Cuando el famoso roquero estadounidense Marilyn Manson, adorado por sus fans y odiado por muchos defensores de las «buenas costumbres y la moralidad », fue entrevistado por el cineasta Michael Moore en el multipremiado documental Bowling for Columbine (2002), acerca de la violencia en la sociedad norteamericana, nunca imaginé que el polémico artista diera una de las respuestas más inteligentes, coherentes y sabias del filme.
Moore acudió a Mason para conocer su opinión sobre la condena casi generalizada de ciertos sectores conservadores que culpaban al roquero de ser la causa directa del comportamiento errático y violento de algunos jóvenes bajo la influencia, decían, de su música y videoclips.
«Sé por qué razón me han elegido. Porque es fácil mostrar mi cara en la televisión. Porque soy un símbolo al que hay que temer. Porque represento lo que todo el mundo teme. Porque siempre digo y hago lo que quiero. Los dos subproductos de toda esa tragedia han sido el control de la violencia en los espectáculos y la venta de armas. […] Y de paso nos olvidamos de Mónica Lewinski y nos olvidamos del presidente tirando bombas en el extranjero. Sin embargo, yo soy el malo porque canto unas canciones de rock and roll. ¿Quién es más influyente: el presidente o Marilyn Manson? Me gustaría creer que soy yo, pero yo diría que es el Presidente ».
Respondió con total transparencia el cantante, quien demostró un conocimiento total de la realidad de su país y que, sencillamente, tenía los pies bien puestos sobre la tierra.
Una vez más las apariencias crearon una imagen trastrocada de la verdadera personalidad de un individuo que no hace más que música y arte, a su manera, polémico, transgresor. Mas, detrás de todo eso hay un ser humano con sus virtudes y defectos, como cualquier otra persona en el planeta.
Siempre me acuerdo de la respuesta de Manson cuando escucho a personas arremetiendo contra el género y sus cultivadores, comparándolos con lo peor de la sociedad, y hasta cuestionando la educación que debieron darles sus padres.
Por estos días Santa Clara volvió a ser la capital cubana del rock con la vigésima edición del Festival Ciudad Metal, y los comentarios adversos en la calle no se hicieron esperar. Es comprensible, por ejemplo, las quejas de los vecinos residentes en los alrededores de la plataforma del Sandino, donde se realizan los conciertos, para muchos, ruidosos e insoportables; pero ello no da la razón a quienes vilipendian y discriminan.
Los roqueros cubanos, y de todas partes, son sencillamente personas que aman un género musical con una filosofía ante la vida, con una manera de ver e interpretar la realidad. Seres humanos que forman parte de nuestra sociedad, que se deben a leyes, deberes y derechos como todos los ciudadanos.
Debido a los prejuicios y erróneas interpretaciones, aquí en Cuba también han sufrido incomprensiones. Aunque siempre existen personas e instituciones que los apoyan.
Ahí están los nombres de Juanito Camacho, Guille Vilar, el villaclareño Jorge Gómez, Ramón Silverio, María Gattorno (la del Patio de María)…, así como la Asociación Hermanos Saíz, la Agencia Cubana del Rock y El Mejunje, icónico refugio y hogar de muchos incomprendidos.
Cuando usted ve a un roquero, solo está viendo a un estudiante, trabajador, médico, ingeniero, enfermero intensivista, estomatólogo, informático, pintor, oficinista, teatrista, actor, productor de TV, operador de radio o periodista, al que sencillamente le gusta el rock.
Por eso, no se deje llevar por las apariencias, porque como dijo Marilyn Manson, dentro de este mundo hay otros personajes mucho más influyentes que los roqueros, y quizás sean los realmente peligrosos.