A mí me gusta, compay

El poeta y escritor Yamil Díaz Gómez rinde emotivo homenaje a través de esta crónica a su entrañable amigo, el trovador Eduardo Sosa, quien falleció en la madrugada del miércoles 12 de febrero en Guantánamo.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
El poeta y escritor Yamil Díaz junto a su entrañable amigo el trovador Eduardo Sosa. (Foto: Cortesía del autor)
Francisnet Dí­az Rondón
Francisnet Dí­az Rondón
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12 Febrero 2025

A mí me gusta, compay, contemplar la foto donde Eduardo Sosa se inclina sobre el coche de mi nieto. Enmanuel, con sus dedos de siete meses, apretaba el gigantesco índice derecho del trovador. Los ojos colosales, sazonados de whisky, bendecían al niño.

Esa mano derecha no pulsará de nuevo la guitarra. Y la izquierda no volverá a lucir su colección de relojes soviéticos.

Enmanuel crecerá. Un día le contaré que Eduardo y yo nos hicimos hermanos en una fecha irrecordable. Que nos liábamos en cariñosas controversias beisboleras cuando chocaban Santiago y Villa Clara. Que alguna vez mi esposa le lavó la ropa y cocinó para el Nagüe la harina que le negaban en el hotel.

Será un día especial cuando Enmanuel y Samuel escuchen por primera vez, en voz de Sosa, La grabación de La bayamesa. Dejaré para entonces las anécdotas de Santa Clara, La Habana, Buenos Aires… Las tantas veces que iba a sus conciertos a pedirle La navaja, hasta que Lourdes y Claudia llegaron a mi vida, y comenzamos a pedirle Claudia vendrá.

Ay, Eduardo vendrá. Volverá a visitarnos, con David Álvarez y la carísima botella. Con los Fabelo. Con esa carcajada jacarandosa que prodigaba a los seres amados. Con esa voz de maravilla que ya tiene su sitio junto a la del Benny.

A mí me gusta, compay, que un hombre viva todos los años que sus hijos necesiten, que sus amigos necesiten, que la Patria necesite. Pero a veces la muerte deja de ser cierta broma remota que confundíamos con una guaracha.

Cuántas horas inútiles escapan mientras intento encontrar aquella foto.

A mí me gusta, compay, imaginarlo por el más allá con la navaja en la mano, como toca a los guapos de Tumba Siete. Pero la lleva en la izquierda, pues la derecha se ha quedado aquí: saludando a Enmanuel, mientras los tiernos ojos derraman bendiciones para todos los nietos de este mundo.

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