La locura que no vale la pena curar

Ranchuelo guarda una increible colección de trenes en miniatura gracias al esfuerzo de José Francisco Fabregat Fabregat.

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Laura Seco Pacheco
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01 Julio 2019

Canta Silvio Rodrí­guez que hay locuras que son poesí­a, que no valen la pena curar. Estas locuras, a veces, se hallan en lugares de nuestro territorio donde no pensamos encontrarlas.

Coleccionista trenes en miniatura, Ranchuelo, Villa Clara
(Foto: Laura Seco Pacheco)

Por eso tal vez sorprenda que en Ranchuelo próximo a celebrar su aniversario 285 se guarde la que posiblemente sea la colección de trenes en miniatura más grande del paí­s. Su artí­fice resulta José Francisco Fabregat Fabregat Pepe, como le conocen todos, quien aún guarda con celo un primer tren, que le regaló su abuela a los tres años.

Ahora, sus dos vitrinas antiguas, repletas de locomotoras, vagones, señales y   accesorios a escala no son suficientes para coleccionar la totalidad de las piezas que ha adquirido con el paso de los años.

«La marca más cara que existe es la Lionel y casi todos mis trenes son de este tipo, los demás son de otra, también norteamericana, pero que ya no existe. Aquí­ vas a ver la colección más grande del Caribe » asegura con fervor al hablar de su gran pasión.    

Así­, Pepe se encuentra enfrascado en la construcción de una casa-museo, que pretende atraer las miradas sobre su pueblo natal y rescatar parte de la historia de la localidad, de su provincia y de su nación.

En sus manos tiene miniaturas de los vagones del tren blindado y de algunos de los elementos representativos de este monumento santaclareño, como el buldócer y el cañón. También, atesora vehí­culos empleados antiguamente para el traslado de azúcar, carbón, madera, ganado y equinos.

Sus carros simulan los originales de las décadas de los 20, 30, 40 y 50, y el más antiguo es un vagón de 1924. Muchos dejaron de fabricarse hace años, lo que le aumenta el valor simbólico y monetario.

Sus locomotoras echan humo y pitan. Tiene una pequeña colección de clavos de rieles en miniatura. Cuenta con tres maquetas que muestran paisajes tí­picos de antaño. Solo le falta un poco de ayuda del Gobierno local para aterrizar su sueño, que tanto beneficiarí­a la economí­a del poblado.

«El ingenio que yo propongo es muy interactivo: se puede ver el proceso de fabricación del azúcar, sentir su olor, puedes tomar el guarapo explica extasiado. El tren hace el recorrido por las fábricas de cigarro como hací­a antiguamente en Ranchuelo, y pasa por la tostadora de café, que es donde se ubica el Gobierno actualmente ».

¿Cómo ha adquirido usted todas estas piezas?

La primera que tuve me lo compró mi abuela cuando tení­a tres años. Las demás las he ido adquiriendo desde el año 94. En cualquier parte del paí­s, si tengo el dinero, voy y la compro.

«También, he obtenido casi toda la colección de un señor ferroviario que era de aquí­ mismo, y que me ayudó a cultivar mi pasión por los trenes. Solo me faltan unos tanques, una estación y otros detalles que pienso comprar pronto, pero ya todos los equipos son mí­os ».

¿Y las maquetas?

Las he hecho yo con bastante esfuerzo.

¿Y los mecanismos de los coches y las locomotoras?

Eso sí­ es de fábrica, ahí­ no puedes inventar. Por eso requiero asesorí­a, porque tengo piezas muy antiguas que necesitan repararse, pero pueden perder su valor museable. Aquí­ tengo una estación muy vieja, y no sé si pintarla o dejarla como está, porque la gracia es que se noten los años.

¿Qué proyectos tiene por el momento?

Tengo un vagón que ya lo vieron en La Habana el equipo de Eusebio Leal, y yo pretendo convertirlo en el vagón presidencial de Cuba. Pero es difí­cil lograrlo cuando no se tienen los contactos para acceder a los planos y poder hacerlo a escala.

«Además, cuando esta casa coja auge, y si recibo el apoyo suficiente, me gustarí­a abrir otra cerca de aquí­ y otra más en el campo, con un tren más grande, en el que el público pueda montarse. Eso sí­, todos serán recorridos por la historia de Ranchuelo y de Cuba ».

Estos son los planes de José Francisco para rescatar parte de nuestra historia y convertir a Ranchuelo en un punto de referencia del coleccionismo ferroviario. Estas son las locuras que, según Silvio, no valen la pena curar, sino apoyarlas para que crezcan y beneficien a la comunidad.

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