Roland: un personaje  sin sustituto

Este 2 de enero el humor cubano perdió a un singular exponente: el caricaturista y redactor Rolando González Reyes (Roland), carismático integrante de colectivo del suplemento Melaí­to.

Falleció el caricaturista Rolando González Reyes (Roland)

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Roland y Melaíto
Roland, en el extremo izquierdo, junto a los integrantes del equipo Melaíto. (Foto: Cortesía de Martirena)
Rayma Hernández Garcí­a
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03 Enero 2020

Este 20 de diciembre pude haber reemplazado a Roland en la exposición colectiva por el aniversario 51 de Melaí­to, pero nunca ocurrió. Y no supe por qué hasta este jueves 2 de enero de 2020, cuando una definitiva mala noticia pintó de negro el humor cubano.

(Foto: Cortesí­a de Martirena)

Por aquellos dí­as, y me atrevo a creer que por primera vez en esos años, Roland (Rolando González Reyes) no estaba dispuesto o, para ser más precisa, estaba indispuesto y, presumiblemente, sus palabras no cortarí­an la cinta imaginaria en el pasillo del periódico Vanguardia.

Entonces aparecí­ como emergente con la misión de escribir y decir «algo », término que define con justeza lo que podrí­a lograr, si se compara con sus cinco décadas de letra y trazo en el suplemento humorí­stico del centro del paí­s, que le hicieron merecedor del Premio provincial Roberto González Quesada a la obra de la vida, con su presencia en otras publicaciones de Cuba y el extranjero; sus muestras personales y galardones en concursos nacionales e internacionales, más los libros, tanto de textos como de caricaturas: Cuentos para un verano, Humortajadas y íbrete, Sésamo, entre otros.

Claro que resultarí­a más fácil para él, que lo mismo se asomaba al medioevo o a una cola para contárnoslos o pintárnoslos con gracia, que se «enguayaberaba » para agradecer, en nombre de los demás melaí­tos la Distinción por la Cultura Nacional recibida hace un año, en el aniversario 50.

Mientras hilvanaba las ideas sustitutas, pensé que así­ de natural hubiera llegado el eterno hijo de Ciego Montero (en la actual provincia de Cienfuegos): gorra sobre la cabeza todaví­a poblada a pesar de sus 78 años, pulóver, pitusa, zapatillas o quién sabe si con una de sus habituales bermudas o sandalias; listo para desdoblar las ideas contenidas en una hoja que, como mago, sacarí­a de su riñonera o la carterita en ristre, a la vez que hací­a desaparecer su tabaco.

(Foto: Cortesí­a de Martirena)

Pero, al menos por esta vez, prefirieron no pedirle ser el orador. Eso sí­, junto a sus compañeros, a través de las obras estarí­a hablándonos en el lenguaje universal del humor con el que profesionalmente traducí­a realidades desde 1968, cuando la empresa Planta Mecánica «prestó » por un tiempo a un trabajador de su taller de plantillerí­a, para que el entonces recién nacido Melaí­to ganara definitivamente a un artista.

No obstante, pese a los recientes malestares del cuerpo, nadie dudaba que también podrí­a estar allí­: bohemio, personaje entre los personajes de morfologí­a inconfundible que aprendió a dibujar en el mostrador de la bodega de su padre, en su patria adoptiva de Dobarganes, en Santa Clara.

Así­, según me ha contado varias veces, parece estar viéndolo siempre la diseñadora Celia Farfán, compañera de barrio y mela’o. Mientras que otros que lo conocimos ya de genio y figura, tratamos de imaginarlo, con 20 años, cabellera negra y sonrisa fotogénica, subiendo hasta El Naranjo, en las montañas del Escambray, para pintar un cuadro más en esa gran historieta que fue la Campaña de Alfabetización.

(Foto: Cortesí­a de Martirena)

Lo cierto es que lo de enseñar se le quedó dentro, y sus cursos de humorismo gráfico en la Casa de la Cultura Juan Marinello, en Santa Clara, sirvieron para descubrir el talento de niños y adolescentes que «arrastraba » hasta la redacción, las páginas y los murales colectivos habituales en la celebraciones de Melaí­to.

Por supuesto, que de nada de esto iba a hablar yo el 20 de diciembre de 2019. Primero, porque a pesar de sospechosas señales corporales, su resistencia se habí­a impuesto a resbalones fí­sicos, y emocionales, como la pérdida de su madre, a quien siempre tuvo a su lado, protectora del más pequeño de los hijos. Segundo, porque aunque en sus venas la sangre del creador corrí­a mezclada con mela’o y ron, Roland era un tipo sensible, capaz de emocionarse con cosas simples de la vida y de la muerte. Tercero, porque nunca se hubiera permitido aguarle la fiesta a su otra casa y familia que encontró en la publicación humorí­stica del centro de Cuba.

Entonces, pocas horas antes de la inauguración de la exposición, pensé en que solo y como alusión indirecta a una posibilidad real debí­a desear a los presentes y exponentes que el año próximo, en el aniversario 52, estuvieran todos sosteniendo en alto la mocha del humor que seguirá identificando a Melaí­to.

Solo eso. Pero nada dije, porque nunca llegué. Cambié de huso horario sin explicación evidente, al menos hasta que al anochecer de este jueves 2 de enero la parca, tantas veces satirizada en sus caricaturas, le hizo la broma macabra al maestro Roland, a pocos dí­as de cumplir sus 79, el 26 de enero me confirmaba su sobrino Luisito; aunque, vaya a saber si por un mal chiste registral, según su carné el dí­a del natalicio en 1941 coincide con el del fallecimiento.

Roland, al centro, junto a Martirena, Linares y Antonio Pérez Santos. (Foto: Cortesí­a de Martirena)

No pocos se sorprenderán con la noticia, sobre todo porque el 20 de diciembre, así­ como era de personaje, y aun su voz algo apagada, el natural orador fue el utility del equipo: el pretendido ingeniero mecánico que engranó en su persona al redactor y caricaturista.

Ahora se me antoja creer que no estuve a la hora indicada porque él, pequeño y pí­caro, estaba prendido hace meses a las agujas del reloj, halando con fuerza para alargar su permanencia. Y prefiero esta como la última y eterna imagen del irreverente maestro que acaba de iniciar el trazado infinito de un tiempo otro en el que, igualmente, no tendrá sustituto.

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