para conseguir una yegua o escopeta bocúa –trabuco–, con boca acampanada en el cañón, o «el Springfield, el Relámpago, el Winchester calibre 44, la carabina Remington calibre 43 y el Máuser de alcance de 2400 yardas », tienen que arrebatarlo a las fuerzas españolas en el combate, refiere Llofriu y Segrera.
A principios de mayo comienza la construcción de la trocha de Júcaro a Morón. En octubre, subraya Martínez-Fortún, «Reina bastante tranquilidad en Cinco Villas », y aguardan la llegada del comandante general Manuel Portillo y Portillo, apodado el «pacificador » de la región, cuando en realidad las fuerzas revolucionarias ante la ausencia de armamentos de guerra se dispersan a territorio camagí¼eyano y oriental.
Llofriu y Segrera asegura que «De la Vuelta Abajo, fueron al departamento Oriental los cabecillas Salomé Hernández y Juan Cavada. Negros eran los que con ellos iban […] casi todos en cueros, llevando solo un pedacito de saco de henequén por delante ».
Muy similar es la historia que recrea Manuel de la Cruz en los Episodios de la Revolución Cubana (1890), cuando en « ¡A caballo! », antes de terminar el segundo año de la Guerra Grande, el coronel José Payán, uno de los organizadores de la infantería villareña por zonas espirituanas, decidió que sus jinetes bañaran las bestias en el remanso de un río, y entre «relinchos de refocilamientos […], de pronto se oyen disparos de fusiles […], sin tiempo para más […],desnudos, descalzos, sin espuelas, chorreando agua, saltaron sobre los mojados corceles […], y el clarín tocó a degí¼ello […]; los desnudos cayeron sobre el enemigo como una racha […] con el uniforme de Adán, terribles en su bélico impudor ».
El historiador José Miguel Abreu Cardet en análisis del Diario de Campaña de Calixto García íñiguez, retoma una carta del mambí oriental fechada el 7 de octubre de 1871 y dirigida a Carlos Manuel de Céspedes, presidente de la República en Armas: «nos ha preocupado sumamente el estado de «Las Villas » y comprendiendo la necesidad de pertrechar suficientemente las tropas de dicho estado […] Confíe Ud. en que por nuestra parte se están haciendo los mayores esfuerzos para entregar a los de Las Villas la mayor cantidad de pertrecho que nos sea posible; y hace Ud. muy bien creyendo en que nosotros sabremos sacrificarnos para auxiliar a nuestros hermanos cualquiera que sea el estado en que nos encontramos ». Después los diferentes planes de invasión fueron variando hasta que llegó 1875 con la propuesta de Máximo Gómez, el Generalísimo.
Un elocuente testimonio aporta el capitán de infantería Antonio del Rosal y Márquez de Mondragón en Los mambises: Memorias de un prisionero (1874), quien durante 56 días permaneció detenido en zonas de Manzanillo por las tropas del Mayor General Calixto García íñiguez. Son las semanas previas y posteriores a la deposición de Céspedes.
El militar español cuenta sobre el arrojo y astucia de los insurrectos, y del «gran conocimiento que del monte tienen […] Son sobrios a la par que voraces: es decir, cuando carecen de recursos, que es casi siempre, se alimentan tan ligera y frugalmente que parece imposible que puedan sostenerse; pero en cambio, comen, cuando tienen qué, con tal intemperancia que causa asombro ». ¡Así fueron nuestros mambises! en irredentos campos del centro-oriente cubano.