Libros sin lectores y lectores sin libros

Los lectores cubanos, desde el perí­odo especial, transitan el largo camino de la literatura con piedras en los zapatos.

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Ilustración de Alfredo Martirena sobre producción editorial en Cuba.
(Ilustración: Alfredo Martirena)
Yinet Jiménez Hernández
Yinet Jiménez Hernández
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20 Febrero 2018

Jubilada y con bajos ingresos, la anciana caminó infinitamente el dí­a en que decidió comprarle un regalo a su nieta. «Un libro, un libro es lo que Anita necesita ahora que sabe leer », comentó agradeciendo la idea, asequible a su bolsillo. «Sí­, quiero La Edad de Oro, esa edición, aunque esté viejita », le dijo a un señor que vendí­a libros usados. Mas la sorpresa fue grande cuando él, ni corto ni perezoso, le contestó amablemente: «4 CUC o 100 pesos cubanos, señora, como usted prefiera ».

Lo cierto es que mientras las librerí­as estatales carecen de algunos tí­tulos icónicos, La Edad de Oro, Habí­a una vez, Cuentos de animales, El diario de Ana Frank, La noche y otros tantos para adultos, se muestran en librerí­as particulares, pero a precios muy elevados. Habrí­a que cuestionarse la procedencia de dichos ejemplares de «uso », pues algunos parecen haber sido obtenidos en recientes ferias del libro.

La historia comienza a adquirir matices cuando se analiza la industria del libro en Cuba y las polí­ticas editoriales luego del perí­odo especial. ¿A qué se debe ello? ¿A cuestiones económicas? ¿A proyecciones institucionales? Lo cierto es que los lectores cubanos, desde aquel momento, transitan el largo camino de la literatura con piedras en los zapatos.

Resulta preocupante la poca variedad de géneros que logran verse en el catálogo de las librerí­as provinciales e, incluso, de la capital. Escasa novelí­stica nacional y extranjera, insuficientes antologí­as de ensayos con prioridad para ciertos y determinados tópicos, abundante poesí­a de las editoriales territoriales, libros infantiles no liquidados en ferias pasadas, así­ como otros tí­tulos que se vuelven familiares en los estantes.

Entonces, ante el fenómeno de la inamovilidad de los libros sin lectores, comienza a reducirse su valor hasta alcanzar precios irrisorios y simbólicos. Por ejemplo, Los cantos de Maldoror, í­cono de la literatura universal y publicado por la Editorial Sed de Belleza en 2006, fue vendido hace poco más de un año al precio de un peso cubano. Igual fue el destino de El Burlador de Sevilla y Tour Cuba en las librerí­as por divisa, ambos con una envidiable factura. Por su parte, las Obras completas de Martí­ pudieron ser adquiridas solo por 53 pesos en ferias pasadas. Y la lista continúa.

¿Cuánta pérdida supone ello para la industria del libro? Si revisamos las posibles causas de los hechos, pudieran contar las extensas tiradas que superan al público interesado. Un estudio de mercado, obligatorio para la salud del «negocio », pudiera beneficiarlo con creces.

Por otro lado, existen lectores sin libros. «En las últimas ferias me he ido con las manos vací­as. Un spot de este año mostró que se venderán en la feria Papa Goriot y Cumbres borrascosas, una vez más. ¿Quién no se ha leí­do esos dos libros en Cuba? ¿Por qué no se imprime otra obra de Balzac o de las hermanos Brontí«? », refuta Alejandro, joven filólogo, y añade un sinfí­n de cuestionamientos.

Algunos especialistas en el tema pudieran escudarse en los altos pagos en concepto de copyrights. Sin embargo, habrí­a que cuestionarse si realmente esa es la causa principal o si es la falta de gestión. La época de oro de la industria del libro cubano, un pasado no muy lejano, demostró que es viable un catálogo riquí­simo en literaturas cubana, latinoamericana y universal.

Entonces, ¿qué sucede con los libros que no necesitan permiso de reimpresión como La Edad de Oro, bajo la absoluta y completa jurisdicción del Gobierno cubano? ¿Por qué ejemplares como Habí­a una vez, Cuentos de animales, La noche y otros tantos vitales para la primera infancia no se reeditan?

¿Por qué no se aumentan las ediciones de libros de cocina, de autoayuda y otros tantos ejemplares con fines utilitarios con magní­fica aceptación? ¿Por qué se limitan a su comercialización en las ferias? No se trata de eliminar los géneros menos populares. Se trata de buscar el justo equilibrio para que sean libros comerciales y, por ende, rentables, los que sustenten el resto de las producciones.

Es cierto que las impresiones en papel se encarecen con los años. Entonces, ¿por qué Cuba no se suma a la venta de textos digitales en diversos formatos? Ello coadyuva a minimizar los gastos y diversificar así­ las tipologí­as editoriales complejas como las ediciones crí­ticas y anotadas. Es necesario que nuestro paí­s se actualice a la luz de los cambios generacionales. La sociedad cubana también se encuentra preparada para ello.

Ya sean presupuestadas o autofinanciadas, las editoriales cubanas necesitan un pensamiento económico y rentable para su mantenimiento y desarrollo. Lo que no puede suceder es que haya libros sin lectores o lectores sin libros, fórmulas que están condenadas al fracaso.

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