Nada de capitulaciones: primero fue la Protesta de Baraguá, y después el General de Brigada Ramón Leocadio Bonachea trazó similar camino en el Jarao, el 15 de abril de 1879, hace ahora 140 años.
Profundos epitafios en el campo insurrecto quedaron después de la frustrada Guerra Chiquita. A pesar del balance negativo el capitán general Camilo García de Polavieja y del Castillo-Negrete en la memoria del Mando en Cuba (1896), advierte que «Ni la paz del Zanjón, ni el modo como se puso término á la segunda guerra separatista […], fueron seguidas inmediatamente del inicio de una conspiración que subsiste aún ». El texto se refiere a diciembre del año 92*, pero desde antes hubo una aclaración.
Desde principios de 1879, acota José Luciano Franco, «Maceo encargó al general Ramón Leocadio Bonachea el último jefe cubano en aceptar la capitulación, de paso por Jamaica y Manuel Codina, difíciles comisiones confidenciales ». Incluso, cuando escribe carta al protestante de Jarao, a Bonachea, especifica que toda «empresa […] es ardua y peligrosa y no está demás ninguna precaución que tomemos para no exponer a los que confían en nosotros », subrayó, según el historiador.
A finales de ese año, destaca Franco que Maceo se «ilusionaba en partir para Cuba con un buen contingente, acompañado del brigadier Francisco Borrero y de los generales Ramón L. Bonachea y Vicente García ». Después todos los proyectos cambian al conocerse la azarosa capitulación de las fuerzas revolucionarias en Oriente y Las Villas. Fue el fin de la Guerra Chiquita.
Del encontronazo entre alientos y desánimos, en nada se detienen las aspiraciones de los emigrados dispuestos a invadir a la Isla. Desde Santo Domingo, el 13 de septiembre de 1883, el general Bonachea escribe a Maceo «invitándolo a participar en la proyectada insurrección. En la contestación que le da, está presente toda la esencia del juicio […] sobre las exhortaciones que recibe », indica Franco.
En la respuesta hay una evaluación objetiva: «falta de suficientes elementos materiales y del dinero necesario para proceder de conformidad con las urgencias del caso […] A mi juicio, no es honrado violentar una revolución que no tenga por objeto el laudable fin de encerrar en sí, todos los elementos que deban concurrir a ella », añade.
En noviembre de ese año, resalta José Luciano Franco que Maceo desde Honduras escribe al coronel Fernando Figueredo Socarrás, residente en Cayo Hueso. Aborda «las imprevisiones cometidas, pese a ser hijas del buen deseo y patriotismo de los emigrados hacia la causa de la libertad, no solo por la prensa cubana, sino también por las indiscreciones del general Bonachea, con cuyos procedimientos no puede estar de acuerdo ».
A Cirilo Pouble Allende y al general Bonachea, manifestó Maceo, según texto que recoge Franco, que la «Revolución de hoy debe obedecer a un plan uniforme de acción, compacto en la forma y los hechos, de realización simultánea y con los preparativos que requiere un movimiento que comprende la cooperación de todos […]; ¿por qué llamar la atención del enemigo que debe ser sometido a un movimiento formidable? », recalca el historiador al recoger aspectos de la misiva.
Con seguridad Maceo refirió, entre otros tópicos, aspectos de la «Proclama » suscrita por Bonachea «A los habitantes de Cuba y a los emigrados », aparecida en Nueva York en agosto de 1883. El texto, en sus párrafos, indica que las «diferentes asociaciones patrióticas existentes en Cayo Hueso, Nueva York y México, se han apresurado en ofrecer su apoyo moral y material y frases que me han dirijido (sic) me infunden nuevo aliento para proseguir por la senda que me he trazado.
« ¡El pueblo cubano, amante de la libertad, responde, y ha llegado el momento de empuñar las armas!
«Yo, oscuro soldado de Cuba, obedezco al deber imperiosos que me ordena ir a la lucha por libertarla ». Son tres de los más significativos párrafos.
La «Proclama… » de Bonachea tiene las certificaciones de Cirilo Pouble Allende, secretario del Comité Revolucionario Cubano de Veracruz, así como de Manuel de la C. Beraza, con igual cargo, y de Salvador Cisneros Betancourt presidente del Comité Patriótico Organizador de la Emigración Cubana, respectivamente. También Fernando Figueredo, José Dolores Poyo y Marcos Gutiérrez, del Comité Revolucionario Cubano de Key West, condado de Monroe, Fla, y F. Varona P, del Club Independencia 1, refrendan el documento.
No obstante, a esas tentativas, con anterioridad, se sumó el Plan Gómez, o de San Pedro Sula, así como los propósitos de insurrección de Maceo, y de otros proyectos aislados de insubordinación. A pesar de todo, «algunas expediciones preparadas, no pudieron salir; y otras, que desesperadamente y fuera de todo juicio y cordura se lanzaron a la aventura, terminaron desastrosamente, como las muy heroicas, pero muy desdichadas y muy impensadas, de los inolvidables Limbano Sánchez y Bonachea », se añade en Juan Gualberto Gómez: Por Cuba Libre (1954), de Emilio Roig de Leuchsenring.
En ese contexto están las expediciones del brigadier Carlos Agí¼ero Fundora, de abril de 1884, así como la encabezada después por el general de división Ramón Leocadio Bonachea Hernández, y por último la dirigida por el también brigadier Limbano Sánchez Rodríguez, liquidada por delación al pisar tierra en zonas orientales. Demasiado arriesgadas y desconectadas las aspiraciones de Agí¼ero, Bonachea y Sánchez, quienes desoyeron consejos.
Juan J. E, Casasus, en Ramón Leocadio Bonachea: El Jefe de la Vanguardia (1955), biógrafo de ese patriota nacido en Santa Clara, y protagonista de la Protesta de Jarao, Hornos de Cal, antes de abandonar tierras espirituanas el 15 de abril de 1879, aclaró que Martí, «cuando se enteró de que pretendía volver a Cuba, le escribió varias cartas tratando de convencerle que el momento no era oportuno ». Añade Casasús que «Bonachea tenía ante sí la promesa hecha en Hornos de Cal y el compromiso contraído con la Emigración ». Ya no habría marcha atrás.
Gómez recordará en la Circular de agosto del 86, dice Enrique Trujillo en Apuntes Históricos (1892), que «dos años de continuados trabajos conforme a la pobreza de nuestros recursos intelectuales y materiales para levantar armada la Revolución […], anuncia las causas del fracaso », y destaca que Cuba podrá contar con su disposición combativa «mientras sea esclava, siempre preparados y dispuestos a servirla », subraya.
En diciembre de 1887 Martí escribe a Gómez, y dice: «Se están reuniendo de todas partes a la vez, y de un modo natural y espontáneo, los elementos de la guerra en la Isla, con cuya actitud y voluntad hemos de contar, y a los que tenemos a un tiempo el derecho de aconsejar y el deber de oír […] Debemos, pues, organizar la guerra que se aproxima […] La revolución surge, y nosotros podemos organizarla con nuestra honradez y prudencia, o ahogarla en sangre inútil con nuestra torpeza y ambiciones ».
Es una década, añade Manuel Piedra Martel en Mis primeros treinta años (1943), que existía en Cuba una «corriente revolucionaria [que] iba oculta por el subsuelo; pero tan impetuosa, que en ocasiones brotaba y se manifestaba en la superficie », mientras en Desde el Zanjón hasta Yara (1899), Luis Estévez Romero advirtió que, a pesar del balance negativo, «la mina seguía cargándose », hasta desembocar en malestar total.
Prosiguen las llamas
En Mando en Cuba (1896), García Polavieja, el Capitán General, organizó un «Gabinete Particular » para acallar y barrer el bandolerismo. Alertó que los cubanos «Vencidos, pero no resignados, y acariciando siempre la aspiración á la independencia […], no cejan […], si es preciso, por las armas el triunfo de sus ideales ». Años antes, en los «Partes de novedades en la persecución del bandolerismo », correspondientes a los años 1890-1891, precisó que «Una verdadera situación excepcional atraviesa esta isla. Ese estado ni de paz ni de guerra: sostenida la intranquilidad » que ya se respira con los intentos de rebeldía y organización revolucionaria.
No era necesaria la reflexión. Antes, Máximo Gómez en Cartas a Francisco Carrillo (1971), desde Matachín, Istmo de Panamá, notificó en su correspondencia que «es mejor no apurarse por nada de este mundo porque de nada nos valen las fatigas, lo que debe suceder sucede y los mejores planes salen fallidos y las más sabias combinaciones perdidas ».
En 1889 surge un acontecimiento curioso y de profunda trascendencia: el emigrado villaclareño y comandante del Ejército Libertador, Gerardo Castellanos y Lleonart, natural de Puerta de Golpe, después La Esperanza, creó en Cayo Hueso un centro revolucionario, con carácter secreto. Fue nombrado La Convención Cubana, y los emigrados harían propaganda en Estados Unidos y la Isla para provocar la insurrección armada interior, y se comprometían a auxiliar las expediciones del exterior.
Al año siguiente el general Antonio Maceo, en visita de «negocios » embarca hasta Santiago de Cuba, y en el tránsito a la Habana visita Gibara, Nuevitas, lugares en los que atrae, incluso, a la burguesía criolla. Hay planes conspirativos y en agosto lo expulsan junto a otros patriotas. Un mes después, en Kingston, entabla otro programa de insurrección junto a las orientaciones de Martí, quien dice «A los Cubanos », en octubre de 1890 que «Nuestra Revolución está en marcha: y la utilidad de lo que se dice hoy no se verá hasta mañana. Decir es hacer, cuando se dice a tiempo », y otra llama brota en todos.
Collazo en Cuba Heroica (1912), describe por esos años a Martí, como «un hombre ardilla ». Son los días previos, a enero de 1892, cuando se plantea la redacción, discusión y aprobación de las bases y estatutos del Partido Revolucionario Cubano. Otras contingencias aparecerían, pero los tiempos plenos estaban por llegar con insistentes brotes y olor a pólvora.
*Se refiere en la información cursada al ministro español de Ultramar en 1892.