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18 Abril 2015

Luego del bombardeo, el 15 de abril, a las instalaciones de Ciudad Libertad y las bases aéreas de San Antonio de los Baños y Santiago de Cu­ba, el segundo jefe del grupo de artillerí­a, primer teniente Santana Mon­zón, recibe la orden de organizar la marcha desde La Cabaña por el itinerario Monu­men­tal-Ví­a Blanca-Matanzas-Carre­tera Central, hasta el poblado de Jovellanos, donde se precisarí­an las misiones posteriores.

Coronel de la reserva de las FAR Guido Santana MonzónDespués de Girón, el coronel Guido Santana Monzón cumplió numerosas misiones militares, entre ellas Angola, donde fue herido en combate. Dentro de su especialidad llegó a desempeñarse como jefe de Artillerí­a del Cuerpo de Ejército Las Villas. (Foto: Archivo de Vanguardia)

  «Nos habí­amos hecho oficiales de artillerí­a en solo cuatro meses. La noche del 16 dormimos poco y tensos, junto a las piezas o sobre los camiones, luego de escuchar las palabras del Comandante en Jefe durante la despedida de duelo a los caí­dos bajo la metralla de los aviones enemigos camuflados con la insignia de las nacientes FAR ».

Despuntaba el claro sol de abril por el oriente. Difí­cil era imaginar que al sur se estuvieran realizando ya acciones comba­tivas por unidades de infanterí­a miliciana: el 339 Batallón de las MNR cienfuegueras, en desiguales condiciones, se enfrentaba a la brigada mercenaria 2506, apoyada por buques y aviones de guerra...

«Ya a esta hora la fuerza enemiga tení­a en sus manos la cabeza de playa y, en general, la plaza de armas que se habí­a propuesto. Para nosotros el teatro de operaciones militares se presentaba en extremo complejo, principalmente para la artillerí­a y los tanques por los pasos obligados, terrenos cenagosos y tupida vegetación costera, un verdadero reto para el despliegue de las unidades en orden combativo, así­ como para la exploración óptica.

«Poco habí­amos avanzado cuando nos sobrevuela el primer avión enemigo, un B-26 que pasa a un flanco de la columna pero que, sin acercarse, sigue vuelo rumbo norte [...] Ya divisábamos la torre del central cuando a nuestro encuentro sale el capitán Fernández, quien en la práctica asumí­a el mando de las tropas que iniciaban las operaciones por la dirección Australia-Playa Larga-Girón.

«Comenzamos entonces el desplazamiento con medidas extremas de seguridad y enmascaramiento hasta el lugar indicado, y que resultó ser unos claros en el monte, hechos por los carboneros junto a la carretera, de muy reducidas dimensiones, unos 60-80 metros. A simple vista nos decí­a que solo era posible ubicar las cuatro baterí­as en forma escalonada, dos delante y dos casi directamente detrás, a menos de 500 metros con la carretera como eje de la Dirección de Vigilancia, término empleado en la Artillerí­a Terrestre para indicar la dirección en que por los instrumentos deben ser orientadas las piezas o cañones pa­ra realizar el tiro, que pronto sentirí­a el enemigo ».

Todaví­a el sol no habí­a alcanzado el cenit y ya se disponí­an los artilleros a ocupar con rapidez sus posiciones de fuego en las llamadas tumbas del monte. Afanosamente hací­an esfuerzos para fijar las flechas de las piezas en el duro terreno cubierto de una ligera capa vegetal y una cercana placa de piedra caliza por la que se extendí­a el manto caracterí­stico de la faja que limitan los pantanos de la tierra firme casi en toda la vastedad de la Ciénaga de Zapata.

Para proteger sus desembarcos las fuerzas mercenarias concentran el ataque, fundamentalmente en los pasos obligados: Pálpite, en la carretera de Covadonga-Girón y Soplillar, en la carretera hacia Playa Larga.

«Los jefes de las cuatro baterí­as hací­amos esfuerzos por lograr la rápida orientación de las piezas, así­ como la descarga y ordenamiento de las municiones, facilitando de este modo la desconcentración enmascarada de los vehí­culos, remolques y auxiliares en la cercana retaguardia. Escogimos, mapa en mano, la posible ubicación del Puesto de Mando y Observación necesarios para la corrección del fuego y que, según los indicios, era el único que podí­amos desplegar en aquellas condiciones del terreno.

«Pronto se nos hizo evidente la cercaní­a de las fuerzas enemigas; los disparos de nuestra infanterí­a se sucedí­an desde las posiciones ocupadas, a derecha e izquierda de la carretera, incluso, detonaciones de arma de mayor calibre retumbaban en el interior del monte hacia el flanco izquierdo, ya que habí­amos hecho contacto con el enemigo en varios puntos ».

«Continuó el avance en busca del lugar seleccionado y penetraron en los lí­mites de alcance de una sección de morteros de 81 mm. El primer estallido se produjo a unos escasos 80-100 me­tros, sucedién­dose otros hacia la derecha, dentro del monte.

«Al fin logramos malamente identificar la ubicación aproximada de los soldados nuestros y, muy confusamente, la del enemigo por algún que otro humito azul sobre el monte y el traquetear de las armas de infanterí­a.

«La alegrí­a de los infantes al ver las explosiones delante fue muy grande; del suelo emergí­an a cada detonación de los 122 mm, piedras y pedazos de árboles y ni qué pensar del mercenario que le tocó en suerte. A nosotros no se nos apartaba de la mente la orden de Fidel: las explosiones delante de la infanterí­a a 500 metros... apoyarlos en su avance hasta salir a Playa Larga.

«Aquello solo fue posible gracias al sacrificio y a la tenacidad con que pueden realizarse acciones de este tipo. Se requirió gran valor para continuar el avance, así­ como de la presión que deben ejercer los jefes militares a fin de que no cese la acción sobre el enemigo ».

Hablando de jefes militares, ¿recuerda alguno en particular?

A los entonces capitanes Rodiles Planas* y al capitán José R. Fernández. Sus conocimientos militares y su fidelidad al Comandante en Jefe imprimieron en aquellas circunstancias la dinámica necesaria para alcanzar la victoria con la rapidez que la situación combativa exigí­a.

Desde su posición, ¿cómo describirí­a los siguientes dí­as hasta la derrota de los mercenarios?

Bien entrada la noche del 17 llegaron a nuestro sector los primeros tanques, eran modelo T34 que carecí­an de visión nocturna y su tripulación, de la experiencia necesaria. Al amanecer del 18 realizamos fuego contra objetivos más próximos al poblado. Ya la resistencia de la infanterí­a enemiga era escasa, y al fin tomamos el caserí­o e hicimos algunos prisioneros, pues la mayorí­a de los invasores se habí­an replegado hacia Playa Girón por caminos interiores y la carretera.

«Entonces aprovechamos para desplazar el grupo y acercarlo a Playa Larga. Luego de reorganizarnos, avanzamos hacia Girón, donde nos sorprende la noche del 19 de abril. Cansados, pero más libres de la tensión de las horas pasadas, cada cual fue buscando su camión para dormir.

«Al amanecer nos llegó la orden de trasladarnos hacia La Habana con urgencia, pues se comentaba la posibilidad de nuevos desembarcos. El 21 estábamos en la capital con la misión de defender la bahí­a y el aeropuerto de Boyeros.

«Girón ya era historia. Juntos, en menos de 72 horas, nues­tras nacientes infanterí­a miliciana, artilleros y los tanquistas habí­amos librado el primer combate victorioso en defensa de la Revolución y la Patria, bajo la dirección de Fidel ».

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*Hoy General de División Samuel Rodiles Planas, y presidente del Instituto de Planificación Fí­sica.

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