Manuel, el joven que vivió en una burbuja

Las vivencias de Manuel Hernández Martínez durante la etapa difícil de la COVID-19.

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Manuel Jesús Hernández Martínez, técnico del Laboratorio de Biología Molecular de Villa Clara.
«Espero graduarme a inicios del próximo año y seguir mi trabajo en el Laboratorio, en busca siempre del bienestar humano», expresa Manuel Jesús Hernández Martínez. (Foto: Ramón Barreras Valdés)
Ricardo R. González
Ricardo R. González
@riciber91
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22 Junio 2023

Manuel Jesús, cuéntanos parte de tu historia cuando a los 23 años llegaste el Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología (CPHEM) de Villa Clara para descubrir sus laberintos como técnico de análisis clínico…

Ahora tiene 27 años y su mayor anhelo es concluir la licenciatura en la especialidad en enero próximo.

Sus apellidos son Hernández y Martínez. Agradece a su familia y a la vida dotarlo de un gran sentido de la responsabilidad, a pesar de su juventud, en contiendas o pruebas de fuego que no han resultado fáciles.

—¿Cómo fue aquella experiencia cienfueguera con el paludismo?

—Hasta ese momento, la Dra. María de Lourdes Sánchez Álvarez, directora del Laboratorio, y yo habíamos hablado sólo una vez, y terminé con ella en Cienfuegos ante un brote de paludismo que requirió, además, la participación del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK) y de la provincia de Matanzas.

—¿Del trabajo en los hallazgos de tuberculosis (TB) pasaste de lleno a la COVID-19?

—Fue la segunda vez que la Dra. Lourdes Sánchez se sentó a hablar conmigo. Me preguntó si deseaba incorporarme al Laboratorio de Biología Molecular. Era una situación muy similar a la de la TB, pues se trataba de una enfermedad muy infecciosa y eran necesarias muchas medidas de bioseguridad. Sabía cómo cuidarme, que debía permanecer en cabina, trabajar con mascarillas y sobrebatas a pesar del intenso calor que provocan.

—El trabajo en la base de datos, ¿un eslabón primario?

—La propuesta inicial era trabajar en esta base con la computadora, pero allí permanecí sólo una semana. El panorama pandémico comenzó a complicarse y voluntariamente me sumé al grupo para ayudar a mis compañeros, que tenían una labor muy delicada y me propuse hacer lo mismo que ellos.

—Y viviste el período más agudo…

—Me inserté en los turnos de trabajo, algo difícil porque al principio eran de 24 horas, desde las 8:00 de la mañana hasta igual hora del siguiente día. Íbamos a la casa y de nuevo otra jornada en medio de tensiones, preocupaciones... Vivíamos en una burbuja, no sabíamos qué pasaba en el exterior, si había sol, si llovía o ya era de noche, ante la llegada de un número cada vez mayor de muestras.

«Cuando empezamos a trabajar, éramos dos equipos. A medida que se complicaba el mundo con la pandemia, en Cuba también aumentaba su incidencia. De nuestros laboratorios salió la confirmación de los primeros casos positivos en el archipiélago… No había dudas. Era real».

Manuel Jesús Hernández Martínez trabajando en el Laboratorio de Biología Molecular de Villa Clara.
La práctica con tantas técnicas modernas se adquirió sobre la marcha a partir de la superación personal, porque el panorama de la COVID-19 era crítico y no había tiempo para muchas explicaciones. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

—En el orden personal, ¿cuál resultó tu momento más complejo?

—El brote registrado en el hogar de ancianos número 3 de Santa Clara. Aquello me estremeció, primero por la edad de los abuelos y también porque creo que, mediáticamente, fue el episodio de mayor repercusión en el país a lo largo de la pandemia. Cuando Cuba reportaba en aquellos momentos 15 o 20 enfermos, que un territorio registrara 31 casos en un día era crítico. Sin dudas, lo que más me impactó.

«Varias veces nos mirábamos ante esa estadística, pero nunca desconfiamos del trabajo en equipo. Los controles de calidad demostraron su veracidad. Tener a la Dra. Lourdes Sánchez al lado es algo muy valioso».

—La has mencionado varias veces en la conversación. ¿Qué opinión te merece?      

—Una profesional de pies a cabeza, que no pierde su sentido de humanidad; sin ella hubiesen sido imposibles los resultados y tiene mucho más valor el hecho de que compartía los momentos más difíciles. Reiteradas veces la sorprendió el amanecer aquí y todos los casos positivos pasaban por sus ojos, hasta que ella no vio que teníamos las alas para volar, no nos soltó; de hecho, nunca nos suelta, es muy obsesiva, pendiente de que cada detalle del trabajo evolucione con buena dinámica y por algo se ha ganado el reconocimiento a todos los niveles.

«Basta mirar la infraestructura que tenemos, y si no llega a ser por ella no hubiera sido imposible. Al principio sólo existían dos laboratorios de Biología Molecular en el país, ubicados en La Habana y Santiago de Cuba, y por la confianza depositada en ella se decidió habilitar también el de Villa Clara. Para mí, y sin fanatismo, es una de las investigadoras más importantes que existen en Cuba, por lo que constituye un privilegio compartir con ella cada jornada laboral».

—¿Cómo impactaba en ustedes confirmar la positividad de los pacientes?

—Al principio fue muy complicado ante tantos casos positivos. Nos dolía que saliera cualquier persona, porque somos humanos, pero más cuando se trataba de un niño o un anciano. La vida nos impuso crear una especie de escudo para soportar el impacto de nuestra sensibilidad. Ello obligaba a ser más profesionales en nuestro trabajo, más responsables con la disciplina, la exigencia.

—¿Qué pasaba en el colectivo en los momentos agudos de la epidemia?

—Pasamos un tiempo mal, La palabra PCR son tres letras, pero detrás hay mucho trabajo, desvelos e impaciencia. En ocasiones hacías una labor muy minuciosa y el montaje de las muestras no salía bien. Demandaba empezar de cero un proceso que demoraba cuatro horas; pero tenía que salir el diagnóstico. Con el tiempo dominamos la dinámica y resultaba más sencillo.

«Nos dábamos ánimo, nos apoyábamos, hicimos una pequeña familia en el ámbito laboral. Días de salir para Corralillo a las 11:00 de la noche a tomar muestras sin saber la hora de regreso, y mientras tanto los compañeros aguardaban horas en el laboratorio para procesarlas».

—¿Cómo se daban ánimo y eliminaban un cansancio extenuante?

—Como se dice en buen cubano, «dando cuero» (bromear a costa de alguien), con jaranas, dichos, chistes, sin que interfirieran en la calidad del trabajo. Un tiempo muy difícil, pero quedan los buenos momentos.

—¿Y cómo superabas la disyuntiva entre el trabajo y la familia?

— Fue muy difícil, sufrí más por ella que por mí al ver sus preocupaciones. Yo no era capaz de darme cuenta del riesgo, aunque no tuve miedo porque me decía: si estudié para esto, tengo que hacerlo, y ojalá que no, pero con el tiempo, quién sabe si tenga que enfrentar otras pandemias.

«Me preocupaban más las horas que no compartía con mis seres queridos, con mi mamá, con mi papá, con mi novia, que es mi esposa en la actualidad. Perdí la noción del tiempo, porque en el hogar era prácticamente durmiendo, apenas compartía yo con ellos. No me di cuenta hasta unos meses después».

—Llegó el día en que la pandemia tomó cierto nivel de descenso, ¿qué pasó en el colectivo?

—Después trabajábamos un día y descansábamos más horas. Lográbamos compartir más en familia. Con la disminución de los casos se vio el efecto de la vacunación masiva, pero debe quedar claro que nunca se ha acabado el virus. Ya la vida no era del laboratorio a la casa y viceversa.

—El tiempo pasa, ¿podrán seguir contando contigo en los venideros?

—Estoy listo para lo que la Dra. Lourdes Sánchez me indique, aunque debo agregar que la tercera vez que se sentó conmigo a conversar terminé en Santiago de Cuba adiestrando a unos compañeros con un equipo que teníamos acá.

«Me lo dijo un domingo por la tarde estando yo en mi casa: "Dime sí o sí". No había tiempo que perder, y al día siguiente me habló del viaje para la provincia oriental por espacio de una semana.

Y así fue, largas jornadas de trabajo con un trato excepcional. Santiago nos demostró su gran hospitalidad. Ahora estoy a la espera de que por cuarta vez la doctora Lourdes Sánchez se siente a conversar conmigo sobre una nueva encomienda».

—¿Y no te arrepientes de haber vivido la realidad de una cruda pandemia desde el «ojo del huracán»?

—Nunca me arrepiento de nada. Todo lo he pensado bien antes de hacerlo y saqué muy buenas experiencias, elevé mi nivel profesional, conocí a muchas personas de diferentes provincias e incorporé otros créditos académicos. Tenía 23 años cuando empecé aquí, cumplí los 24 y un día después ya estaba de lleno en la COVID-19.  Sin duda, viví en una burbuja que, felizmente, concluyó.

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