Una de las más antiguas fiestas patronales, creada con fines colectivos hacia finales del siglo XVII, aconteció con la Verbena de la calle Gloria, un jolgorio espiritual surgido en Santa Clara, al centro cubano.
En los inicios, de acuerdo con el reporte de Manuel Dionisio González en la Memoria Histórica de la Villa de Santa Clara y su Jurisdicción (1858), tuvo motivaciones religiosas. Festejó el establecimiento posterior de la Villa en el hato de Antonio Díaz, en tierra mediterránea, alejada de las costas del litoral del centro-norte de la jurisdicción de San Juan de los Remedios.
Fue lo dictado del capitán general Diego Antonio de Viana Hinojosa, según refrendó el sucesor Severino de Manzaneda y Salinas, tras la emigración con derivación económica en los primeros días de julio de 1689 de familias primitivas que residían en aquel antiguo territorio.
Los trasladados venían espantados por ataques de corsarios y piratas, o de las intrigas religioso-mercantiles, y decidieron por último un asiento definitivo en suelos que consideraron prósperos para el fomento agropecuario.
Desde entonces la localidad, poco a poco, tuvo nuevos pobladores y diferentes denominaciones, entre las que aparecen Pueblo Nuevo, según el historiador Félix María de Arrate. Otros investigadores la circunscriben a Cayo Nuevo, y también a Villa Nueva de Santa Clara del Cayo. De igual modo la llamaron Pueblo Nuevo de Antón Díaz, terreno protegido por las discretas alturas de Cerro Calvo, el Capiro, y los lomeríos de La Melchora, Peña Blanca y Dos Hermanas.
La comarca, en su fertilidad primitiva, estaba bañada por los arroyos del Monte (Bélico) y la Sabana (Cubanicay), en los cuales entonces corrían aguas mansas y cristalinas.
Sin embargo, el 16 de agosto de 1695 se acordó que la Villa se titulara Gloriosa Santa Clara, «por ser el que tenía y debía conservar, y tomase por patrona », así lo refrendan las Actas Capitulares del Cabildo. En lo sucesivo, todos los días 12 del octavo mes, se enaltecería con fiestas, según el santoral católico. Harían una Verbena de amplia riqueza religioso-popular que, por tradición, incorporó componentes laicos y profanos.
Hasta 1923, fecha de la demolición de la Parroquial Mayor, ubicada al sureste del parque Leoncio Vidal, la Verbena acaeció en los alrededores de la antigua plaza. Después se trasladó hacia la calle Gloria, sitio donde radicaba el Cuartel de Bomberos, una de las vías transversales que desembocaba al céntrico recinto de paseos.
Junto a la antigua fe de bautismo, Pilongo, por extensión y costumbre, hubo orgullo y visos de amor a la patria chica. De acuerdo con la unción de las aguas cristianas para los nacidos en Santa Clara, la Verbena trascendió en el tiempo, y quedó prendida dentro del imaginario popular con celebraciones anuales.
La fiesta tradicional por la Gloriosa Virgen de Santa Clara de Asís, constituyó una diversión que derivó en combinaciones de complejos bailes, juegos y divertimentos, ventas de bebidas refrescantes, comidas y usanzas de gozos espirituales.
La calle Gloria era engalanada con plantas ornamentales, banderolas y quioscos para la venta de fiambres. Después se hacía la procesión de la virgen patrona, Santa Clara de Asís. En el acompañamiento popular de la imagen venerada siempre intervenían las bandas de música del Cuerpo de Bomberos y otra Civil. Al término de la vía, después de un recorrido de procesión rumbo a las márgenes del río Cubanicay, era colocado un altar hasta la medianoche.
Durante las décadas de los años 60 y 70 del pasado siglo la costumbre languideció. También ocurrió así en los períodos más críticos de la guerra iniciada en 1895 contra el colonialismo español, tiempo que la ciudad sirvió de centro de alojamiento de las fuerzas ibéricas dispuestas a frenar el empuje de los insurrecto. Sin embargo, en 1989, en ocasión del tricentenario de la fundación de Santa Clara, fue retomada la festividad con un matiz más profano.
A partir de entonces rescató componentes de la cultura popular-tradicional, sobre todo de repostería doméstica. Expenden vinos caseros, ventas de flores, ferias de artesanía y presentación de trovadores, y muestran bailes y vestuarios alegóricos.
En sus orígenes apareció el delicioso vino de tamarindo, árbol y fruto típico de región según dijo Dionisio González en su novela histórica El indio de Cubanacán o Las brujas de Peña Blanca, de 1848, así como la cafirolata, un dulce de boniato con leche de coco y canela.
También comercializaron el frangollo, especie de torticas de migas de plátano en almíbar, así como el cosubé, unas empanadas de catibía con sabor anís. Fue común disfrutar del mantecadito, un delicioso plato que encantó el paladar del transeúnte que recorrió muchos años atrás el entrecruce de caminos que enlazaban, por ferrocarril o carretera, a todo el país.
A la trascendental de las tradiciones de la localidad, la Verbena, y a sus mitos y leyendas pueblerinas (“Raíz del mote pilongoâ€, o “La Cruz del Puenteâ€, recogidos en Ayer de Santa Clara, 1959, por el folklorista Florentino Martínez, o Leyendas y Tradiciones Villaclareñas (1929), de Manuel García-Garófalo Mesa, y Tradiciones Villaclareñas, publicada ese año por Antonio Berenguer y Sed, se desencadenó en la actualidad otra costumbre que dista mucho de aquellos rasgos originarios.
A la Verbena, próxima en aparecer, la sustituyen los paseos de sábados y domingo en torno a la Glorieta ubicada en el parque Leoncio Vidal desde 1912, un sitio de encuentro de niños, jóvenes y ancianos que cuentan las más disímiles historias del acontecer pasado o presente.
Ya no se habla de aquellos mitos sobre “La Calabaza de la Pastoraâ€, o “El Caballo blanco sin cabezaâ€, así como de “La bruja de Cerro Calvoâ€, “El hada del Capiroâ€, y la “Visión del gí¼ije del Caneyâ€, por citar antológicos casos de leyendas agrupadas por los historiadores.
Ahora las historias son más recientes en tanto llega la tradicional Verbena de la calle Gloria, otro momento para el regocijo familiar.