Mayli Estévez Pérez
Mayli Estévez Pérez
@mestevezp
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09 Octubre 2016

Pablo Neruda buscó una salida romántica a la ausencia fí­sica de sus amigos. Escribió el nombre de ellos en cada ranura del techo del l bar en su casa de Isla Negra. Imagino que escogió el bar porque más de una vez el poeta le hací­a el amor a un buen vino en aquel sitio, con vista al Pací­fico. Solo y acompañado, en esa dualidad en la que él vivió, vivimos muchos.

«No los escribí­ en la techumbre por grandiosos, sino por compañeros », confesó en un poema por el 1966. Allí­, a la misma altura están Garcí­a Lorca, Miguel Hernández y Roco del Campo.

«Cada uno de ellos fue una victoria. Juntos fueron para mí­ toda la luz », concluyó el Nobel chileno. Siempre estarí­an acompañándolo. No sé si lo conseguirí­a, pero al menos se inventó una fórmula sencilla para tenerlos cuando ganara la distancia, los errores, la muerte.

Para llegar a esa casa mágica hay que bajar un barranco acompañado de cierta clase de pino, y sea cual sea la época del año, el viento te golpea frí­o en la cara. Claro, yo hice lo menos recomendable para una viajera seria, aventurarse. Fui sola, cuando apenas llevaba cinco dí­as en Chile, allá por el 2013.

Nadie te da la bienvenida, al menos lo que una cubana al fin considera como tal. Te dan un audioguí­a, una grabación que narra cada trozo de historia.

Dos moros, colocados por el poeta ante un camino de conchas te sonrí­en en la puerta. Neruda les pedí­a a sus amigos que se quitaran los zapatos al entrar y así­ sintieran bajo sus pies los poderes del océano. Un poco cursi sí­, pero totalmente intenso.

Más de una vez habrán pasado directo al bar, el mismo que sigue a «lo desorganizado », como si los anocheceres en esa habitación coincidieran todaví­a con los amaneceres. La tarde que descubrí­ aquella confesión de amor eterno, aquella ingeniosa manera de atarlos a la madera y a su alma, tuve que violar la primera regla.

«Nada de fotos », dijeron.

 

 

 

 

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