
En el revuelo de dedicarle todo el pensamiento a La Habana, no pudimos quedarnos detrás. Honor a quien honor merece. Y en esto de lengua cubana, nacionalidad y criollismo, la ciudad maravilla acumula cinco siglos de méritos.
Que me acompañen en pensamientos los personajes de factura capitalina que han devenido leyendas idiomáticas: Matías Pérez, el Rey de los Toldos, que en el Paseo del Prado voló y no regresó; la pobre Lola y su hora fatídica; la mismísima gata de María Ramos, que tiró la piedra y escondió la mano...
Esta última, otra historia de sangre y amoríos desenfrenados, invierte su tono para denotar picaresca y malicia cotidiana. Cuentan que la doña, una señorita poco católica del barrio Jesús María, encontró en la cocina a su proxeneta ensangrentado.
En el esclarecimiento de los hechos, María, ni corta ni perezosa, insistió en afirmar que la única que se encontraba en la morada era su inofensiva gatica Mimí. Finalmente, sin que esta pudiera siquiera defenderse, el Diario de la Marina juzgó al felino como culpable de semejante acto de hipocresía.
Si no me creen que a La Habana le podamos endilgar el título de proactiva lingí¼ísticamente, calcen mis argumentos con la fiesta del Guatao a la vera del camino real que iba de La Habana a Vuelta Abajo para que se convenzan de dónde venían los vecinos que, en ese sitio, por un no sé qué, armaron la gorda.
Los criollitos han demostrado que no les faltan pantalones para mantener por siglos esas frases y otras que datan del tiempo en que el «Morro era de palo ». Por ejemplo, aunque pocos conozcan la raíz de «a la hora de los mameyes » que alude al color de los uniformes militares, las casacas inglesas y los pepes antonios, aun en la ignorancia del hecho lograron mantener invicto dicho juego de palabras.
Ni soñando podré llegar a las 500 frases populares en estas pocas líneas. Sería como meter «La Habana en Guanabacoa ». Sin embargo, no me puedo permitir, como una cubana que se respete, evadir la moda de las dedicatorias numéricas. Así que, desde esta sección de la lengua cubana, aunque sea simbólicamente, 500 palabras para mi capital.
Y tú, acostumbrado a los cálculos milimétricos y a retarnos amistosa-mente, te veré contando los vocablos de esta sección «hasta que se seque el Malecón ».