
De vuelta a Camajuaní. Hago recorrido de detenimiento por el Parque Central y su entorno, Monumento Local desde hace 12 años. Prometo no hablar del antiguo hotel Cosmopolita y sus misterios reconstructivos. No niego aquellas pasiones que llevaron a los «Escudriñando Archivos », una pasada columna, a la indagación minuciosa por estas tierras del tránsito de agosto-septiembre de 1892 de Ignacio Cervantes y Rafael Díaz Albertini, nacionalistas de la pianística cubana.


Aquel periplo de los músicos incluyó Placetas, Remedios, Caibarién y Sagua la Grande. Dos años después Cervantes hizo otra gira artística. La mirada también ocupó en el nacimiento de 1895 a Claudio Brindis de Salas, el violinista, en conciertos por teatros cercanos. Esas constituyen historias anteriores, y de contrastes de fuentes documentales. Similar propósito tuvo la observancia a los acontecimientos armados de insurrectos incorporados a la Guerra Necesaria contra España. De eso hablé antes.

Detengo la marcha en el parque, próximo en septiembre a los 111 años de existencia. El espacio público testigo de la historia y de arquitectura decimonónica tiene cierto abandono. No existe un resguardo de los monumentos que allí exhiben, y cuando los cuidadores lo hacen, al menos, dejan una persistente chapucería en sus actos. No hablemos de los «vándalos » que rodean el entorno y de los deteriorados bancos de granito.
Por dentro, la Glorieta, de estructura octogonal e influencias del art déco con apenas reflectores en exteriores, constituye un símbolo del paseo. Creo que las habituales retretas de la banda de música no ocurran en horarios nocturnos, porque carece de luminarias en el interior.
De los bustos y monumentos, al dedicado a José Martí, erigido en 1938 por cuestación popular, se le perdieron un enchape de mármol y el escudo nacional. ¿A dónde irían a parar? Un misterio.
En la estatua a las madres, de tanta lechada de cal, se pierde la lectura del texto de inscripción. Tal parece que hay un gusto desmedido por el empleo de ese tipo de pintura. Incluso, en el obelisco a los mártires hay residuos en la tarja de bronce, que un día quisieron sustraer, según se aprecia.


En tanto, el obelisco al coronel Leoncio Vidal Caro, construido en 1978, tiene similares huellas del enjalbegado en un busto en bronce que esculpió a principios de la quinta década del pasado siglo el villaclareño Alfredo Gómez.



Hernández Pérez, espera por una restauración. (Foto: Luis Machado
Ordetx)
Mejor conservado, aunque exento de atención sistemática, aparece el monumento a la victoria sobre el fascismo, una de las pocas que en septiembre de 1945 se establecieron en espacios públicos cubanos.
¿Qué decir de La niña de la sombrilla, conjunto escultórico de Adoración Hernández Pérez? Ya no se trata de los dedos fracturados que un día reconstruyeron. Tampoco, de los desechos sólidos que allí vertían y del agua derramada en la fuente. Ahora se perciben daños malintencionados. Instalada en una de las remodelaciones que sufrió el paseo en los años 80 del siglo anterior, es una pena que un día desaparezca por falta de cuidado.
No hablemos de la placa que recuerda la declaración de Monumento Local, presunto asiento de ocasión de alguno que otro morador que prefiere la fronda de los árboles para disfrutar de un rato de aparente tranquilidad. Cuidemos siempre del parque Leoncio Vidal Caro, y hagamos del recinto más visible, a cielo abierto en Camajuaní, el encuentro permanente de la historia social y cultural de una localidad que sabe apreciar como pocas las grandezas creativas surgidas en el escenario espiritual del pueblo.