Laura Lyanet Blanco Betancourt
Laura L. Blanco Betancourt
@lauralyanet
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19 Mayo 2016

 Aluminio. Fundiciones. Desarrollo local, y para todos. Así­ de fuerte se nos muestra Placetas. La villa que aún se prestigia por sus frondosos laureles, tiene algo más de lo que enorgullecerse. Negocios prósperos, algunos legales y otros no, unos mejor organizados que el resto, más o menos contaminantes. Pero la mayorí­a la hacen resplandecer con la utilidad que han forjado a partir del metal blando, trabajado por hombres voluntariosos que dejan su huella en parques, teatros, ciudades enteras de este y otros paí­ses.

Con ese objetivo han labrado su camino los Hermanos Gutiérrez o «Los Bebos », co ­mo se les conoce por estas tierras. No son los únicos acá: esta faena actualmente agrupa a miles de placeteños y cerca de medio centenar de minindustrias. Pero ellos, cuatro hermanos y 35 obreros, forjan cada pieza como si pretendieran demostrar que esta es la era del aluminio y su fundición, la mejor forma de probarlo.

Horneando el negocio

Dos naves grandes conforman la fundición de «Los Bebos », dispuestas en el tras ­patio de las casas de la familia. Una es todo ruido y fuerza bruta, con una docena de hombres horneando el aluminio, moldeando, procesando, emplantillando, soldando, lijando; el sudor corriéndoles por la cara, sin que el techo alto ni los potentes ventiladores puedan evitarlo. La otra luce más espaciosa, más tranquila. El olor a pintura envuelve la atmósfera y algún martilleo rompe eventualmente la calma, anunciando los últimos toques a la pieza, casi lista para empaquetar y unir al lote que pronto enviarán a Venezuela.

«A Venezuela, sí­, y a Panamá en el 2014 », dice el administrador, Omar Hernández Barreto, al referirse a las exportaciones que ha realizado el grupo artesanal. Pero no nos adelantemos. Mejor, comencemos por el principio: años noventa del pasado siglo, apertura económica al cuentapropismo, Placetas comienza a explotar su tradición artesanal en metales a través de iniciativas no estatales. Orlando Gutiérrez Rivero, el más experimentado de los hermanos, junto a otros tres muchachos, se aventuran en el negocio de la fundición a pequeña escala. Después lo seguirá Orestes, el segundo más veterano en el oficio, y más tarde se incorporaron Guiller ­mo y Gil ­berto.

«Empezamos haciendo calderos, reverberos, cubiertos, piezas chiquitas. Después, ventanas y puertas », recuerda Orlando. «Estas eran, de alguna ma ­nera, producciones me ­ ­nores. Comprábamos el aluminio a los recolec ­tores, no grandes cantidades, porque no podí­amos adquirirlo a través de la Empresa de Materias Primas, como hacemos aho ­ra ».

Fundiciones Hermanos Gutiérrez, Placetas
Aunque pueden vender sus productos directamente en tiendas, estos artesanos prefieren trabajar en base a los contratos con clientes nacionales y extranjeros, según confirman Orlando Gutiérrez y Omar Hernández Barreto, el administrador. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

El momento escogido para abrirse paso en la forja de metales por cuenta propia no resultaba el más propicio, dada la escasez de recursos. Todaví­a los placeteños guardan las «historias de magia » de esos años, prolongadas hasta bien entrados los dos mil: señales del tránsito, placas conmemorativas, recipientes, bancos, planchas de techo, «desaparecí­an » de las aceras, tarjas, patios, parques o centrales azucareros, y «aparecí­an » en forma de macetas, sillas, fogones, espumaderas y hasta yaquis.              

«A finales de los noventa tuvimos la oportunidad de asociarnos al Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCB), y mejoramos. La Filial nos proporciona y tramita los materiales, además de los contratos de producción y comercialización con distintas entidades. Eso nos permitió cambiarnos a la lí­nea de muebles, lámparas, rejas, y ahí­ nos mantenemos », explica el artesano.  

Sin «tiempo muerto »

Una vez afiliados al FCB, la «Hermanos Gutiérrez » se expandió considerablemente. El negocio que comenzó con cuatro muchachos y unos calderos, abarca hoy cerca de 40 variedades de productos, según Raimundo Rodrí­guez Hernández, el económico del grupo.

«Nuestra mercancí­a tiene una alta demanda a través del Fondo asegura. Eso nos exige trabajar de lunes a viernes, en dos turnos. Los diseños se confeccionan a partir de los requerimientos de los clientes, aunque en ocasiones el propio comprador trae la idea. En cualquier caso, se elabora la plantilla en el taller y se presenta la muestra. Si no hay inconvenientes de ambas partes, continúan ».

Siguiendo ese proceder, el grupo ha concretado exportaciones hacia paí­ses como España e Italia, además de comercializar sus productos en todas las provincias cubanas. También garantizaron contratos de trabajo para obras de alta exigencia, en ciudades y villas patrimoniales como Remedios, Santiago de Cuba, Sancti Spí­ritus y La Habana.

«Para el exterior generalmente fabricamos lámparas, bancos, columpios; y en las localidades de acá hicimos jardineras, farolas, rejas, lunetarios de teatros. En el caso de las villas, la asesorí­a de los conservadores e historiadores resultó valiosa, aunque la experiencia de nuestros trabajadores reduce el margen de error », comenta Hernández Barreto, el administrador.

Un testimonio que corrobora Oscar Luis Hernández Silverio con su trabajo. El joven, graduado de Ingenierí­a mecánica en la Universidad Central, lleva nueve años como obrero de esta fundición y ha estado a cargo de la lí­nea de producción de las lámparas. «El proceso tecnológico, la pintura, los cristales, el montaje, todo es cuidadosamente ejecutado. Pero las lámparas de las villas del medio milenio requirieron esfuerzos extra, porque aunque la tecnologí­a fuera moderna, debí­an mantener una apariencia colonial. La pintura, por ejemplo, debí­a simular la época fun ­dacional. Eso puede llevar más tiempo, aunque el ritmo de trabajo varí­a poco: por lo general hacemos 40 o 50 lámparas a la semana », manifiesta el joven.

En efecto, la tradición de fundiciones en Placetas ha proporcionado mano de obra muy calificada para el oficio, y el grupo de los Gu ­tiérrez ha sabido aprovechar ese privilegio local, por ejemplo, con Juan Carlos Garcí­a Cuéllar. El hombre tiene a su favor los conocimientos de su tí­tulo universitario, ingeniero mecánico, y la experiencia de su padre: 45 años como fundidor.

«Cuando desactivaron el central Hermanos Ameijeiras ubicado en el consejo popular homónimo, en las cercaní­as de la cabecera municipal, comencé en las fundiciones, y aquí­ me mantengo como moldeador y terminador. El trabajo es cómodo, bien organizado y el salario estimula. Por suerte, ni tiempo muerto hay, porque la producción es estable », comenta.

Cerca de él, detrás de una lijadora, está José Jobino González Blanco, también con su historia: técnico en construcción mecánica, laboró durante casi 15 años en el CAI Juan Pedro Carbó Serviá, también del municipio, hasta que el desmantelamiento del central lo llevó hacia la fundición y su actual puesto, como procesador. De aquí­ no se va, dice.   Agrado y conveniencia le resultan argumentos suficientes para seguir en lo suyo.            

Desarrollo local, también integral  

La satisfacción de estos obreros no es por causa fortuita, arguye Hernández Barreto. «El grupo les crea condiciones de trabajo adecuadas: techo alto y ventiladores frente a cada máquina, para mejorar la ventilación del área. Además, todos saben lo que tienen que hacer y cómo, pues desde el dí­a anterior se les orienta cuántas piezas deben fabricar y de qué tipo, para no desperdiciar tiempo en reuniones. Así­ es más efectivo », asegura desde su experiencia en dirección empresarial, materia en la cual ostenta un tí­tulo de máster en Ciencias.  

La distribución salarial constituye otro atractivo en la fundición. «Cobran en dependencia del tipo de trabajo y la eficiencia con que lo realicen, lo cual los motiva. Por eso se esfuerzan por cumplir bien la tarea, no desperdician el tiempo », afirma Orlando, el artesano jefe.

En caso de que alguno decidiera salirse injustificadamente de la rutina, hay cámaras de seguridad para registrar la indisciplina. Sí­, como lee: cámaras de seguridad, preventivas y más eficaces y económicas que un CVP. Y aunque los obreros han demostrado su laboriosidad con cámaras y sin estas, «confiamos, pero también controlamos », argumenta el administrador.

Este ha sido el sistema de trabajo instituido bajo la marca de los Hermanos Gutiérrez. Eficiente y bien concebido, según expresó Salvador Valdés Mesa, miembro del Buró Polí­tico y vicepresidente del Consejo de Estado, durante una visita realizada a la instalación en diciembre pasado.

Piezas de las Fundiciones de Placetas Columpio
(Fotos: Ramón Barreras Valdés)

No solo los obreros se han beneficiado del orden y ritmo productivo seguidos por la fundición. Al respecto habla Carmen Yulia Cepeda Hernández, vicepresidenta del Consejo de la Administración Municipal: «Gracias a su trabajo, y al de otros grupos y mi ­nin ­dustrias del aluminio, hemos podido revi ­talizar varios espacios urbanos como el parque central, el Paseo, el puente elevado, con farolas, macetas, cestos, bancos. La población también ha encontrado una fuente de empleo segura y cercana, además de un mercado estable donde abastecerse de objetos más o menos sofisticados, útiles y de buena calidad, para mejorar sus viviendas. Sin olvidar, por supuesto, los ingresos al presupuesto local ».

La actividad continúa creciendo. Una prueba de ello la encontramos en la información aportada por la vicepre ­sidenta: de las ocho cooperativas no agropecuarias propuestas por el municipio para su aprobación, siete pertenecen a las fundiciones.

Sin embargo, no todo pinta color de rosa en este negocio del aluminio. Si los Gutiérrez o los Hermanos Sánchez otro de los grupos ar ­tesanales fuertes en el territorio despuntan por sus producciones y formas de gestión loables, hay historias con ­trastan ­tes de otras instalaciones que, bajo la ilegalidad, sub ­contratan empleados por sueldos atractivos, pero injustos en comparación con sus horas laborables; y las vecindades, lejos de favorecerse, han debido acudir a las autoridades públicas con quejas por contaminación del medio ambiente, a causa de hornos mal manejados, chimeneas sin filtros y propietarios carentes de consideración por los demás.

Habrá que trabajar más en la Villa de los Laureles, para librar de imperfecciones una tradición tan próspera y útil. Esta no puede ser una época de competencia voraz y de avaricias. Ha de ser la era del aluminio pa ­ra Placetas. Y los Hermanos Gutiérrez, junto a sus 35 obreros, han hallado una de las mejores formas para demostrarlo.

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