Pintor Leopoldo Romañach Guillén. (Foto: Tomada de Internet).
Luis Machado Ordetx
@MOrdetx
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25 Agosto 2017
25 Agosto 2017
hace 7 años
Misteriosa opacidad tiene el busto del ilustre pintor. Despliega la mirada perdida hacia el litoral de Sierra Morena, su pueblo natal. En el recuerdo, incluso, tal vez tenga atadas las imaginables marinas que, en suerte de recreo, inundó de detalles, corrección y veracidad académica en las vueltas constantes y favoritas por Conuco, Fragoso y Cobos, los cayos de Caibarién.
Clotilde Rodríguez Mesa, otro artista olvidado y su discípulo, dijo en cierta ocasión que el maestro era un hombre inmenso en vocación artesanal. También lo corroboró el paisajista Manolo Guillermo de la Caridad Fernández García, quien siempre habló de Romañach, el maestro, hasta el delirio. Voy rumbo a historias perdidas.
En las frondas de framboyanes, inexistentes antes, aparece el monumento a uno de los insustituibles virtuosos de la pintura cubana. Está en una cuchilla visible en la carretera que conduce a Sagua la Grande y entronca con una calle desprovista de asfalto hacia el barrio del Río, en Sierra Morena. Ahí, en una pendiente, afirman que radica la cuna primaria de la familia antes del traslado por territorios cubanos, y el posterior peregrinar del artista por el extranjero hasta el posterior regreso definitivo al ambiente insular.
Los lugareños, en absoluto, desconocen la génesis del emplazamiento. Tampoco de dónde salió la iniciativa, y quiénes la emprendieron, así como los pormenores efectuados en la localidad para rememorar el centenario del natalicio de Leopoldo Romañach Guillén, el maestro-paisajista. El domingo 7 de octubre de 1962, fecha de esa celebración, ocurrió el suceso. Pregunto y nadie sabe de explicaciones certeras.
Fernández García, años después con el acostumbrado ceceo castizo, narró fragmentos de los hechos. No bastaron los datos que dejó truncos por su repentina muerte. Dijo por entonces en su conversación que anteriormente hizo algunos grabados en madera en los cuales recreó la fisonomía del virtuoso cubano.
Algunas de sus creaciones, cincelados en madera, Fernández García las divulgó en la prensa periódica villareña. Advirtió que, a mediados del siglo pasado existió una pequeña pieza escultórica de Romañach, original del camagí¼eyano Esteban Betancourt Díaz de Rada. Sin embargo, careció de carácter público.
Era necesario enaltecer al «propulsor más eficaz de nuestra evolución artística », según reconoció Jorge Mañach, el sagí¼ero. Nada mejor que un busto, sencillo, modelado a partir de arenisca y apropiado, por el material, a tonalidad del gris para impregnarle luz y sombra en contrastes. Los materiales darían dureza y resistencia a la posible erosión del monolito.
La edición de Vanguardia, perteneciente al sábado 13 de octubre de 1962, indicó en página interior: «Un valor surgido en las entrañas mismas de nuestro pueblo, donde el movimiento cultural encontrará muchos Romañach », y aborda aspectos del descubrimiento de la escultura situada encima de un pedestal. Estoy en camino al contrapunteo de fuentes informativas, imprescindible en el hallazgo de la verdad.
El acto inaugural ocurrió justo en el día del centenario. Fue organizado por los Consejos de Cultura en Las Villas y los municipios de Corralillo y Sagua la Grande, según iniciativa de la Escuela-Taller de Artes Plásticas «Fidelio Ponce de León », situada en la última localidad, refrenda el periódico.
Fernández García era el director de esa institución docente. En la apertura lo acompañaron dirigentes políticos de la provincia y los pedagogos José Ramón (Pepito) Núñez Iglesias y Francisco (Marcet) Rodríguez Marcet, y un nutrido grupo de estudiantes. También asistieron Rosa María Romañach, prima del pintor, y el doctor José H. Guardiola Albert, antiguo alumno de la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, en La Habana.
La nómina, entre otros invitados, la completaron Boabdil Ross Rodríguez, Apolinario Chávez y Dolores González, artistas-profesores de la Escuela de Artes Plásticas «Leopoldo Romañach », en Santa Clara.
Pasó el tiempo y el escampado escenario que antes exhibió la escultura en toda exuberancia, se llenó de gentío y hasta de cierta desatención institucional. En octubre se plasmarán los 55 años de aquella ocurrencia histórica, y el 10 de septiembre será el aniversario 66 de la muerte del ídolo artístico de Sierra Morena. Todavía queda un tiempo para el retoque del monumento y de reposición de las cadenas que tuvo la plataforma en sus inicios. De ser así, ojalá no las hurten inescrupulosas manos.
Quedan algunas dudas. Rodríguez Marcet, desde Cienfuegos, apunta hacia la autoría de la escultura. Fernández García, antes de fallecer, precisó que fue una obra colectiva, y la edición de Vanguardia, medio siglo atrás, testificó en un pie fotográfico lo subrayado por el entonces director de la Escuela-Taller de Artes Plásticas de Sagua la Grande. No existe otra alternativa que sujetarse a esto último.
Tal vez Marcet figuró en la inspiración y el retoque concluyente. Sin embargo, la escultura tuvo en los estudiantes a los insustituibles artífices. Así lo creo, y por fortuna el espíritu de Romañach, con el paso del tiempo, perdura en Sierra Morena, su tronco natal.