Eusebio Leal: «Los honores ni se piden ni se rechazan »

Palabras de agradecimiento de Eusebio Leal Spengler al recibir el tí­tulo de Doctor Honoris Causa en Historia de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas.

Falleció Eusebio Leal Spengler

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Eusebio Leal pronuncia las palabras de agradecimiento por el título de Doctor Honoris Causa en Historia de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas.
Eusebio Leal pronuncia las palabras de agradecimiento por el título de Doctor Honoris Causa en Historia de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas.(Foto: Carolina Vilches Monzón)
Redacción Digital
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31 Julio 2020

El 13 de noviembre de 2012 Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad de La Habana, recibió el tí­tulo de Doctor Honoris Causa en Historia de la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas (UCLV).

Eusebio Leal recibe el tí­tulo de Doctor Honoris Causa en Historia de la Universidad Central  «Marta Abreu » de Las Villas.
Momento del acto solemne de entrega del tí­tulo.

La entrega se realizó como parte de las celebraciones por el aniversario 60 de la casa de altos estudios, fundada el 30 de noviembre de 1952 en la ciudad de Santa Clara, actual capital de a provincia central cubana de Villa Clara.

De la Facultad de Ciencias Sociales de la UCLV habí­a surgido la propuesta, acogida por el claustro y los estudiantes de la universidad, en reconocimiento al aporte del destacado intelectual a la conservación del legado histórico de la Patria.

Fue esta ocasión para destacar la obra de conservación del patrimonio arquitectónico y cultural de La Habana, en un proyecto de alto valor humano que unió a la Oficina del Historiador y los habitantes de la principal urbe de Cuba.

A propósito de la muerte del historiador, este 31 de julio de 2020, Vanguardia reproduce las palabras de agradecimiento pronunciadas ese dí­a solemne, y que se conservan en los archivos del sitio digital http://www.eusebioleal.cu/

«Los honores ni se piden ni se rechazan »

Querido amigo y compañero Primer Secretario;
Magní­fico Rector;
Querida Presidenta del Gobierno;
Querida Vicerrectora;
Decanos;
Miembros de claustros;
Alumnas y alumnos de la Universidad:

Decir que hablar en público es fácil, serí­a mentir. Hay un momento de tribulación muy grande, hasta que uno logra dominar sus propias emociones y logra también establecer, en un tiempo breve, lo que se ha de decir. Hay tres momentos en esas palabras, que han de ser siempre veraces e inspiradas: una motivación, una explicación y necesariamente un resumen que quede en la memoria de todos como el ave que, rauda y veloz, atraviesa el cielo.

Eusebio Leal pronuncia las palabras de agradecimiento por el tí­tulo de Doctor Honoris Causa en Historia de la Universidad Central  «Marta Abreu » de Las Villas.
Eusebio Leal pronuncia las palabras de agradecimiento por el tí­tulo de Doctor Honoris Causa en Historia de la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas.(Foto: Carolina Vilches Monzón)

Cuántas dudas al emprender el viaje: si debí­a asumir las dos personalidades, que se funden en una sola; la primera, el hábito gris que usted ha recordado y que es mi más cómodo atuendo cotidiano fueron años difí­ciles, en los cuales mi madre debí­a prepararme todos los dí­as una camisa, y viví­a además en las obras de construcción, que es un bonito oficio, porque construir es hermoso o la toga que utilizamos en el Colegio Universitario, como justa reivindicación de nuestra tradición y de la dignidad propia de la Universidad.

Me complace que este acto sea presidido por la toga histórica de esta alta casa de estudios. Pero todo ese bello elogio que usted ha pronunciado quisiera, como las flores que me han entregado, declinarlos ante la augusta memoria de la benemérita Marta Abreu, insigne mujer, alma grande y compasiva, que supo además dar lo que casi nadie da nunca, lo que tiene como propio; lo dio con prodigalidad, y lo entregó a la ciudad que amó en formas diversas: un teatro, al que se llamó con el augusto nombre de La Caridad, que solamente ha de ser precedida siempre como concepto por el de la justicia. También creó y se anticipó a su tiempo dando a la mujer y al género el lugar que les correspondí­a en la historia. Fue admiradora fiel de José Martí­, benefactora de la ciudad que le vio nacer, y para ella todo tributo siempre es poco.

Es por eso que venir a la ciudad en este dí­a y al bello campo universitario, es realmente un honor superior y grande para mí­.

En la tumba finamente labrada en el cementerio de Camagí¼ey para los marqueses de Santa Lucí­a, padres del ilustre prócer general y presidente Salvador Cisneros Betancourt, aparece una inscripción que seguramente redactó él mismo:

«Mortal, ningún tí­tulo te asombre
Polvo y solo polvo cualquier hombre ».

¿Qué podrí­a haber hecho? ¿Cómo habrí­a podido concluir? ¿Qué habrí­a podido hacer si una época pródiga no hubiese roto yugos y coyundas, demolido muros y, atravesando una isla por pasos inciertos, puerta a puerta, ventana a ventana, muro a muro, no hubiese caí­do en esta ciudad la joven sangre de El Vaquerito? De no haberse impedido el paso del tren fortificado y blindado, de no haber tomado la loma tutelar, donde la ciudad ve su espejo, de no haberse combatido y triunfado, ¿cómo habrí­a sido posible hacer algo más?

En realidad, los caminos se habí­an tornado difí­ciles, y llegar a un fin como el que la Revolución me dio como oficio y menester, serí­a quizás un camino lleno de espinas, como lo fue para muchos precursores, que apenas pudieron sentar las bases de una obra de esta naturaleza.

Fue la Revolución el gran suceso cultural y social que cambió el tiempo. Y gracias a ese tiempo pudimos nosotros entrar en un perí­odo de agitación, de luchas, de construcciones y de sueños, donde el pueblo también recorrió, por derecho propio, el camino de sus propios extraví­os. Y para encontrar los caminos correctos, para hallar en la noche actual del mundo, y del tiempo que nos tocó vivir tiempo de cambios climáticos, de agonales guerras, de enfrentamientos y deslealtades el culto a la palabra, el honor del compromiso, el concepto de solidaridad y la justa idea expresada por Céspedes en su histórico Manifiesto de que Cuba quiere ser un paí­s libre e independiente, para extender una mano generosa a todos los pueblos del mundo. Ese fue nuestro tiempo.

No digo que no lo merezco porque serí­a falsa humildad, que es generalmente hipocresí­a. Los honores ni se piden ni se rechazan; no se piden porque siempre son inmerecidos; no se rechazan porque siempre serí­a vanidad.

Los tiempos cambian, indudablemente. La Universidad expresa, en el pugilato y la batalla de las ideas, el cambio de los tiempos. La angustia por hallar la perfección, la búsqueda de la verdad, el deseo de ser útiles y la imperiosa premura de satisfacer las necesidades materiales del hombre, se imponen como una urgencia. De ahí­ la importancia de convertir la administración en útil; desechar la burocracia como su perversión; aprovechar la Universidad no como un ámbito para pasar el tiempo o adquirir un punto más en la hoja curricular, sino para que en el campus las alumnas y alumnos debatan y discutan y conviertan la Universidad en el foro donde se estudia la filosofí­a, el pensamiento, el culto de las ideas, la modernidad y la vanguardia del arte, la utilidad de la cultura y de la virtud.

Por esas razones, el gran paladí­n de la Revolución Cubana, en el seno de la más que bicentenaria Universidad de La Habana, expresó en dí­a memorable en el Aula Magna: «En esta Universidad me hice revolucionario ». Quiere decir que allí­, dentro de aquel recinto que como un ágora preside la ciudad, en aquella pequeña Atenas de La Habana que es la Universidad, la primada, la primera, resulta que él y otros debatieron las ideas y alcanzaron vislumbrar el camino que habí­an de escoger.

Hay una regularidad en la historia del proceso polí­tico cubano, y ha sido la participación de la Universidad y de su Federación de Estudiantes, fundada por aquel a quien Pablo Neruda, el insigne poeta del Sur, llamó el discóbolo de la juventud cubana: Julio Antonio Mella. En esa Universidad y en las Universidades se formó una vanguardia selecta y aguerrida, que compartió con la parte más sufrida y dolorosa del pueblo la esperanza por el cambio social y el triunfo de toda la justicia posible.

Es por eso que, cuando llegamos aquí­ a esta ciudad, muchos recuerdos vienen a mi memoria. Primero, las palabras escritas allá en el postigo azul de una de las ventanas de la finca La Matilde, de Simone, donde Ignacio y Amalia pasaron los dí­as hermosos de inolvidables de su encuentro nupcial. Allí­ un poeta mambí­ escribió: «A Las Villas, valientes cubanos ».

Las Villas eran como un objetivo. Era necesario atravesar la frontera natural del Camagí¼ey, ingresar en aquellos territorios donde florecieron un conjunto de villas y donde, según la profecí­a, debí­a darse una épica batalla.

Es necesario recordar que, cuando aquello fue posible, de estas tierras surgieron libertadores y libertadoras, combatientes fieros que, venciendo contradicciones de clase, limitaciones de todo tipo, agonal resistencia del adversario, lograron pasarla como valladar y trascender al Occidente de Cuba.

Fue precisamente ante las llanuras de Aguada de Pasajeros donde el ejército adversario intentó colocar la celada definitiva, que fue vencida por el genio del primero de los generales de la Revolución, el Generalí­simo Máximo Gómez. Y con aquella pléyade supo llegar hasta los confines de Cuba, acompañando al más augusto, al más joven, al más singular de todos los hombres que combatí­an por la libertad, Antonio Maceo, caí­do a los 51 años en campos de La Habana.

En sus palabras de elogio, ustedes recordaban precisamente ese conjunto de emociones, alimento del alma, llama encendida que deben presidir todos los dí­as nuestros actos. Martí­ se preguntaba con angustia: ¿Qué debe ser primero, la industria o la poesí­a? Y respondí­a que la segunda, porque era la que alimentaba a la primera, la que daba fuerzas, la que consolaba en el momento de la desventura, la que alentaba a los corazones en el infortunio, la que nos inspiraba para aspirar a algo más que a cosas materiales. Y es que, necesitando de ellas, la Universidad, corona augusta de la sociedad, necesita formar hombres y mujeres de espí­ritu; personas que, como Marta Abreu, sepan dispendiar la riqueza en beneficio social; que sepan, a pesar de haber nacido como ella en cuna augusta, desprenderse de todo por un ideal supremo, emancipador, justo, redentor, noble, bueno por naturaleza, que debe encarnar el proceso social mismo.

Es por eso que quiero agradecer profundamente por todo lo que aquí­ se ha dicho. Agradecerlo y responder a la segunda duda: venir con mi traje gris serí­a agraviar al claustro y a la Universidad, que se vestí­a de gala para recibirme; venir con la toga del Colegio, llevando la muceta azul oscura de los profesores de las Ciencias Sociales, serí­a quizás despertar en algunos hasta un espí­ritu polémico.

Eusebio Leal pronuncia las palabras de agradecimiento por el tí­tulo de Doctor Honoris Causa en Historia de la Universidad Central  «Marta Abreu » de Las Villas.
(Foto: Carolina Vilches Monzón)

Necesitamos, más que la toga, aunque la llevemos, la sabidurí­a y el conocimiento. Ella, más que exaltar y humillar a los demás, debe ser, como para el juez y para el letrado, el signo de que lleva en sus manos una potestad: la potestad de enseñar, que es también la de aprender.

Quiero hacer mí­as las palabras evocadas sobre el sepulcro de aquel que se desprendió de un tí­tulo magní­fico para convertirse en general de un ejército guerrillero: «Ningún tí­tulo te asombre, polvo y solo polvo cualquier hombre ».

Les agradezco profundamente. Llevaré siempre con orgullo el recuerdo de este claustro, del cual me hablaron por vez primera los que lucharon por constituirlo cuando en Cuba existí­a una sola Universidad: Manuel Rivero de la Calle, ilustre antropólogo fí­sico, maestro, cuyo duelo despedí­, y Antonio Núñez Jiménez, amigo queridí­simo también me correspondió a mí­ decir las palabras de despedida; y uno que, a pocos kilómetros de aquí­, nació en una cuna humilde y que llegó a ser un grande entre los grandes profesores universitarios; uno ilustrado como pocos, un ilustrado a destiempo, un polí­glota, un profesor de Derecho Constitucional, de Derecho Romano, Delio Carreras.

Hace unos dí­as, en el Aula Magna, despedí­amos sus cenizas. Evocábamos su nombre pensando que han de venir dí­as en los cuales surjan personas como él; porque es necesario el conocimiento, necesaria la sabidurí­a, necesario ejercitar el don de lenguas.

Debo decir, además, en cuanto a la referencia a sentimientos í­ntimos y personales que me ligan con la esperanza de la eternidad posible, que la fe no ha de estar nunca reñida ni con la sociedad ni con el ejercicio de la virtud ciudadana; es más, obliga. Esa fe obliga al servicio, obliga a la humildad, a la reflexión; obliga a entregarse en cuerpo y alma, si fuese posible y es siempre, en el fondo de la conciencia, un reclamo profundo. ¿Que fue difí­cil? Siempre lo es ser singular. Pero si hemos luchado mucho por la libertad, debemos luchar por la singularidad. Debemos ser uno, como es el pueblo, que no es más que una suma de individualidades, las cuales forman una unidad donde cada uno respeta la identidad del otro. Este es el acto verdadero de cultura, es el sueño y el ideal que la Universidad y la sociedad tienen como aspiración suprema.

Muchas gracias por permitirme regresar al campo florido. Una vez más, quiero agradecer estar a la sombra de estos árboles donde una vez estuvo el Che, tan recordado en esta provincia, doctor y médico que se entregó a recorrer el continente y a soñar por un ideal que lo ha hecho respetable aun para sus adversarios y enemigos. Agradezco la oportunidad de venir nuevamente a este sitio que guarda tantas memorias, y pensar que al inscribirme en el libro de sus Doctores, la Universidad me ha honrado en demasí­a.

No digo que no lo merezco porque serí­a falsa humildad, que es generalmente hipocresí­a. Los honores ni se piden ni se rechazan; no se piden porque siempre son inmerecidos; no se rechazan porque siempre serí­a vanidad.

¡Muchas gracias!

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