Las manos quietas sobre el piano, las manos quietas como en silencio. Ha sonado una tecla, blancas y negras concurren a la cita, ¡qué maravilla las manos quietas de Vitier! Han comenzado una revolución y el aire quieto en el Teatro La Caridad.


Vitier saluda, emprende su declaración de amor sobre las nueve de la noche y confiesa lo mucho que disfruta Santa Clara. Desde la tarima nos narra sus ritmos y se cuela, como quien (des)hace la música a su antojo. Los invitados llegan y Vitier es niño un persiguiendo trovas.
Si entendemos su música como un idílico lugar creado por dioses, si fuésemos capaces de abrazar las rimas de su noche que viaja de lo pilongo a lo celestial… Si fuésemos capaces de amar la vida como aman sus manos quietas sobre el piano…
José María Vitier ha llegado a la ciudad un 25 de noviembre, tocado por la historia y con su historia; un piano lo acompaña por Villa Clara y él de inmóvil y sagaz se sabe el verso y viene en su sonrisa una plegaria, a puertas cerradas confiesa: «En silencio ha tenido que ser ».

¡Qué soledad tan grande de repente! Su Tempo Habanero llega cual serenata y el público más despierto y más vivo que nunca le aplaude. Nos habían advertido al entrar ¡Silencio, Vitier toca!, pero era imposible.