Liena Marí­a Nieves Portal y Giovany Peñate Cruz (estudiante de Periodismo)
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15 Febrero 2016

Para el amor no existen recetas ni conceptos; se siente, no se escribe; lo viven los afortunados y lo imaginamos casi todos en algún punto de nuestras vidas. La idealización forma parte de este ritual tan primigenio como básico, pues enamorarnos implica que re decoremos la realidad con tal de que se acomode a nuestros estándares, o a los de quienes ejercen un «voto » de peso sobre las decisiones personales.

Y no es fácil complacer a todos.

corazón(Foto: Internet)

Lo que se busca a los 13 años no se parece a lo que sentimos con 16, y si a los 21 nos creemos invulnerables a las pifias de principiantes, solo se justifica porque aún no llegamos a los 30 y las prioridades amorosas todaví­a se asemejan al guión de una comedia romántica. Cada etapa tiene sus dudas y clichés, sus enseñanzas, necesidades y tropezones, y en nombre de la salud espiritual, el sentido común apunta a embrollarnos con lo que nos toca y dejar para luego lo que, mentalmente, nos supera.

Por supuesto, no existirí­a psicoanálisis ni clordiazepóxido si la humanidad no rompiera ninguna regla.

Arturo Manuel Noa descompuso a los 14 todo lo que su familia estableció como bien visto y justificable: en noveno grado perdió la cabeza, la virginidad y la compostura por una muchacha 11 años mayor. A la altura de sus 38, la historia le resulta graciosa, aunque, desde su perspectiva actual de padre, no quisiera colocarse bajo la piel de los suyos.

«Dile a un muchacho de esa edad que renuncie al sexo con una mujer hecha y derecha, o que intente prever las consecuencias negativas de una relación tan dispareja, y lo único que recibirás será más rebeldí­a y el doble del encaprichamiento. Mi mamá amenazó con quemarme la ropa para que no pudiera salir de la casa, y mi papá se me aparecí­a en cualquier parte: aquello era un juego del gato y el ratón, pero sus amenazas me resbalaban y lo único que pensaba era en que jamás me cansarí­a de todo lo que estaba experimentando.

«No hay que decir que el romance no llegó a los seis meses y que terminó como mismo empezó, cuando ella quiso. Fue como graduarse en la universidad, con doctorado incluido. Aquel dí­a sentí­ que ya no era el mismo, y la experiencia de ese tiempo fue mi mejor carta hasta que maduré por completo, ya que aprendí­ a detectar la cadencia de las mujeres, lo que quieren escuchar y cuándo lo desean. Fue un romance de juventud y lamento que mi mamá se tomara medio patio de tilo, pero en determinados asuntos, los batacazos enseñan más que los consejos ».

Llamémosla Lily, pues nos pide discreción en cuanto a su identidad. Cumplió 19 el pasado mes de octubre; en noviembre, su novio se convirtió en abuelo.

«En mi casa no quieren saber de él, y yo no necesito a otro, solo porque sea más joven. Luce súper bien para su edad, es un hombre atlético, simpático, inteligente y perfectamente capaz de complacerme en la cama. Tuve algunos novios, todos contemporáneos conmigo, y siempre terminaban en fracasos, ya que no tení­a ningún punto en común con ellos: ni siquiera escuchábamos la misma música.

«Tiene 47, y se adecua sin problemas a mis necesidades. Vamos a la playa o jugamos scrabble, es decir, compartimos lo que nos gusta, sin complejos ni exigencias al otro. De eso se trata el amor, ¿no? Un hombre maduro logra que explores tu cuerpo y tus sensaciones a un nivel superior, nos complementamos en muchos sentidos y me exige que sea mejor, que estudie y me ponga metas. Soy una mujer enamorada y estable y, en estos tiempos, eso es un lujo ».

Seamos sinceros: envejecer resulta uno de los verbos menos felices del vocabulario, mientras que sobran los adjetivos para aderezar el divino estado de la belleza y la frescura. Sin embargo, el intento de moldear el amor a lo que conviene y se estima como cosa aceptable, encabeza el listado de falacias auto impuestas por la humanidad.

Las etapas vitales contienen más de coacción social que de biologí­a. Algunos las transcurren de acuerdo a las leyes del orden moral, mientras que otros amordazan a la censura y viven sus dí­as bajo la venia de sus corazones.

¿Añejo o fruta fresca?

Para Anabel Dí­az Campos, psicóloga del Centro de Prevención de ITS/VIH/SIDA, en Santa Clara, todas las relaciones tienen sus riesgos, ya que nadie está exento de equivocaciones, aún cuando el contexto parezca equitativo desde una perspectiva etaria.

«Las relaciones de pareja con diferencia de edades tienen desventajas desde el punto de vista generacional: no pertenecen al mismo tiempo, por lo que no tienen los mismos intereses ni pueden valorar la vida de igual modo. Las aspiraciones sexuales tampoco coinciden en edades distintas, y partiendo del punto de vista vivencial, las diferencias se pueden acentuar, ya que los miembros de la pareja no han vivido lo mismo, ni comparten las mismas experiencias, emociones o sentimientos.

«Claro está, si se quieren, podrán compenetrarse y no habrá ningún tipo de problema, siempre y cuando logren el equilibrio biopsicosocial , a través de una relación de cariño, respeto, comprensión y entendimiento ».

La cuestión genérica también determina posturas y reacciones sociales: la mujer mayor con el chico joven, encarna la figura de la matrona bella y segura de sí­ misma, que encanta al inexperto con sus artes y actitud; el galán a «media marcha » con la muchachita, clásico titimaní­aco, triunfador en la vida y casi siempre poseedor de un estatus económico más deseable que los besos de Brad Pitt.

Desde Sancti Spí­ritus, Gonzalo Guzmán Jova, de 54 años, desaprueba la disparidad de las relaciones.

«Esa serí­a mi desgracia, saber que una de mis hijas esté con un hombre de mi edad, porque con los años viene la experiencia y la malicia, y a mí­ no hay quien me venga a endulzar la pastillita. A veces me quedo mirando a las chiquitas que no llegan a 20 años enredadas con tipos de 40 y 50, y todo porque tienen un carro o dinero para comprarlas. Lo que siento es lástima, ya que se las dan de vividoras, cuando la verdad es que son ellos los que están aprovechándose de su juventud. Yo no creo que algo así­ pueda funcionar, detrás de eso hay más interés que amor ».

La Licenciada Denyse Hernández Villar, profesora principal de la asignatura de Sociologí­a de género de la Facultas de Ciencias Sociales de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, expone que « la sociedad reprime a través de sus mecanismos de control social informal cualquier acto que transgreda lo normado. Por ello, en correspondencia con la edad que tengamos, nuestros amigos, padres, profesores y sociedad en general, esperarán de nosotros determinados comportamientos y actitudes y reprimirán otros.

«Tal es el caso de las relaciones de pareja. Todos esperan una relación donde las diferencias de edad no sean notables. ¿Por qué? Porque se supone que mientras mayor sea el contraste, mayor brecha existirá entre las motivaciones, necesidades y responsabilidades de las personas. Entonces emergen las dudas sobre la sinceridad y éxito de estas relaciones ».

O sea, la oposición de intereses, aún y cuando existan sentimientos de amor, constituyen un freno real para las parejas...

Claro que pueden llegar a ser un obstáculo serio. En muchos casos ocurre que una de las partes trata de llevar al otro a su ritmo y estilo de vida, lo cual no fructifica casi nunca, porque llega un momento en que comienzan a darse contradicciones entre quienes realmente son y quienes están tratando de ser para complacer al otro. Sin embargo, siempre hay excepciones.

Socialmente hablando, ¿qué desafí­os les aguardan a las parejas «disparejas »?

Deben enfrentar la presión colectiva por transgredir lo socialmente aceptado y naturalizado. Por otra parte, al existir diferencias en cuanto a madurez, posición social, intereses e, incluso, condición fí­sica, los individuos tienden a cuestionar la sinceridad de los sentimientos y las catalogan como una relación poco ética o mediada por intereses nebulosos.

«Hay que saber diferenciar muy bien entre la atracción fí­sica, el deseo sexual, la admiración, la búsqueda del status y la estabilidad que alguien mayor puede ofrecer, pues estos constituyen, con frecuencia, móviles que pueden llevar a una unión de ese tipo. La combinación de estos o la presencia de uno de ellos en particular, si bien es importante, no ofrecen el cimiento necesario para hacer perdurar una relación. Esa es la razón por la cual muchas personas tienden a cuestionar dichas uniones, fundamentalmente el hecho de que si tienen o no un futuro, y si lo que buscan es lo correcto ».

¿Lo correcto? Cada quien traza su propia versión de lo que le conviene y lo que no o, al menos, eso intentan.

Marí­a Amalia Fernández, estudiante de 16 años.

«La familia es la que impone las trabas, por todos los mitos que existen al respecto. Tuve una relación que me llevaba 20 años, pero no funcionó por mis padres, aunque luego me di cuenta de que la diferencia de edad era muy grande. A mí­ me gustarí­a tener un compañero mayor que me ayude a conducirme, y no alguien que no me brinde seguridad ».

Ricardo Boudet, con 26 años, colocó su lí­mite en una década.

«Dicen que ellas maduran más rápido que nosotros, así­ que serí­a bueno que el hombre fuera mayor, para lograr una compatibilidad de intereses. Para mí­ está permitido una diferencia de edad de hasta 10 años, más que eso puede traer conflictos, fundamentalmente, porque el cuerpo se deteriora y surgen los complejos, las dudas y la búsqueda de algo mejor ».

En este punto de la lectura, ¿alguien se siente capaz de determinar su posición al respecto? ¿O será que antes de juzgar se debe vivir?

La calificación de los sentimientos no depende de canas ni músculos, sino de los ví­nculos y las historias comunes que podamos crear. Éxitos y descalabros ocurren por miles; el buen sexo no siempre se empaca con la etiqueta más nueva, ni la experiencia constituye garantí­a de calidad.

Amar es para valientes. Quien no se atreve, renuncia a la vida.

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