Kamikazes de la Buena Fe

Una crónica a propósito del concierto de este 11 de abril en Villa Clara.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
Por Pedro Jorge Velázquez (estudiante de periodismo).
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11 Abril 2017

No recuerdo exactamente qué fue lo que me llevó a escuchar por primera vez una canción de Buena Fe. Probablemente, en ese tiempo mis oí­dos no respetaban los innumerables solfeos, ni andaban convictos de los manifiestos de Euterpe.

Probablemente, nunca los creí­ devotos de mis sentimientos, de mis corazones rotos, de mi papel en blanco, de mis consignas. Probablemente, primero solo los haya despreciado. No sé.

Mi primer concierto me salvó de aquella indiferencia por acercarme a esa música que no era la pegá en los reproductores MP3, ni la bombardeada por los bafles de la discoteca, ni la anunciada en Colorama.

Mi primera foto. Mi primera intimidad con aquellas letras forasteras y piratas, ladronas de mi púber reflexión, mi primera «Intimidad », ocurrió en aquel pedazo de plataforma de mi Consejo Popular, donde apenas asistimos 200 personas…y sin dejar al tiempo parpadear comenzó mi viaje «del placer al priapismo ».

Quizás por el solo hecho de haberlos dejado entrar, fue que me tildé de simple caminante, de mediocre agonizando en estado de coma, de Neanderthal. Como dictador de una psicologí­a al dí­a, multipliqué mi deseo de ser adicto de aquellas melodí­as orientales y descendientes de la gran obra de los gigantes desconocidos por mi peripatético universo musical.

Y fui preso de los celebérrimos cantos de Sindo, de Varela, de Nicola, de Silvio, de Pablito, de Feliú; pero para llegar ahí­, tuve que hacerlo de la mano de Buena Fe.

Aún no sabí­a si una buena canción provení­a de un poema o era un resultado prosí­stico del discurso. No sabí­a si una canción era un beso o una caricia o el filo de una daga. Apenas imaginaba cómo ser de un ser o que un corazonero garantizarí­a unir mis pedazos revueltos. Mis lemas dictaban lo que era, lo que Soy, «un ángel unicelular », un espermatozoide capaz de llegar con todas mis angustias y fecundar la realidad que impera en mis calles.

Crecí­ cargando un arsenal de propuestas musicales, la música cavó en mi sien y se sentó para siempre en mi silla turca. La música comenzó a reflejar mis incomodidades, mis buenos viajes, mi intimidad, mis axiomas de vida: «nunca digas nunca ». La música eliminó los fantasmas, las dudas, la parsimoniosa cautela sobre el futuro, sobre las puertas abiertas. La música tiene ese poder, puede ser inicio de caminos o fin de fiesta.

El eco de las plazas traí­a a mi vida los presagios formadores de mi ideologí­a. Encontré la historia, el respeto por mis héroes, el amor por mi bandera, la muralla abierta para preguntar quién es, encontré las premoniciones socioculturales de un paí­s, encontré la fuerza necesaria para dar más y agradecí­ por el fuego que prendí­a en mis ganas juveniles.

Mis decisiones comenzaron a usar lentes ajustados a la graduación de mi cosmovisión del mundo. A veces, incluso, necesité de un catalejo para observar más allá de las nubes. Por primera vez aprendí­ a andar en cueros, a sentir lástima por mis cercanos, a entender que cada paí­s es distinto y que el mí­o no podí­a ser esclavo de ninguno. Y mientras decidí­a cuál era mi aire pasé todos los viernes, sábados y domingos tratando de adivinar cómo fuera el mundo «si no hubiese que sacarle presión a la caldera ».

Vi a Buena Fe crecer en la voz de mis amigos, en el silencio de mis noches melódicas, en la humildad de sus gestos, los vi comenzando por Guantánamo, otro dí­a por Pinar del Rí­o. Los vi reflejar, como un espejismo, la realidad sobre la que caminábamos. Los vi afanados, contentos de convertir en realidades sus sueños simples. Los vi junto a Frank, rindiendo honores a la trova, a su «otra orilla », a su «trovatur »â€¦Los vi convertidos en cubañolitos, en extremistas nobles, en pescadores de sonrisas. Los vi lanzando hacia afuera los prejuicios y miedos que no nos dejan soñar en azul.

Buena Fe se convirtió en mi constante de preuniversitario, en el Pi que abrí­a mi diapasón de libertades.

Ahora, lo siento más que nunca. No fue casualidad encontrarme con Buena Fe. Buena Fe se adueñó de mi destino. Ancló la cumbre de sus manifiestos en mi dial, me advirtió mediante un ojeo sobre la absorción del homo sapiens por la tecnologí­a. Botó a matar todos los males, los infortunios y trajo un barco lleno de esperanzas de proa a popa.

Buena Fe se convirtió en 16 años de carrera artí­stica, en la música que más ha influenciado la cotidianidad de los jóvenes cubanos, de los que se saben deudores de la Patria, de los que ven los errores y buscan soluciones, de los que se sienten agradecidos del tiempo, de los de aquí­ y de ahora.

No sé si mañana las nuevas generaciones crezcan escuchándolos. No sé si persistan en el tiempo; pero seguiré creyendo en ellos, seguiré creyendo que me transforman y me hacen crecer.

Seguiré escuchándolos, hambriento de nuevas pistas, de nuevos conciertos, de nuevos encuentros, de nuevos diálogos, de nuevos abrazos. Y aunque continúo distante de todos los fieles hipercultivados hijos de la élite musical, creo que podré seguir sintiendo en la desesperación de mis poros erizados, la sencillez y la imperfección de los bienaventurados kamikazes de la Buena Fe.

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