Puntal de esencias en la pintura de Pedro Luis Ramí­rez

El artista plástico residente en Cascajal rastrea en formas y contenidos aspectos representativos del ambiente rural cubano.

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Pedro Luis Ramírez Rodríguez
El artista plástico residente en Cascajal rastrea en formas y contenidos aspectos representativos del ambiente rural cubano. (Foto: Ramón Barreras Valdés)
Luis Machado Ordetx
Luis Machado Ordetx
@MOrdetx
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21 Marzo 2017

Pasó el tiempo. Dirí­a años. Allá en Cascajal, en el extremo villaclareño, Pedro Luis Ramí­rez Rodrí­guez, carpintero-ebanista, dejó a un lado las labores artesanales con la madera preciosa, la preferida. Ahora el ingenio personal lo atrapaba como orfebre de la denominada pintura primitiva, ingenua o inocente de hálito popular.

Nunca antes habí­a combinado colores sobre un lienzo y una cartulina, y mucho menos hacer figuras o dibujos espontáneos, no inducidos, dentro del espí­ritu de procrear temas y forjar estilos. La más cercana aproximación a ese acto estuvo en terminar el retoque de pintura con brocha «gorda » en puertas, ventanas o paredes de mamposterí­a, y también en el aprovecham »iento de recortes de maderas lizas con las cuales componí­a  algunos «muñequitos » que luego regalaba a niños de la familia.

Un «hechizo » lo catapultó a volver la mirada hacia componentes de la naturaleza, y deleitarse con dibujos, casi «inocentes », en el sentido laborioso de las abejas, o las hormigas, las aves y los animales de trabajo rústico en el campo.   Algún que otro responso logró en el ámbito hogareño por abandonar el perfil del carpintero. Entonces inquirió algún asesoramiento especializado con profesores de pintura, especialmente con José Ramón Ley Hernández, allá en Santo Domingo.

Pilón de arroz
La pieza Pilón de arroz, de Pedro Luis Ramí­rez, retoma el rescate de tradiciones campesinas. (Foto: Luis Machado Ordetx)
Tema abejas
Las abejas y su universo amoroso, primero de los tópicos concebidos por este pintor autodidacta. (Foto: Luis Machado Ordetx)

Eran los últimos años de la octava década del pasado siglo. El municipio de Santo Domingo «resucitaba  con fiebre de cultura popular, sobre todo en tejidos con guano de palma cana, en tela y papel maché, con los cuales componí­an objetos decorativos y artí­sticos.   Ese movimiento también acogió a Manuel (Villa-Peñita) Garcí­a Peña, hacedor de originales máscaras con rostros negroides, conformadas con semillas de coloraciones naturales.

Fue el ambiente artí­stico que tomó en principio Ramí­rez Rodrí­guez. Luego por la lejaní­a de las sesiones teórico-prácticas, decidió abandonar el proyecto. Comenzó intercambios personales con otros creadores de idénticas inclinaciones por la pintura popular de vertiente primitiva, o ingenua.

Lus Machado junto a pintor naif
Pedro Luis Ramí­rez, a la izquierda, junto al periodista Luis Machado Ordetx, en ocasión de una visita a su recinto artí­stico en Cascajal. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

Aparecieron los destellos de Noel Guzmán Bofill Rojas en desacralizar la historia, y Bernabé Aquino hací­a galas de introvertido, mientras Julián Espinosa Rebullido (Wayacón) se mostraba irreverente y Pedro Osés perfilaba el festejo de la pulcra floresta y la fauna campesina.

Después   surgieron otros creadores que, en sus ramificaciones, harí­an interminable un listado con apego a la estética del Grupo Signos que inspiró Samuel Feijóo en el centro del paí­s. En tanto Pedro Luis Ramí­rez   exhibí­a la inicial Serie de las Abejas, su contexto de arranque, hasta llegar a los coloridos Abanicos, una suerte de ensamblaje del fino oficio de carpintero con la genialidad de formas que registró su pintura.

También surgieron los gallos y sirenas con siluetas humanas y relieves policromados. En las tallas en madera consolida la agudeza temática-expresiva. Ahora, al cabo de tres décadas de hacer creativo en solitario y de siete de existencia, Ramí­rez Rodrí­guez advierte al público que decantó un estilo que asume la tinta sobre cartulina para ofrecer tres impresionantes piezas: Pozo de rondana, Colando café  y Pilón de arroz, convertidas desde ahora en reliquias del tiempo.

El trí­ptico le permitió el premio del XXIII Salón Territorial de Arte Popular   en Villa Clara, certamen que distinguió la depuración estilí­stica, el manejo de técnicas y contenidos de constante ingenuidad temática, muy próxima a la estética inculcada por Feijóo a la pintura autodidáctica, no inducida, o primitiva, y de la cual el artista de Cascajal, desde su tí­mida modestia, se erige en puntal de esencias.

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