El mérito de Mary Cristy

La fonomí­mica Marí­a Cristina Castillo Sánchez trabajó durante 25 años como aficionada, y ha sido la única artista cultivadora del género en la provincia de Villa Clara y una de las pocas existentes en Cuba.

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María Cristina Castillo Sánchez, Mary Cristy, la fonomímica
María Cristina Castillo Sánchez, Mary Cristy, la fonomímica, tuvo el mérito de ser la única artista de su tipo en la provincia y una de las pocas en toda Cuba. (Foto: Francisnet Díaz Rondón)
Francisnet Dí­az Rondón
Francisnet Dí­az Rondón
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25 Febrero 2020

Bautizada por sus padres como Marí­a Cristina Castillo Sánchez al venir al mundo el 16 de noviembre de 1950, años después su nombre quedó plasmado solo en documentos oficiales, para convertirse para siempre en Mary Cristy, la fonomí­mica, con el mérito de ser única de su tipo en la provincia, y una de las pocas en toda Cuba.

Ataviada con un hermoso vestido azul estampado con flores, la veterana artista me recibe con una sonrisa en su modesta casa en Santa Clara. Al verla, no puede evitar remontarme a mi infancia, cuando divertí­a a cientos de niños y adultos en cumpleaños, fiestas, escuelas, centros laborales, y disí­miles actividades en la casa de cultura Jorge Arche Silva, del municipio Santo Domingo.

Luego de varios   años sin ejercer su profesión por causa de entresijos burocráticos, así­ como la incomprensión y subestimación de algunas personas, Mary Cristy añora regresar a los escenarios y hacer reí­r, como en los gloriosos años en que su arte contagiaba los más diversos públicos y rincones.    

Mary Cristy interpretó disí­miles personajes que divirtieron a cientos de niños y adultos durante 25 años como artista aficionada.  (Fotocopia: Francisnet Dí­az Rondón)

¿Usted es realmente de Santo Domingo o nació en otro lugar?

Dominicana de pura cepa, nacida y criada en ese pueblo. Mi casa estaba en la calle Independencia, número 175, a una cuadra de la Carretera Central.  Viví­a junto a mi madre Concepción, a quien cariñosamente llamaban Concha; mi padre Elpidio, conocido por todos como Manengue, y mi hermana Marí­a Elena. Éramos una familia humilde, pues mi papá trabajaba de limpiabotas. Al cabo del tiempo el viejo compró una casa más grande, en la calle Agramonte, número 21, cerca del cine.

Se dice en el pueblo que Manengue encontró una botija o algún tesoro que le permitió adquirir esa nueva vivienda.

No, no, no. Papá era una gente muy emprendedora y laboriosa. Trabajó desde niño, pues los padres habí­an muerto. Fue el mayor de sus hermanos, y tuvo que ponerse a limpiar zapatos, sin descanso. Hizo su dinerito y compró esa casa grande, antigua, de tres cuartos. Eso es verdaderamente cierto. Cuando él fallece, al año muere mi mamá, y mi esposo se divorció de mí­, luego de 14 años de matrimonio. Me quedé solita.

¿Cuándo descubrió su talento para el arte?

Te voy a decir que desde pequeña me gustaba el baile de moda. Y mi padre, por los prejuicios de la época, no me dejaba salir prácticamente. Pero, comienzo a ver al fonomí­mico Centurión en la televisión, y me encantó su trabajo. Él fue mi inspiración, y tuve la dicha de conocerlo personalmente años después, en el poblado de Manacas. Me dijo que el éxito estaba en nunca aburrir al público y siempre dejarlo con deseos de ver más. Seguí­ su consejo.

«También mi mamá influyó en mí­, porque era muy cómica. Le gustaba actuar y disfrazarse. Nos reuní­amos en una casa con la familia de los chinos, primos mí­os, y mi tí­a Hilda Ofelia, donde mamá imitaba a la cantante española Massiel en las fiestas y cumpleaños. Nos reí­amos mucho con ella.

«Hice mi debut como fonomí­mica en enero de 1972, en la casa de cultura Jorge Arche Silva, de Santo Domingo, que abrió sus puertas con una actividad que llamábamos Café cantante. Yo siempre participé durante años, junto a los solistas y grupos musicales.      

«Recuerdo a  Mery, a Osilia Sosa, al grupo de Robertico Jiménez, quien también está trabajando aquí­ en Santa Clara; y más para acá en el tiempo, el cuerpo de baile a cargo de Amed Soto, que hací­a unas bonitas coreografí­as. Habí­a mucho talento.

¿Cómo surgió ese nombre artí­stico?

Se lo debo al periodista Evelio Enrique Cruz Domí­nguez, y también a Eduardo Franco (ya fallecido), quienes me señalaron que el nombre era muy largo y debí­a buscar algo más pegadizo. Y así­ se acortó de Marí­a Cristina a Mary Cristy.

¿Cuándo hizo la audición para hacerse profesional?

Después de 25 años de trabajo como aficionada.

¡Tanto tiempo!

Sí­, sí­. Yo estuve 25 años como aficionada, que ¡nadie hace eso! Y esta compañera que usted ve aquí­ (se señala a sí­ misma), lo hizo.

Pero, ¿cómo se sostení­a económicamente?

Porque estaba casada. Mi esposo en ese entonces, Juan José Alvarado, me ayudaba, pues trabajaba en el central azucarero George Washington y cobraba buen salario. Él salí­a conmigo a todas las actividades, recibí­a su apoyo hasta que ya vine a Santa Clara a audicionarme.

«Uno de los integrantes del jurado fue el humorista Delvis Miguel Torrecilla, quien al verme me dijo: « ¡Usted está evaluada de A! Ya es una profesional y hay que pagarle por su trabajo ». Me dio mucha alegrí­a, pero no resolví­ nada con eso. Cuando voy para Santo Domingo, no habí­a presupuesto para pagarme. Entonces, decayó todo otra vez.

«Hací­a algunas actividades, pero no me desarrollaba como profesional, igual que Mery y Osilia, porque no me pagaban ni me programaban en el cabaret Brisas del Oeste, que queda encima de un local llamado La Plaza, ni en ningún otro espacio. Actuaba muy poco, porque ya estaba divorciada, y fue escaseando la economí­a. ¡Imagí­nese! ¡No fue fácil!

¿A qué edad se casó?

A los 27 años, ya muy «vieja », desgraciadamente. No pude ser madre porque sufrí­ una enfermedad llamada menopausia precoz, que padecen pocas mujeres. Ello conllevó a que padeciera de los nervios. No obstante, mi trabajo con la fonomimia y como payasita me salvaban, pues me entretení­a y me iba olvidando de los problemas de salud y los achaques.

De payasita en una fiesta infantil (a la derecha), junto a un colega y la niña del cumpleaños. (Fotocopia: Francisnet Dí­az Rondón)

¿En qué lugares se presentaba?

Muchos. Yo iba a todas partes con la mochilita, mis cosas de fonomí­mica y mi casete con la música. Estuve en Varadero, en el hotel Kawama, donde me esperaban los muchachos del grupo Sputnik, quienes me estimaban mucho. También, en el teatro Terry, de Cienfuegos; en Topes de Collantes que, por cierto, el jefe de recreación se interesó mucho en mi trabajo y querí­a que me quedara allá, ¡con casa y todo!, pero yo debí­a regresar a mi pueblo.

«Y aquí­ en la provincia, en Ranchuelo, Corralillo, Santa Clara en El Mejunje, el teatro La Caridad, y en el Cary Show, gracias a mi amiga la pianista Freyda Anido, quien me ayudó mucho, y en otros lugares.

¿Qué ha sido lo más difí­cil para usted al hacer fonomimia?

Por ejemplo, hacer dos personajes, de un hombre y una mujer, para los que grababa fragmenticos de canciones con las voces masculina y femenina. Representaba a ambos solo con un lazo en el cuello, cuando era el hombre, y en la frente al ser la fémina, pero todo muy rápido, al ritmo de la grabación. Hacer los gestos, la mí­mica. Muy difí­cil.

«Tuve varios números que gustaron mucho al público, como El Bigote, muy, muy cómico, y El grano, que me grabó un muchacho, jefe de recreación en Varadero. Un éxito tremendo, pues llevaba doble sentido. Y otro muy gustado fue La Bella del Alambre… de púa, una sátira con los temas de la pelí­cula.  En ello me ayudó Fernando González Castro, a quien agradezco siempre, y lo presenté en Santa Clara con mucha aceptación.

Hace once años que salió de Santo Domingo a residir en la capital provincial ¿Extraña a su pueblo natal?

Lo extraño mucho, de verdad. Vine a Santa Clara porque me quedé sola al morir mis padres y luego divorciada. Decidí­ acercarme a mi hermana y sobrinas, pues mi familia es muy corta. Siento nostalgia de las calles, de la gente, los vecinos, los buenos amigos que quedaron allá. A veces llamo a algunos, de los que tengo sus teléfonos, y conversamos. No lo puedo negar, mi pueblo es mi pueblo.

«Solo lamento que nunca me han invitado a las actividades, habiendo sido una dominicana que ayudó y trabajó tantos años para la cultura, sin cobrar un centavo, y lo saben bien. No he recibido siquiera una postal o tarjeta de cortesí­a. Me siento dolida por eso.

Mary Cristy añora regresar a los escenarios y hacer reí­r, como en los gloriosos años en que su arte contagiaba a los más diversos públicos y rincones.    (Foto: Francisnet Dí­az Rondón)  

¿Qué consejos les dirí­a a las nuevas generaciones de actores?

Que trabajen y estudien. Si tienen ese bichito en la sangre por la actuación, no la dejen nunca. Que siempre cuiden su trabajo, lo amen y se esfuercen cada dí­a más para que lo puedan hacer mejor.

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