Vestida de rojo, Francisca López Civeira irrumpió en la Luna Naranja. Ni las flores coloridas de su atuendo, ni el azul oceánico de la credencial de invitada impactaban más que su peculiar y natural elegancia. Había llegado Paquita. Todos esperaban, ansiosamente, su conversatorio. Una vez más, la vida —¿o deberíamos decir la Feria?— la trajo hasta Santa Clara en días donde se respira cultura.
Con la amabilidad de quien concede peticiones, aceptó conversar con Vanguardia tras la presentación de sus novedades editoriales. No disponía de mucho tiempo, y eso era comprensible. La gran fiesta de los libros siempre pone a todos a correr. Otras actividades requerían la presencia de la «profe Paquita».

Ahora me atrevo a llamarla así, con la intimidad de quien presenció una magistral conferencia. López Civeira es, ante todo, una educadora. Esa faceta de su vida destaca en cualquier entrevista que ofrece, y, por supuesto, las declaraciones de sus alumnos avalan el empeño fértil y cotidiano de transmitir a otros la misma pasión que corre por sus venas, la misma convicción que la sumerge en las infinitas páginas de este libro llamado Cuba.
Y, hablando de libros, el panel se centró en dos títulos recientes de la historiadora, quien, a sus 81 años, no deja de sorprender con su labor investigativa. En primer lugar, dialogó sobre La representación de los Estados Unidos en la República plattista, la segunda parte de lo que será una trilogía acerca de las relaciones Cuba-Estados Unidos mediante diversas miradas; una línea de trabajo que ocupa a Paquita desde hace muchos años. Posteriormente, se refirió al ejemplar Fidel y la industria editorial cubana: una revolución de las letras, donde comparte autoría con Fabio Fernández, profesor del Departamento de Historia de Cuba de la Universidad de La Habana, y de quien Paquita suele hablar con frecuencia y admiración: «Fue mi alumno y ahora es mi jefe», añadió la profesora mientras esbozaba una sonrisa.
Existe una sagacidad inmensa en el verbo de López Civeira. Sus intervenciones parecían adivinar la curiosidad del auditorio. ¿Qué se podía preguntar cuando ya lo había dicho todo? Sin dilación me acerqué, en un intento de breve diálogo, luego de que aquella misma sonrisa de toda la mañana acompañara a su portadora en la firma de dedicatorias a los presentes.

Conversamos sobre la Feria en Santa Clara, sus impresiones, la calidez de la ciudad, el agradecimiento y el vínculo con personas e instituciones antes de caer en los platos fuertes del día: libros e Historia.
—Probablemente, muchas personas le elogien su energía y vitalidad para seguir estudiando. ¿En qué medida la lectura e investigación ocupan su tiempo?
—Ya mis hijos son adultos. Mis nietos también son jóvenes, por tanto, las labores hogareñas ya no me llevan el mismo tiempo. Puedo dedicarme más a este tipo de cosas, realmente es un placer. También uno se debe programar, porque debes tener tiempo para distintas actividades.
«Creo que la docencia es importantísima, porque te enseña a explicar, a tratar de que te entiendan, pero, a la vez, te mueve el pensamiento ¿Cuántas cosas un alumno te puede preguntar que tú no hayas pensado? Y ya eso te está aportando aristas para una nueva investigación. Entonces, creo que esa relación resulta importante porque te renueva permanentemente.
«Ya después está la propia investigación. En la medida que vas encontrando nuevos elementos, nuevos matices, también genera una satisfacción. Eso sí: la investigación siempre va a partir de un proyecto que uno tiene que elaborar con todo el rigor científico, seguirlo y obtener resultados».
—Durante el conversatorio se hacía referencia al vínculo de Fidel y los libros, a qué leía Fidel… Me atrevo a preguntar, ¿qué lee Paquita?
—Yo leo textos de Historia, sobre todo de mis colegas y contemporáneos, para estar al tanto de los nuevos acercamientos y aportes que se hacen hoy por parte de ellos, para no quedarme atrás. Pero también leo cosas que tengan que ver con la época que esté trabajando: novelas, cuentos, poesía, los cuales me enriquecen esa mirada.

—¿Por qué siempre la Historia?
—Tenía mis dudas entre la Historia y la Literatura, pero al final me incliné por la Historia, porque desde el punto de vista investigativo, de hacer búsquedas, me resultaba más atractiva. Y creo que esta especialidad resulta importante para los seres humanos, para entendernos. El mundo en que vivimos es resultado de un proceso histórico, de siglos, por supuesto. La Cuba en que vivimos es resultado de un proceso histórico, también de siglos. La Historia nos permite comprender quiénes somos, por qué somos. Creo que esto aporta una utilidad extraordinaria para la vida de las personas.
—¿Qué retos enfrenta en la actualidad la enseñanza de la Historia a las nuevas generaciones?
—Hay que estar a tono con los contextos, con las épocas. Eso es normal; cada generación, cada momento, está planteando sus retos, sus formas, sus mecanismos. Constituye una necesidad estar al tanto de esto, utilizar todos los medios digitales. Se emplea mucho el audiovisual, que también resulta atractivo para acercarse a un hecho, una figura. Se trata de trabajar con esos recursos, pero, al mismo tiempo, fomentar un sentido crítico a la hora de seleccionar para saber qué es válido, qué no lo es, qué es serio, qué es verdaderamente científico o qué es un invento. Desde esa perspectiva, también hay que crear una cultura.
—Y sumarla a los nuevos cambios que atraviesa la industria editorial…
—Sí. Hoy en día no contamos solo con el libro en papel. Está el libro digital, el audiolibro, es decir, formas que no podemos desconocer ni minimizar, pero tenemos que aprender a utilizarlas. Constituyen maneras de divulgar los resultados de la obra de investigadores o literatos para que lleguen a las personas en diversos formatos.
Alumna del mismísimo Alejo Carpentier, Paquita no olvida aquellos nombres que han incidido en su labor como intelectual y docente. Aún conserva un correo con respuestas de Ambrosio Fornet, quien contribuyó al estudio sobre la industria editorial cubana, y, lamentablemente, no pudo ver el libro publicado. Asimismo, la autora hizo mención a Rolando Rodríguez García, fundador del Instituto Cubano del Libro, así como al periodista Iroel Sánchez, ambos fallecidos recientemente.
Ante los invitados, Paquita homenajeó, además, a Oscar Loyola Vega, un hermano que la Historia le regaló, y que, debido a un fatal accidente de tránsito, también perdió la vida de forma prematura.
A la Premio Nacional de Historia (2008) le sobran las distinciones, pero no pierde la modestia. Francisca, Paquita, la profe, la Doctora en Ciencias Históricas…son todas la misma mujer apasionada por llegar a los otros. Cada una de sus versiones integra a la persona sensible que se emocionó mientras la trovadora Yeni Turiño entonaba los versos de Guayabera, poema del inolvidable Raúl Ferrer.

La autora de Cuba y su Historia, y El alma de la Patria, entre otros tantos títulos, se acoge a la premisa martiana de «poner la ciencia en lengua diaria» para que un público amplio acceda al conocimiento. Sin renunciar al rigor científico, Paquita procura un lenguaje que identifique a la sociedad con el devenir histórico.
Inmensa en sus visiones, pero práctica en sus sentencias, asegura que «un libro de 600 páginas no funciona. Nadie se lo va a leer». Comprometida con el pasado y el presente de la nación, ella existe para la Historia. ¿O acaso la Historia existe para ella?