En el parquecito de Playa Nazábal solo sobrevivió un columpio. (Foto: Sadiel Mederos Bermúdez)
Liena María Nieves
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14 Septiembre 2017
14 Septiembre 2017
hace 7 años
En el batey Dos hermanas nadie ha dejado de comer pan. En tiempos duros, lo que por norma se critica, es recibido con indisimulable alegría. La maldita ventolera del «Irma » levantó el techo de la bodega Mártires del Moncada, pero la dependiente dispuso su casa como el nuevo establecimiento en el que los vecinos compran la leche de sus niños y el «imprescindible » de cada día.
Muy cerca, varias personas dispersan 460 sacos de arroz sobre la carretera que conduce al poblado de Encrucijada. La ancha franja dorada se alinea con cuidado. Dicen que empezaron al amanecer, que el día anterior secaron otros 800 sacos, pero que el ciclón «j… » más de la mitad de la siembra.
«Esto es lo que se pudo cosechar. Perdimos, por lo menos, otros 3000 sacos. Este puñetero huracán no dio tiempo a nada ».
Lo dice Ibelsy mano en la cintura, pañuelo floreado y sombrero de ala ancha. Lleva en el rosto todo el sol del día. No le calculo más de 14 años. Junto a ella: ílvaro, Lisbet, Luis Manuel, Aloisi y Alain. El mayor tendrá 18 o 19 años; el más joven, unos 9.
Juana Machado y Bárbara Oliver son las únicas adultas del grupo. Cuentan que «lo de “Irma†ha sido grimoso. La escuela se quedó sin techo, muchas casas vinieron abajo o perdieron puertas y ventanas; los campos de caña están en el suelo y se nos derrumbó el almacén del (central) Abel Santamaría ».
¿Y ahora?
Ná, ¡p ´alante! Este arroz es de un vecino que está asociado a una CSS, pero también va al Estado. Con ciclón o sin ciclón, ¡la gente tiene que alimentarse!
Y como no quiero interrumpirlos y el asfalto reverbera bajo nuestros pies, nos despedimos con el « ¡buena suerte! » que merecen estos casos. Juana tiene un último pedido: «si ves un poquito de agua fría por allá alante, acuérdate de nosotros ».
En Encrucijada nadie tiene servicio eléctrico desde el viernes en la noche.
La tienda Panamericana de la ciudad cabecera es de los pocos establecimientos con luz en su interior. La gente se acerca a la entrada, buscando un ramalazo breve de aire acondicionado. También están vendiendo refrescos de cola y naranja, «que no se echan a perder, y calientes y todo los muchachos se los toman ». Lucía lleva sus pomos bajo el brazo: en estos días no le importa demasiado que no hayan bolsas de nailon.
Otra mujer entra al establecimiento el hombro izquierdo ladeado bajo el peso de una jaba enorme y, discretamente, solicita la atención del dependiente. «El mío es el que tiene amarrada una tirita malva, pero termina primero lo tuyo ». Segundos después abre una de las neveras para sacar un pomo con agua, se lo entrega a la mujer y recibe otro que guarda veloz. También lleva una tirita malva a modo de distintivo.
¿Usted es amiga del vendedor?
No me sé ni su nombre, pero desde que se fue la corriente, el viernes por la noche, nos han guardado la leche y el agua. Vengo un par de veces al día, y por muy enredado que esté, me atiende enseguida. Otras personas están haciendo lo mismo. Estoy segura de que si no ayuda a más gente es porque ya no tiene espacio. Nunca tendré cómo agradecerle.
La historia se repite en todas la demás entidades que cuentan con un grupo electrógeno. En la sede de la Asamblea Municipal, los trabajadores asumen la custodia de bienes ajenos con celo de propietarios. Allí no encontramos un solo tomacorriente al que no estuviese conectado algún teléfono móvil, lámpara recargable, laptop o tablet. Luz y comunicación, por ese orden, se priorizan desde que «Irma » hizo de aquellas tierras un verdadero pandemónium.
Mildre Andrade Manso, presidenta del Consejo de Defensa Municipal, así lo ratifica. «El que lea esto podrá pensar que solo lo hacemos con amigos y conocidos, pero la verdad es que intentamos resolver el problema de todo el que lo necesite. En el policlínico ocurre igual, y los panaderos de la capital municipal han sido verdaderos héroes en estas jornadas tan difíciles.
«Durante tres días, la panadería de Encrucijada garantizó por sí sola el pan de los más de 33000 pobladores del territorio. Trabajaron en turnos de 24 horas, para enviar la masa ya preparada hasta las demás localidades, que solo debían concluir el proceso de cocción. El martes se incorporó la panadería de Calabazar de Sagua, y el miércoles comenzó a prestar servicios la del Consejo Popular (CP) Emilio Córdova, para con esta cobertura poder diversificar la producción de alimentos.
Y esto apenas comienza…
Estamos acudiendo a todo tipo de iniciativas, como la venta de cajas de comida en las comunidades más aisladas y el expendio normado de huevos, panqué, sirope, galleticas y mayores volúmenes de leche. Hay que auxiliar al pueblo, pero el pueblo también tiene que incorporarse con mayor masividad a las labores de recuperación.
«Los internos de la prisión de Ayagán están apoyando a Comunales con una efectividad tremenda; algunas cooperativas preparan donaciones de alimentos para las zonas más desprotegidas, y la experiencia de comunidades como la de la CCS José Martí que ya restableció, por esfuerzo propio, la comunicación y los servicios de la bodega y de la escuela tendrán que extenderse en la medida en que sea posible.
«No son tiempos para aguardar por las soluciones, porque las pérdidas son incuantificables a nivel nacional. Habremos de levantarnos poco a poco, y la primera prueba radica en que que el lunes reiniciará el curso escolar, a pesar de que 15 de nuestros 38 planteles docentes quedaron en muy mal estado. Numerosas familias ofrecieron sus hogares para que nuestros niños y jóvenes no se atrasen. Experiencias así no deberían quedar como excepciones ».
Un pelícano se desliza, reposado y espléndido, sobre un pueblo irreconocible. Me dicen que el mar todavía está revuelto. Subió en más de dos metros su nivel habitual y el retroceso espantó, incluso, a los que no conocen otra realidad que no huela a salitre.
Nazábal es un gran cadáver. Del puñado de casas que lo constituyen, se podrían contar con una mano las que conservan, mínimamente, su fisionomía original. «Irma » asomó su ojo por esta lengua de tierra y playa humildes, y lo que el viento no pudo tumbar, el agua se encargó de removerlo, destruirlo y arrastrarlo.
La casa de Marta Márquez Fernández aguantó. No se suponía que lo hiciera, pero ahí está, con sus tablones verdes y su espléndida vista al mar. La construyeron en 1957 y, al igual que Marta, ya cumplió 60 años. Cuando el ciclón Kate tuvo algunos problemas, y con «Irma » perdió la fachada de madera, sustituida en tres días por paredes de bloque. Los daños interiores, por suerte, no fueron demasiados.
«Mi esposo y yo alquilamos una camioneta en Encrucijada, donde viven mis hijos, y nos llevamos todos los equipos electrodomésticos. Salimos de Nazábal con 72 horas de antelación, y aunque perdimos colchones y algunos muebles, la recuperación ha sido menos dura. Sin embargo, hay gente que no pudo salvar ni un solo tarequito la voz se le engarrota y se hace sollozo. Esos infelices volvieron para no encontrar nada ».
A Alexander Fernández y Yoami Rodríguez solo les quedó el suelo de baldosas de su vivienda. En este minuto, sus únicas propiedades se limitan al televisor, un freezer pequeño y los libros y libretas de su niña de seis años.
«Otras veces han puesto camiones para sacar las cosas, pero ahora todo fue de corre corre, nos evacuaron enseguida y lo que la gente pudo salvar fue por medios propios. No tuvimos tiempo, y siempre hay degenerados que se benefician con estas desgracias: lo poco que dejó el huracán se lo llevaron los ladrones ». Alexander nos muestra, a punta de dedo, dónde se ubican las cuatro entradas adicionales por las que se ingresa a Playa Nazábal. «Esto fue un saqueo. El mar arrastró muchas cosas, pero lo otro se lo robaron ».
José Miguel Castro Arredondo acababa de comprar una nueva turbina. Hipertenso y diabético, con una hija discapacitada y su madre anciana, no puede cargar toda el agua que se consume en una casa. «Mire la caja, parece que me la dejaron de recuerdo. Se llevaron también los motores de los dos refrigeradores y el televisor. La inundación acabó con lo demás: ropa, fogón, escaparates, servicio sanitario… ».
¿Y ellas dónde están?
En Emilio Córdova, evacuadas en una casa de familia y bien atendidas. Allá nos protegieron a casi todos, porque otros cogieron para las viviendas de sus parientes, pero ya regresaron. En este pueblo viven, de manera permanente, más de 30 familias, y nadie quiere salir de aquí por miedo a que lo que vayamos arreglando con lo poco que encontramos y recuperamos del fango, nos lo vuelvan a llevar. Yo sé que la situación es terrible en el municipio entero, pero Playa Nazábal necesita más seguridad y atención. Desde el domingo, cuando enviaron una pipa con agua potable, no hemos vuelto a recibir nada más.
Después de «Irma », el ómnibus con la ruta Encrucijada-Playa Nazábal acortó su viaje hasta el CP Emilio Córdova, dejando a los pasajeros a tres kilómetros de distancia. ¿La razón?: desconocida, pues los caminos son perfectamente accesibles. También se ha tambaleado la distribución de alimentos, y por el agua claman los que escarban bajo los escombros de sus hogares.
Y aunque mucho se hace en el Norte de Villa Clara, los fragmentos de realidad en los que la gente sufre y desespera enturbian la obra buena y agrian espíritus. «Irma » se hará sentir durante un tiempo más y eso la gente lo sabe, pero la vulnerabilidad no debería amplificarse; ni en Encrucijada, ni en ningún otro lugar.