Por dentro, Caibarién, sus edificaciones hacia el interior del litoral, y la ruta de sus moradores, sintetizan una selección de fotografías recogidas por los artistas Lázaro Abreut Santos y José Armando Ocampo, para desprenderse de la indiferencia de lo cotidiano en ese territorio del norte villaclareño.
La exposición «30 años de fotografías y mucho más », inaugurada este sábado en la sede de la Uneac de allí, deriva hacia lo estético, la zambullida del detalle y de un fragmento, mínimo y hasta prolongado, de la realidad. La selección de piezas no constituye una retrospectiva.
Los artistas convocados son amigos desde la primera juventud, y desde hace tiempo se aplatanaron en la localidad con una obsesión mutua y profesional por las vecindades marinas, urbanas o rurales.
Con la visión de Abreut Santos se detalla en lo panorámico del paisaje marino-urbano, y del litoral y sus majestuosidades. Va del interior salobre de las aguas hasta sumergirse en la intimidad del firmamento telúrico, y del color a la intencionalidad de esa vida insospechada que emerge en el instante.
En la apreciabilidad de Ocampo González, el registro en blanco y negro detalla en el retrato de primeros planos, de tipo cerrado y rostros duros. La apreciación redescubre la emoción o el desagrado del entrevisto que, en igual simetría, a veces resulta espontánea o inducida.
Ambas propuestas, con marcado paralelismo en tres décadas dedicadas a la fotografía, remarcan en las añejas conversaciones de entonces cuando evocaban los acertijos del cuatro oscuro, y la precisión de la imagen y su trascendencia.
(Fotos: José Armando Ocampo González)
Un paisaje en estos creadores, en primeros planos o los llamados generales, admite en el receptor un contagio de repasos y relecturas polisémicas. El retrato físico se explaya hacia la recreación corporal y se adentra en la emoción y la personalidad del individuo, y hasta en el inefable tropiezo con la sicología del color.
Es Caibarién, el terruño que los acoge, la aproximación empática de la imagen de una realidad que, plana o filtrada, se percibe desde la contemplación del creador. Ahí subyacen, casi subterráneos, el cuerpo, el paisaje y el retrato, los espacios más habituales y socorridos de la fotografía. Adicionan, con reiterado placer artístico, elementos cotidianos, esos que en ocasiones transgreden el espacio y circulan insospechados por nuestras cercanías.
Lo culminante en ambos creadores está en la relación con el otro, con el registrador de la imagen, y en un universo abierto a la belleza sensible. Es el forcejeo con la intimidad descollante y en descubrimiento de un contexto silenciosamente cotidiano que convierte a todos en partícipes activos de la ocasión.
Esas dimensiones recalcan en las muestras y en la realidad insospechada de una estética fotográfica de valor y prestancia abarcadora.