El actor y teatrista Rafael González Rodríguez no se da por vencido. Su quehacer sigue girando con pasión alrededor de una obra que le ha tomado toda la vida. Trabajo y esfuerzo emplea día a día para enseñar y guiar a aquellos que le rodean.
¿Puedo entrevistarlo?, le pregunté en una ocasión. Rápidamente y con agudo sentido del humor me respondió:
Claro, 200 CUC y no hay problema.
Para mi joven instinto periodístico fue todo un reto llegar a entrevistar a un ser tan reconocido y de antiquísima estirpe, profundo intelectual y pedagogo de excelencia. El temor y la preocupación por equivocarme desaparecieron el 25 de diciembre al estar frente a su puerta.
Le di las gracias por recibirme e inmediatamente lancé mi primera interrogante.
¿En qué momento la dramaturgia cobra vida?
A los 16 años, en la Vocacional, hice mi primera obra de teatro llamada El silbido. Relaté la realidad del país a través de cuatro personas reunidas en una choza abandonada a la orilla del mar. Esperaban una salida hacia los Estados Unidos (EE. UU). Los conflictos de cada uno de ellos, los porqués y el temor de ser descubiertos convertían todo aquello en una verdadera creación artística para alguien tan joven, sin conocimientos de nada.
Siendo tan joven, ¿cómo se enfrentó al magisterio?
Entré a dar clases de Literatura, en el Instituto Preuniversitario en el Campo (IPUEC) «Tony Santiago », en Manicaragua, y me sorprendió el panorama de la educación. No tenía mucha experiencia pedagógica, pero mis profesores universitarios me habían servido de ejemplo. Por ellos encaminé mi labor. Además, durante mi trabajo cultural en La Yaya pude constatar la facilidad para establecer la comunicación y las relaciones con las personas.
«Para mí, la literatura no es aprenderse solamente los nombres y autores de los movimientos literarios. La enseñé como la vida misma, la vía para el cuestionamiento de la existencia del ser humano y la búsqueda de sí mismo a través de los personajes. Esta etapa no fue fácil, pero descubrí mi capacidad como pedagogo ».
Durante su licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Universidad de La Habana, tuvo excelentes profesores...
Profesores de la talla de Gustavo Du Bouchet, Graziella Pogolotti, Roberto Fernández Retamar, la doctora Vicentina Antuña mejor latinista de Cuba, Beatriz Maggi y otros, fueron los que me forjaron. Sus métodos de enseñanza eran fascinantes y muy acordes con lo necesitado. Recuerdo una ocasión en la que Beatriz entró al aula y nos preguntó: « ¿Ustedes han tenido alguna vez ganas de matar a sus padres? » Nos miramos espantados, pues no sabíamos la respuesta. Esta pregunta introducía la clase. Trabajaríamos el existencialismo a través de una novela llamada El extranjero.
«Esta abordaba el sentimiento extranjero de un hombre hacia la vida, el desconocimiento de por qué hacía las cosas y su incapacidad para llorar ante el cadáver de su madre, a causa de la falta de sentimientos hacia ella ».
Luego de realizar varias investigaciones en el Escambray, graduarse y pasar su servicio social como profesor, fue directamente a pedir ingreso en el GTE. En este, comenzó y poco a poco fue ganándose un lugar hasta que hoy en día lo dirige. El trabajo con la juventud es algo que realiza a diario.
¿Qué característica destaca en las nuevas generaciones? ¿Cómo se siente al trabajar con ellas?
Las nuevas generaciones tienen una forma de pensar diferente a las anteriores. La mayoría de los jóvenes coinciden al ver su futuro fuera del país, no quieren compromisos, ni cargos de dirección; lastimosamente no leen, ni han leído nunca.
«En el caso de los artistas, su formación en las escuelas de arte ha tenido muchas carencias, lo que ha traído como consecuencia la mala preparación teórica y práctica. Fuimos testigo de ello al recibir ocho jóvenes para graduar. En poco tiempo tuvimos la tarea de pasarlos por la carrera nuevamente.
«Me choca mucho al trabajar con ellos la falta de responsabilidad y la superficialidad con que a veces asumen las cosas. Independientemente de esto, los conflictos disminuyen al pasar los años. Los primeros en llegar al grupo estaban opuestos totalmente a la Revolución y al socialismo. Todo les era horrible, no podían encontrar la media entre lo positivo y negativo. Los que llegan hoy reclaman la ayuda para vencer las insatisfacciones con su propia carrera y su mayor interés se encamina al perfeccionamiento de la calidad de su trabajo. Mi trabajo al verlos inseguros e incapaces de andar solos, se centra en el diálogo. Los hago crecer como intelectuales, artistas y, fundamentalmente, actores ».
Por todo ello, los años de saber y experiencia de Rafael regalan prestigio, reconocimientos y «algunos que otros viajes ».
La sociedad maneja el tema de que los artistas requieren de un símbolo estético para serlo...
Los artistas, hablando en la generalidad, no ven las cosas solo en términos de blanco y negro; tienen la capacidad de apreciar toda la gama de grises existente entre ellos. De una manera más rica, variada y abierta a las posibilidades refleja la vida. Es un ser muy particular y especial. No puede expresarse a través de su forma exterior. Desde su mundo interior es capaz de observar la vida y el universo. Creo que el artista no es artista por las gangarrias, la forma de vestir o la forma de su pelo. Lo es, primeramente, porque le satisface y tiene las facultades de devolver un mundo lleno de imágenes en una bella creación artística.
El conocimiento que tiene sobre el teatro lo ha llevado de viaje a otras latitudes. ¿En algún país le han ofrecido quedarse a trabajar?
Por motivos de trabajo he viajado fuera de Cuba a muchos lugares. Las propuestas de trabajo no han faltado. Por ejemplo, no hace mucho en Venezuela me propusieron un puesto en la televisión con un salario de 1700 dólares americanos mensuales y un apartamento en el centro de Caracas. La respuesta fue no.
¿Qué lo ha hecho regresar?
He regresado porque para mí no tiene sentido buscar solamente lo material. Todo lo que soy, lo he logrado aquí. Quien soy es resultado de lo que he «bailado » (risas). Me siento satisfecho. He viajado a España, Dinamarca, Suecia y muchas veces me pregunto: «Si me hubiera quedado en otro país, ¿hubiera viajado tanto como lo he hecho? ». No lo sé.
Su vasta cultura y experiencia dentro de las artes le dan la posibilidad de vivir en ciudades como Cienfuegos, La Habana u otras. ¿Por qué continúa viviendo en Manicaragua?
No soy santaclareño, ni cienfueguero. Viví muchos años en La Habana y quizás con ella llegue a identificarme más. De vivir en esta, vivo en una de esas ciudades españolas con clima frío que tanto me gustan. La Yaya por más de 20 años fue mi hogar. No pensaba irme hasta que cuestiones imperantes, me ubicaron en Manicaragua. Manicaragua no es mi mundo, mi mundo soy yo. La felicidad uno la puede encontrar en cualquier parte. La realización individual es estar bien contigo mismo. Ahora, cuando uno encuentra todo eso en su vida, no importa el lugar. Ahí debe quedarse.