Laura Rodrí­guez Fuentes
Laura Rodrí­guez Fuentes
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01 Junio 2014

Nuestras madres jugaron con pomos de penicilina vestidos con retazos de tela, para convertirlos en muñecas. Los hombrecitos recogieron gí¼iras verdes, les colocaron cuatro palos a modo de patas para formar vacas. Desde edades tempranas les enseñaron a respetar, a hacerse independientes, a marchar al surco sin replicar.

Nosotros, la generación de los 90, no tuvimos play station ni DVD. Heredamos unos cuantos libros soviéticos, de esos que moví­an los personajes en su interior o levantaban castillos al abrirlos por la mitad. Leí­amos Pintacuentos y aquellos folleticos con las historias clásicas de Hans Christian Andersen.

Recriminamos la actitud de aquel niño egoí­sta de Para la vida que tení­a una bicicleta y no se la prestaba a sus amiguitos del barrio.

Tuvimos dientes plásticos de Drácula y ranas verdes que olí­an a petróleo, objetos artesanales comprados en los carnavales.

En el cí­rculo infantil muchos «jugaron a meterse cosas sucias en la boca », como canta Frank Delgado: plastilina, pedazos de fango, crayolas; a chocar «cabezas locas ». Nos sentí­amos importantes cuando adquirí­amos un chicle que por dí­as atesorábamos en el refrigerador.

Desde edades tempranas desarrollamos una propensión especial a las colecciones. Eran los envoltorios de jabón, galletas y caramelos, los cuales, en su mayorí­a, nunca olimos ni comimos.

Los padres gritaban a las siete en punto para que fuéramos a bañarnos y a comer. Jamás nos chantajearon con regalos si querí­an que nos portáramos bien. Tomaban una correa o un «chucho » de guayaba y rápido lograban disciplinarnos.

Ellos no iban a las escuelas a discutir con las maestras por un coscorrón ni una mala nota. Así­ nos enseñaron a asumir errores.

Todos los lunes en la tarde tomábamos asiento frente al viejo televisor con el Tic tac dice el reloj para escuchar las canciones bellas e ingenuas de Arcoí­ris Musical.

Supimos de las guerras imperiales, del uranio empobrecido en Yugolasvia. Guardamos las fotos del niño Elián. Cantamos el tema del prí­ncipe enano.

Así­ fuimos felices. Mientras, en otro lado del mundo, el efecto mariposa obligaba a otros a comer tortillas de barro, a morir de inanición, a cuidar a sus hermanos, a contraer matrimonio aún impúberes. Soportan largas jornadas de trabajo, ven morir a su familia, son discriminados. No conocen de la existencia de derechos ni de un Dí­a Internacional de la Infancia.

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