El Chino de Santa Clara, otro inmortal

El deceso del reconocido curador cubano José Luis Rodrí­guez de  Armas (el Chino) constituyó una gran pérdida para el mundo de las artes visuales.

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osé Luis Rodríguez de Armas (el Chino) desempeñó una encomiable labor curatorial en Santa Clara, donde fue muy conocido antes de serlo en el contexto mexicano. (Foto: Tomada del perfil de Facebook de José Luis Rodríguez de Armas)
osé Luis Rodríguez de Armas (el Chino) desempeñó una encomiable labor curatorial en Santa Clara, donde fue muy conocido antes de serlo en el contexto mexicano. (Foto: Tomada del perfil de Facebook de José Luis Rodríguez de Armas)
Danilo Vega Cabrera
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06 Mayo 2021

La prensa yucateca se hizo eco por estos dí­as del deceso de José Luis Rodrí­guez de Armas, el Chino, a causa de complicaciones renales. Nacido en Santa Clara en 1951, se estableció en Mérida hace 30 años, con un sostenido trabajo en el mundo del arte, las exposiciones y la docencia, durante los cuales nunca dejó de mirar el arte cubano.  

Quedarí­a ilustrada sumariamente su labor en Santa Clara donde fue muy conocido antes de serlo en el contexto mexicano si tan solo nos remitiéramos a una información de la periodista Mercedes Rodrí­guez Garcí­a, publicada en Vanguardia, en 1987, en la que invitaba al público a subir a una «montaña », erróneamente ubicada a 300 km de distancia, en la capital.

Gracias a la labor del Chino, Villa Clara fue la única provincia donde expusieron en los años 80 las figuras de primera lí­nea del arte contemporáneo cubano, en número y calidades envidiables por cualquier gran capital cultural. (Foto: Tomada del perfil de Facebook de José Luis Rodrí­guez de Armas)
Gracias a la labor del Chino, Villa Clara fue la única provincia donde expusieron en los años 80 las figuras de primera lí­nea del arte contemporáneo cubano, en número y calidades envidiables por cualquier gran capital cultural. (Foto: Tomada del perfil de Facebook de José Luis Rodrí­guez de Armas)

Como si se tratase de una nueva procesión a La Meca, esa montaña no estaba más allá del complejo cultural Abel Santamarí­a, sitio en el que se enclavaba el Museo Provincial con su Cí­rculo Cultural Alejo Carpentier, en que José Luis laboró como especialista a lo largo de los pasados años 80, y donde aparecí­a una posibilidad de aliviar esa dolencia provinciana del desfasaje.

Cuando Leyda Quesada, entonces directora de dicha institución, le cedió una sala a aquel joven estrenado un poco antes como especialista en Literatura, encontró José Luis un sitio del cual disponer a sus anchas. Lo multiplicó en sus resonancias, lo transformó en otro espacio que destituí­a el viejo cliché del museo como almacén del pasado, en lo que fuera una estrategia curatorial de vanguardia y muy contemporánea desde el punto de vista de la museologí­a.

Con toda la libertad para promocionar lo que se le antojase, en principio la elección de qué promocionar fue fundamental por parte de José Luis, pero también el aval de la necesidad. Y es cuando nos encontramos con que en las salas transitorias del Museo Provincial esto es, recuérdese, en una provincia estaban exponiendo en los años 80 las figuras de primera lí­nea del arte contemporáneo cubano, en número y calidades envidiables por cualquier gran capital cultural.

Los artistas de la plástica Consuelo Castañeda y Humberto Castro junto al curador José Luis Rodrí­guez de Armas (tercero a la derecha), en el Museo Provincial de Villa Clara, 1987. (Foto: Archivo de Danilo Vega Cabrera)
Los artistas de la plástica Consuelo Castañeda y Humberto Castro junto al curador José Luis Rodrí­guez de Armas (tercero a la derecha), en el Museo Provincial de Villa Clara, 1987. (Foto: Archivo de Danilo Vega Cabrera)

Figuras entonces muy jóvenes, con el riesgo inherente a la osadí­a intelectual, protagonizaron los concurridos Salones de la Plástica Joven de Cuba de 1987 y 1988 ideados por José Luis; resúmenes, como ningún otro o pocos otros espacios en La Habana, de todo lo que valí­a y brillaba.

Junto a esos graduados del sistema de enseñanza artí­stica, el inquieto curador continuaba rescatando con ojo severo lo mejor de la herencia territorial: aquellos dibujantes y pintores populares de Las Villas. Y alternó en estas lides los Salones de la Creación Plástica Infantil «Batalla de Santa Clara » y los sonados Telarte, muy recordados por sus fastuosos montajes en que José Luis probó su excelente tino como museógrafo.

Quizás era ya suficiente que congregara a la intelectualidad en el Museo Provincial para hablar de Carpentier, de literatura o de la documenta de Kassel. O era ya bastante más que consiguiese movilizar al público santaclareño hasta la colina del «Abel Santamarí­a » por tantas noches de curiosidad y furor.

Quizás era ya demasiado para una provincia, que mucho esperaba sus enjundiosos comentarios de domingo o sus polémicas en Vanguardia, y más tarde en Huella, y la única que, por pura tenacidad de José Luis Rodrí­guez de Armas, en primerí­simo lugar, logró erigirse en un foco de relevancia para el arte cubano fuera de la capital del paí­s. Ya solamente eso, ayer y hoy, alcanza para recordar a nuestro Chino como otro de los imprescindibles.

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