Alain Pérez: «La música es más grande y mejor que todos nosotros »
El reconocido cantante y músico Alain Pérez, conversó con Vanguardia sobre su trayectoria artística y su opinión sobre cómo salvaguardar la música cubana.
Alain Pérez, uno de los músicos más sobresalientes de la música cubana en la actualidad. (Foto: Ramón Barreras Valdés)
Francisnet Díaz Rondón
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02 Junio 2017
02 Junio 2017
hace 7 años
Cuando escuchó por primera vez las décimas y tonadas campesinas de las voces de su abuelo Eduardo y de su padre Gradelio, el cantante y músico cubano Alain Pérez supo que ahí estaba el camino a seguir, la esencia misma de la vida. En su natal Manaca Iznaga, Trinidad, provincia de Sancti Spíritus, el punto guajiro, la guaracha y el son se inocularon en las venas de aquel niño cuyo talento musical comenzó a templarse en ese ambiente «familiar, parrandero, festivo, humilde, pero siempre honesto », dentro del cual creció.
Alain Pérez es ahora mismo uno de los creadores más activos, claros e inequívocos en cuanto a la defensa de la música cubana desde las raíces. Al escucharse sus discos El alma del Son: Tributo a Matamoros nominado al Grammy Latino en el 2015, Hablando con Juana (Patakin Music), o su última producción ADN realizada con la EGREM, nadie pone en duda que en su persona convive una amalgama de ritmos auténticos y profundamente criollos.
Durante su vida artística ha tenido la dicha de trabajar estrechamente con monstruos de la talla de Chucho Valdés, Juan Formell, Celia Cruz, Paco de Lucía, Oscar de León, Isaac Delgado, y muchos más, de quienes bebió su savia. En un descanso en las audiciones para la tercera teemporada de Sonando en Cuba en Villa Clara, donde funge de juez de la Región Central, conversa sobre su trayectoria en el mundo del arte.
«Un día pasé a la casa de cultura de Trinidad donde había instructores muy buenos, como Uría, de quien aprendí mucho, como de otros músicos del barrio: Eduardito, los hermanos Ilde y Tite, José Luis…, trovadores de allá de Manaca. Fueron los primeros maestros, a quienes veía con admiración y despertaban en mí un sentir muy lindo, sobre todo, porque era de corazón, natural o folclórico, como se le llama.
¿Cómo llegaste al grupo musical infantil Cielito lindo?
En una fiesta en el barrio mi papá me mandó a cantar y amenizar. Allí estaba un técnico de sonido de Cienfuegos que me escuchó, y le dijo a mi padre: «Mira, este es el muchacho que están buscando para el grupo Cielito lindo, que necesita un cantante ». Mi padre accedió y me llevaron a hacer las pruebas a casa de Enrique Pérez, director de la agrupación.
¿Qué tal era Enrique?
Un educador. Hacía una labor social tremenda: rescataba a niños con problemas familiares, los educaba y enseñaba a ser músicos, artistas. Yo no tenía ninguna situación en la familia, pero venía del campo y él me cobijó en su casa, lo cual fue muy importante para que pudiera empezar mi trayecto desde los nueve años de edad.
«Fue mi primer maestro de solfeo y me daba a leer libros. Con Cielito lindo viajé por toda Cuba, participamos en festivales infantiles, en el campamento pioneril de Tarará, en el evento Por un mundo sin final, aquel festival que se hacía de la juventud, en los carnavales en Matanzas tocamos en todos los pueblos, las carrozas. Fue una eseñanza y una experiencia muy grande para mí empezar con un estímulo y disciplina de trabajo tremenda. Tenía escuela por las mañanas, y en la tarde música. Ensayábamos casi todos los días.
¿Eso te debe haber ayudado para entrar a la escuela de arte?
Julio Elizarde, uno de los profesores de guitarra del conservatorio Manuel Saumell, de Cienfuegos, le pide a Enrique llevarme para hacer las pruebas. Mi mentor no estaba muy de acuerdo porque era de la vieja escuela, de la calle, pero al final aceptó. Mi padre también quiso porque deseaba que yo fuera músico de academia.
¿Y Cielito lindo?
No pude seguir, porque la academia exigía mucha preparación, y más en el pase de nivel. Luego me trasladé para la Escuela Vocacional de Arte (EVA) Olga Alonso de Villa Clara, donde me abrieron las puertas. Tuve como maestros de guitarra a Fernando Moreno, al Chino Octavio y Rachid López tremendo maestro, persona y amigo quien me preparó para el pase de nivel de la Escuela Nacional de Arte (ENA). Allí llegué con la meta de seguir mi carrera. Fue el primer puerto donde desembarqué a gran escala. Continué con la guitarra clásica, pero siempre con la música popular paralela a los estudios.
Sin embargo, en esa época la música popular no era bien vista por los académicos.
Incomodaba a veces a los profesores porque no estaba bien visto entonces ni ahora tampoco, aunque la gente está un poco más relajada en las escuelas que los estudiantes estuviesen tocando música popular, tumbao, timba, jazz, latin jazz, y ese tipo de coas. Pero, yo tenía lo mío claro y «venía por la libreta » también, desde niño.
¿Y cómo soltaste riendas a esa inquietud?
Junto a varios amigos formé un grupo que se llamó Alain y su síncopa, porque los mismos estudiantes conocían que yo venía de la calle y me propusieron crear una agrupación de timba, salsa, etcétera, y para representar a la escuela en eventos, festivales y tocar en fiestas o cualquier actividad.
¿Cómo conociste a Chucho Valdés?
En la ENA se hizo un curso de música popular cubana internacional, pues la mayoría de los participantes eran extranjeros. Los maestros del curso eran figuras como Chucho Valdés, Changuito (José Luis Quintana), (Carlos) Averoff, César López, el Tosco (José Luis Cortés)… Personas muy grandes.
«Ahí fue mi primer encuentro personal con Chucho, quien me felicitó e invitó a ser telonero de Irakere en la gala de cierre del curso. Dos meses después me llamó para formar parte del grupo como cantante y en el teclado. Siempre digo que él fue mi mentor, porque es así. Me lanzó a nivel nacional como músico, y entrar por esa puerta grande ha sido para mí una consagración y respaldo musical a mi carrera, por el gran prestigio de aquella orquesta.
¿Cuánto tiempo estuviste en Irakere?
Alrededor de un año. Chucho estaba experimentando con voces y talentos jóvenes, como para darle otro aire al grupo. En cuarto año de la carrera me llama Isaac Delgado para tocar el bajo con él, con quien estuve durante una década en giras internacionales, y formé parte del Team Cuba. Los bajistas éramos Feliciano Arango y yo.
«En 1997 grabé como bajista un disco con Chucho, titulado Bele bele en La Habana, nominado al Grammy americano. Él quedó muy contento con el trabajo y me ofreció tocar con él. Pero, tenía compromisos con Isaac de ir a España y producir un disco. Nos fuimos en 1998 e hicimos el CD La primera noche, que contenía aquellos temas de La sandunguita, Amigo Juan, Que me disculpen…, que compuse en coautoría con mi padre, como ha sido en la gran mayoría de mi obra ».
¿Qué te motivó quedarte a trabajar en España?
A raíz de esa producción, la discográfica española me ofrece un contrato para grabar mi primer disco en solitario titulado El desafío, que salió en el 2001. Isaac regresó a Cuba y yo me quedé con mi grupo. En España trabajé con Celia Cruz mucho tiempo en producciones, documentales, en las giras que ella hacía en ese país la cubría siempre con mi orquesta. Celia fue la artista más grande, más importante y más internacional que ha dado Cuba.
Y al flamenco, ¿cómo llegas?
A raíz de mi trabajo conozco a los artistas flamencos. Empiezo a mezclarme, fusionarme, a convivir con esa música y cultura que tanto me ha aportado. Conocí a José Suárez (Paquete) e Israel Suárez (Piraña), descendientes de la dinastía de Los Porrinas de Badajoz, una familia muy importante en la historia del flamenco español. También, toqué el bajo con el Niño Josele, uno de los guitarristas más grandes ahora mismo en el género. A través de él me acerqué a grandes como Enrique y Estrella Morente, La Tana, Montse Cortés…
Pero, viniendo de la timba, la salsa y la cubanía, ¿cómo te «embrujó » ese género?
Me dejé llevar por el sentimiento de la música flamenca, esa gran verdad, lo que es decir las cosas con sentimiento y corazón, que de eso se trata la vida y la música, para mí. Entonces, mi nombre comenzó a conocerse y a ser un nuevo referente dentro del flamenco, como bajista. Ahí aparece la oportunidad de tocar con Paco de Lucía, quien me llama para grabar un tema, a través del productor Javier Limón, en el 2003.
«Todo fue rapidísimo, porque de 1998 que me quedo con Isaac hasta el 2002 ya estoy tocando con las figuras más importantes del flamenco en España. Ha sido un privilegio y un sacrificio también, que constituye una muestra de sinceridad y superación con uno mismo. Yo no estaba ahí por mi cara bonita ni porque era cubano ni nada parecido, si no porque venía, gracias a Dios, de una gran formación anterior.
Estabas fogueado…
Sí. Llegué a España joven, pero venía «encendío ». Había salido de mi casa desde los nueve años haciendo música, siempre a un nivel profesional. Y eso fue toda una escuela, un gran entrenamiento, incluso psicológicamente.
¿Cómo fue trabajar con Paco de Lucía? ¿Qué te marcó de él?
Después de la grabación él quedó muy contento con el trabajo. Le gustó mucho mi forma de tocar, y que yo conociera sobre la música cubana fue algo que lo cautivó. Paco era un profundo estudioso de las raíces, el folclor, de la cultura, en general. Un sabio. Empezó a hablar conmigo sobre música cubana y bastó para convidarme a entrar en su grupo en el que estuve diez años.
¿Qué más hiciste en España?
Tras El Desafío continué con mi carrera, y salió el segundo disco En el aire (AYVA Musica), de latin jazz, y luego grabé Apetecible, compuesto de fusión, música cubana, y salido de la mano de la productora televisa Globo Media. Ellos se enamoraron de un bolero titulado, precisamente, Amor de bolero, con letra de mi papá, y me ofrecieron grabar un disco. Al principio querían que fuera solo de boleros, pero me negué. Yo tenía otra dinámica que compartir. Ahí hay un tema junto a Paco de Lucía que le da título al álbum.
Llega luego Hablando con Juana, todo un éxito en Cuba.
Sí. El disco coincidió con la muerte de Paco. Cosas de la vida. Si aún viviera, posiblemente yo estuviera todavía con Paco, para que sepas, porque teníamos un vínculo, una amistad y una cosa única, estrecha. Por cierto, él estuvo viviendo aquí en Cuba los últimos meses antes de su fallecimiento. Entonces, yo grababa Hablando con Juana, él muere y, no significa que se cierre el ciclo del flamenco, pero se me va este hombre que era mi bastón, mi…
Otro padre para ti.
¡Otro padre!, así mismo. Además, Paco sabía…, él me dijo: «Tú terminas cantando ». A él le gustaba mucho, ¡era increíble, Paco! Tenía una sensibilidad para la música, única. En el último disco de él, póstumo, que se llama Canción andaluza, trabajé como arreglista en una copla titulada Señorita, que la cantó Oscar de León. Y tuve la oportunidad de dirigirle la voz en casa de Paco de Lucía. Un regalo de la música y de la vida. Yo siempre fui admirador de Oscar, imagínate, fanático a él, y eso fue un sueño y un compromiso. Pero, cuando las personas confían en uno, primero hay que sentir agradecimiento y seguridad.
A partir de ahí, creíste que era el momento de regresar a Cuba.
Tras la muerte de Paco, me dije: «Este es el momento de regresar a Cuba, además es lo que siento en mi corazón ». También, al ver el panorama de la música popular cubana como estaba no solamente bailable que se había degradado y se había perdido tanto el cuidado y el interés por nuestra música. Lo veía en la televisión y me dije: «Bueno, tenemos que hacer algo por esto ».
«Yo, por lo menos, voy a poner mi granito de arena. Con toda esa experiencia que adquirí en recorridos y absorbiendo de personajes tan grandes que me han confirmado a través de los años cómo debe ser la música, sin miedo, yo regresé para Cuba. Y fue un acierto tremendo porque Hablando con Juana, te digo, fue un tema que estuvo pegadísimo, con premio Lucas en video clip… Cuando tú dejas de ser bajista y músico para convertirte en figura pública, un cantante de pueblo, esa es mi esencia porque yo soy cantante desde chiquito de Manaca Iznaga, bailador y rumbero de toda la vida entonces es como regresar a los orígenes que me dio la música y la vida.
Es como ir cerrando un ciclo.
Sí, sí, se cierra el ciclo volviendo al mismo lugar. Después de Hablando con Juana grabé mi primer disco en Cuba, ADN, con la Egrem, ya ciento por ciento cubano, de doce canciones, que salió hace unos días y ha recibido mucha aceptación. Es el álbum que reafirma y plasma el sello y sonoridad de Alain Pérez, con su música cubana, bailable. Era el disco que quería hacer en este momento en Cuba, sin concesiones, ni miedos ni etiquetas ni nada de eso. No, no, esta es la música que yo hago y la voy a seguir defendiendo. Porque lo poco que tengo se lo debo a eso y a ser sincero conmigo mismo.
¿Qué más harías junto con todos aquellos que, de verdad, defienden la música cubana?
Creo que debemos unir energías, conocimientos, humildad, porque si nos cerramos entre sí, esto se va a debilitar y a disminuir. Nosotros, por suerte, tenemos una historia, un legado y una herencia musical muy grandes. Debemos arraigarnos a ella, abrazarnos todos a esa arquitectura intocable de la música cubana y unir fuerzas.
«Este programa de Sonando en Cuba es un incentivo y agradezco estar aquí con mi hermana Haila María Mompié. Hay que transmitirle a las nueva generaciones ¡caballeros, que se ha distorsionado bastante! el mensaje, la idea, el sentimiento en sí. Entre todos debemos unirnos y dejar a un lado el ego, la avaricia, la arrogancia, porque la música es más grande y mejor que todos nosotros ».