Rebeca Urribarren recibió el Premio Provincial de Cultura Comunitaria, reconocimiento que pretende estimular y reconocer los aportes en el desarrollo cultural comunitario y la contribución del mejoramiento de la calidad de vida de la población desde procesos culturales y sociales generados en, por y desde la comunidad
El Premio Provincial de Cultura Comunitaria es el último reconocimiento recibido por Rebeca, quien atesora más de 60 en sus 58 años de trabajo. (Foto: Miguel Denis Duardo).
Miguel Denis Duardo, estudiante de Periodismo
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02 Noviembre 2020
02 Noviembre 2020
hace 4 años
Lo mejor de este premio provincial de Cultura Comunitaria fue recibir tantas reacciones y comentarios de viejos estudiantes desde todas las partes del mundo. « ¡Profe, esto! », « ¡maestra, aquello! ». « ¡Qué lindo es saber que se acuerdan de ti! Verlos a muchos aún en el sector de la cultura ».
Quién se lo diría a la Rebeca Urribarren de los años 50, la niña que ante la ausencia de televisores o cualquier otro entretenimiento acudía a las peñas familiares en casa de su abuela, para crecer entre guitarras, música y poesía, a la par de los cantos parranderos de su barrio San José, trovas y boleros.
«Todo gracias a mi madre. Ella me impulsó a superarme. A no casarme a los 18 aunque lo hice a los 19 para que me fuera a estudiar a La Habana. Era 1962 y en el país no había instructores de arte y no se podía esperar a formar una primera graduación en tres, cuatro o cinco años porque, como analizaba Fidel, mientras tanto qué sucedería con la cultura. En seis meses de clases con los mejores artistas de aquel entonces como profesores, trescientos jóvenes pertenecientes a las diferentes manifestaciones artísticas nos titulamos en nuestras especialidades.
«Bueno, a mi padre también le debo mucho si lo pienso: Cuando volví a mi Camajuaní natal con el diploma de Instructora de Arte en Dirección Coral bajo el brazo, me sentía perdida, aquí ignoraban a qué llamamos coro. Él me acercó a un grupo de tabaqueros que en las noches se reunían en los portales de la fábrica para cantar y tocar algún instrumento, muchos pertenecientes a la banda municipal.
«Allí nacía el Coro de la Planta LV-6, de la planta de torcidos. Hombres y mujeres adultos en su mayoría: con Julio el bizco, Rogelio el sordo, Diosdado Trujillo y sus muletas, y hasta un mudito nos acompañaba a todos lados, aunque no pudiera vocalizar. Personas con miles de problemas, pero muy entregadas a su trabajo.
«Tanto es así que a los tres meses de creada la agrupación presentamos un concierto en las trincheras para los soldados movilizados en plena Crisis de Octubre. O como cuando nos montamos en un camión vestidos de milicianos hasta Buenavista para entonar en el centro del pueblo himnos y marchas revolucionarias, a sabiendas de los tantos alzados existentes en la zona.
«Hasta las tablas del Gran Teatro de La Habana llegamos en 1984 para participar en el primer y único Festival Nacional de Artistas Aficionados. El coro de las mujeres bonitas, murmuraban de nosotros. Imagínese, con trajes de encajes elaborados con antiguas vestimentas de comparsa. Son glorias imborrables.
« ¡Y la Ciénaga de Zapata! ¡Ese Primer Festival del Carbón de 1962! Una idea loca de Fidel, sin duda alguna. Se le metió en la cabeza que aquellos carboneros tenían que afinar como todo el mundo. Y para allá fui, a un lugar donde decir cocodrilos es decir lagartijas, con la duda infundada por los demás participantes de si esos animalotes tienen lengua o no.
«En aquel entonces se creía que Fidel conocía de todo. Tal parecía cuando en un conversatorio con los jóvenes artistas hablaba de música, de danza, teatro… como un profesional más. Hasta que le pregunté « ¿Fidel, los cocodrilos tienen o no tienen lengua? » No me supo responder, ni su guardia de seguridad. Fidel no se las sabía todas, claro, era humano, pero del salón salió presto a aclarar nuestra duda, esa cualidad de búsqueda insaciable no se la quitaba nadie.
También me queda el orgullo de representar a mi pueblo y a Villa Clara en los demás festivales municipales, provinciales y nacionales con los distintos coros: el de Camajuaní institucionalizado en 1980, el de la Central de Trabajadores de Cuba de Villa Clara, y los de la Organización de Pioneros José Martí y el de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media en mi territorio.
«Recuerdo un encuentro provincial celebrado en Placetas de mucha rivalidad entre nuestros conjuntos vocales. Quedamos en segundo lugar, o por el puerco que le asaron los placeteños a un miembro del jurado, o por lo quebrado de nuestra voz. Hacía apenas nueve días mi madre había fallecido.
«Enferma, me exigía: «Rebe, cántame lo que estás montando. Por nada dejes de ir «. Por ella asistimos. Por ella, excelente poeta que nos legó el Himno de Camajuaní. «Ay, Rebe, qué linda está esa melodía de la banda para hacerle una letra y cuando salgan con ellos por las calles la canten y no vayan detrás tan calladitos », me dijo un buen día. Mi hermano Rubén Urribarres, músico también, y yo, lo ultimamos con los arreglos y, ¡qué feliz me siento al escucharlo cada mañana en la voz de los niños de la primaria Lino Pérez Hernández, colindante con mi casa!
«Hasta canciones parranderas hacía. Mi familia ha sido siempre muy apegada a la tradición. Yo, nada más en la sala tengo más de 20 sapos de tela o cerámica y no hay nada que disfrute más que un changí¼í del barrio San José.
«Fíjese, que hace tres años me caí y tuve una fractura en el hombro derecho que, por mi edad y la osteoporosis no se pudo arreglar. Entonces en esa ocasión para no perderme el changí¼í agarré un sapo de peluche y me lo puse tipo yeso para inmovilizarme el brazo; la gente me lo pedía y yo por nada del mundo lo soltaba. No me iba a perder la fiesta ni a dejarme ver achacosa por mis amistades. Me dolía y aguantaba, como también me duele para dirigir los coros, pero procuro lucir bien. Lo que me hace querer seguir siendo Rebeca es el amor que me tienen en mi pueblo.
«Maestra de generaciones. Di clases en Caibarién; en Remedios; de teoría musical, solfeo y piano en la Academia de Música de Camajuaní; y en la Facultad Obrero Campesina del municipio; eduqué en la Escuela Vocacional de Arte “Olga Alonso†de Santa Clara; y en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, de Villa Clara. Pero mi trabajo favorito indudablemente estuvo vinculado con los niños. Con los pequeños de la escuela especial “José Ramón Fuentes Cano†creamos un coro, y con mucho amor y atenciones, pese a sus limitantes, ganamos un Festival Provincial.
« ¡Y aquella jornada del educador del 2014! Memorable. Desde el estadio Raúl Torres Acosta dirigí la interpretación del himno de la localidad por un coro de 2337 estudiantes de primaria, secundaria, preuniversitario, politécnico y enseñanza especial. Aquello sí fue dedicación de los profesores e instructores de arte para hacer de tantas una sola voz.
«Yo, en particular, soy muy exigente con la uniformidad. En los desfiles por el Primero de Mayo, el Coro Municipal que dirijo desde su fundación va vestido de rojo y negro, y nadie con prendas que denoten diferencias. Todos cumplen. Cantar es nuestra pasión. Siempre lo he dicho: movimiento artístico como el aficionado no hay. Personas con dificultades laborales, económicas, familiares y aún así vienen a las ocho de la noche a ensayar y salen a las diez y pico o las once.
Verdad que ya son menos, la muerte nos ha llevado a algunos este año, otros viven en distintas ciudades o países. Con la COVID-19 no podemos reunirnos más de 20 personas en una sala a cantar sin nasobuco y sin distancia. Y desde 1999 no tenemos un local propio, de él solo nos quedan 32 sillas para encontrarnos en la sala de mi casa. Cierto, desde los años 80 la atención al aficionado ha venido en decadencia. Pero nada nos detiene.
«Ahora estudio algo de música. Y pienso aprovechar la nueva normalidad para celebrar con mis alumnos como las circunstancias lo permitan, el Premio de Cultura Comunitaria, porque este y todos los demás, relevantes o locales, en realidad pertenecen a mi coro. Me debo a la música y al magisterio. *** « ¡Ay, no te he preguntado! ¿Quieres café? »