A Orlando Delgado Trujillo se le entiende poco lo que habla. Dispara a ráfagas las palabras, como si anduviera apurado por volver al trabajo. Su hijo, Yarobis Delgado Mendoza, parece haber «heredado » ese exceso de velocidad, alternado a veces con un leve tartamudeo.
Además del lazo familiar y la rapidez en la expresión, a estos dos los une el azúcar. ¡El grano, no la diabetes! Dejemos ese punto claro, o verde oscuro, como la meladura que se cocina en los tachos del central Carlos Baliño, celosamente vigilada por ellos. El padre, como jefe de la brigada de cristalización; el hijo, como puntista B.
Más sabe el puntista por viejo...
Orlando Delgado Trujillo ha sido escuela e inspiración para su hijo Yarobis. Ambos trabajan en el área de fabricación del central Carlos Baliño, de donde han salido unas 1 500 toneladas de azúcar por encima de las previstas para la industria dominicana en la actual zafra. (Foto: Ramón Barreras Valdés)Delgado Trujillo ha pasado los últimos 45 años de su vida dentro de un ingenio azucarero. Conoce, porque los trabajó, casi todos los oficios relacionados con la fabricación del crudo.
Esa sabiduría obrera es la que ha procurado transmitir a su descendencia, en momentos en que esa práctica parece haberse esfumado, junto con los cientos de trabajadores que se despidieron del sector, en busca de otros horizontes. Pero el azúcar seguirá necesitando personas que la fabriquen.
«Nosotros tendremos que dejarla, cuando los años no nos den para más. Por eso preparé a mi hijo, ayudé también a mi sobrino, y continuaré formando jóvenes, sean o no de mi familia, pues hay que abrirles paso, garantizar el relevo », asegura el veterano.
El jefe de la brigada de cristalización solo pone dos requisitos a sus alumnos: «un nivel cultural aceptable, como un "doce" grado, y amor por la tarea ». A juicio de este viejo azucarero, solo así podrán asimilar bien sus enseñanzas y esparcir, en el futuro, nociones propias.
Hijo de gato...
Yarobis Delgado Mendoza ha aprovechado bien las enseñanzas de su padre, en estos seis años en la industria. Todo cuanto sabe de tachos, cristales, meladuras, se lo debe a él. Y pone todo su empeño por aprender, en el menor tiempo posible, lo que aún le resulta desconocido, o lejano.
« ¡Todavía no le llego ni a las rodillas al viejo! », dice el muchacho. Y no bromea. Uno podría leer los libros y, en poco tiempo, aprender algo de esa etapa del proceso de elaboración del crudo. Sin embargo, el de puntista no resulta un oficio simple, aunque las máquinas y relojes de la industria lo hayan simplificado un poco.
«Requiere una concentración inmensa, los cinco sentidos en función de lograr la cristalización óptima del grano. Lo haces mejor si has pasado más tiempo frente a los tachos; si has observado más veces el cristal, embarrado de esa mezcla negruzca, azucarada », comenta.
Para Delgado Mendoza, la ventaja radica precisamente en tener la ayuda de personas que han vivido ya muchas zafras, como su padre.
«Los jóvenes tenemos deseos de trabajar, pero en ocasiones ese impulso nos lleva por caminos errados. Lo mejor es combinar experiencia y lozanía », asevera.