
En una de las mesas se divisa un bulto considerable de hojas sueltas. Puede percibirse, no más traspasar el umbral, el cómodo aroma a papel nuevo, a letras recién impresas. Hay pliegos en el suelo, rastros de portadas, pilas de textos tapados para que el polvo no los vaya a deslustrar.
«Esos son los volúmenes de las editoriales villaclareñas Capiro y Sed de belleza listos para la feria », me explica Juanito, y lanza un suspiro largo, como orgulloso y aliviado por la faena que les ocupó cerca de tres meses.
Juan González Valdés es uno de los responsables de que miles de títulos salieran a tiempo para el evento cultural más importante del año. Los cuatro trabajadores de la imprenta de Cultura bien pudieran comparase con los gnomos que fabricaban de noche los zapatos en aquella historia infantil, los hacedores anónimos que no aparecen en portadas ni reversos.
Por más de una década Juan ha estado al pie de la impresora Rizzo. La conoce y la cuida cual padre celoso de su criatura. A veces no funciona bien, se ha roto en varias ocasiones. Es una máquina que lleva «un siglo » en dicho establecimiento.
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«Funciona, ella funciona, pero tiene sus problemitas », acota. «Tiene algunos mecanismos deteriorados. Imagínate, ha tirado unos cuantos libros. Más o menos resuelve. Tuvo sus fallas ahora en esta etapa, pero corrimos pa ´ repararla ».
En el último trimestre, la imprenta dejó listo 19 textos que suman una cifra de aproximadamente seis mil ejemplares junto a 500 revistas Umbral.

«Tuvimos que trabajar desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche. Casi doce horas, a veces un poquito más. El proceso parte desde la impresión, luego se trae a la mesa y se realiza el cazado. Este paso se trata de compaginar los libros, de que cada página tenga su orden. Eso no es fácil, tiene sus complicaciones, aunque tampoco es cosa de otro mundo. Por ejemplo, coges seis hojas y se cazan una a una hasta que formas un cuadernillo. Después vas buscando de seis en seis hasta que completas el volumen. Lo últimos es el recorte y el pegado de la cubierta ».
Sin guillotina para repelar los libros y en pleno proceso, estos trabajadores tuvieron que recurrir a una imprenta cercana para acabar a tiempo la tarea asignada. Jesús Jiménez, más conocido cariñosamente como El Niño, es el encargado de cazar las hojas y troquelar las cubiertas. Sin embargo, aunque suene simplista, debe hacerlo «a mano limpia ».
«La cubierta se trae lisa », explica Juan. «Él la toma, y con unas mediciones, de acuerdo al groso de la tripa del libro, se le da el ancho que lleva. Lo dobla a mano, y le faltan herramientas para hacerlo. Él pasa su trabajo con eso ».
«Esta es la máquina americana de marca Chandler 4. Viejísimay la señala, y coloca una portada sobre la superficie corroída Peligrosa sí es, te puede atrapar los dedos fácilmente. Si los extranjeros la ven se quedan locos. Y sí, por si te lo preguntas, tenemos las palmas llenas de callos ».
«El pueblo no conoce esto que hacemos, pero los escritores y la Dirección de Cultura siempre nos agradecen. Quizá, nuestro trabajo no se divulga mucho, no sé. La verdad que a mí no me molesta hacerlo, también porque me gusta leer, y valoro el hecho de hacer que los libros lleguen a las personas ».
Con mucho cuidado, para que ninguno se deteriore en el transcurso, los impresores no saben, quizá, de escribir ensayos o poesía, pero son, sin lugar a dudas, los que garantizan que lleguen a la población sin defectos y bien encuadernados.