El asesinato del Comandante Ernesto Che Guevara en tierras bolivianas constituyó un duro golpe para la lucha revolucionaria en América Latina. Vanguardia le rinde homenaje en el aniversario 53 de su partida física.
Los miembros de la guerrilla comandada por el Che en Bolivia intentaron llevar la lucha revolucionaria a todo el continente latinoamericano. (Foto: Tomada de internet)
Benito Cuadrado Silva
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08 Octubre 2020
08 Octubre 2020
hace 4 años
Durante los días posteriores a la emboscada del 26 de septiembre de 1967 en la que murieron el cubano Manuel Hernández Osorio (Miguel), y los bolivianos Roberto Peredo Leigue (Coco) y Mario Gutiérrez Ardaya (Julio), el ejército intensificó el asedio contra la pequeña formación guerrillera dirigida por el Comandante Ernesto Che Guevara.
Numerosos efectivos de las fuerzas regulares, de las tropas especiales y agentes de la CIA participaron en las operaciones de búsqueda. El cerco, inexorablemente, se estrechaba cada vez más. Fuentes castrenses, en una información difundida por una emisora chilena y captada por el Che, aseguraban tenerlo acorralado.
El jefe insurgente, desde la oculta posición en la que se mantenía, anotaba el día 28 en su diario:
«Día de angustia, que en algún momento pareció ser el último nuestro… A las 10 pasaron enfrente nuestro 46 soldados con sus mochilas puestas, tardando siglos en alejarse. A las 12 hizo su aparición otro grupo, esta vez de 77 hombres y para colmo se oyó un tiro en ese momento y los soldados tomaron posición; el oficial ordenó bajar a la quebrada, que parecía ser la nuestra, de todas maneras, pero al fin se comunicaron por radio y pareció quedar satisfecho, reiniciando la marcha ».
Pese a las circunstancias adversas, el Che mostraba su serenidad habitual, confiado en las decisiones que estimó más apropiadas. Consideraba que lo más importante en esas condiciones era desplazarse hacia otras regiones de mayores perspectivas, a fin de proseguir la lucha revolucionaria con la probable incorporación de nuevos combatientes a las huestes internacionalistas.
Con esas miras determinó el avance y cubrió con extrema cautela extenuantes jornadas por senderos accidentados, hasta que los 17 hombres acamparon en un paraje inhóspito, de irregular relieve, con predominio de arbustos bajos y suelos pedregosos. Se trataba de la Quebrada del Yuro, a unos seis kilómetros de La Higuera.
En ese entorno de abrupta conformación se desarrolló el 8 de octubre la crucial batalla, para la cual dispuso el Che la defensa en un orden combativo que permitiera abrir una brecha en el cerco tendido por el ejército. El reducido destacamento quedó estructurado en tres grupos para defender las vías de acceso a la Quebrada y el centro de esta, donde permanecería el Comandante con los enfermos y varios combatientes más.
A las 13.30, con el disparo que fulminó a Aniceto Reinaga Gordillo al intentar cruzar el claro para reemplazar en su puesto a Pombo (Harry Villegas) y Urbano (Leonardo Tamayo), se generalizó la refriega. Apenas un puñado de guerrilleros contendría durante horas la arremetida de los adversarios, muy superiores en cantidad de hombres y poder de fuego.
La resistencia devino derroche de coraje, como cuadra a luchadores armados de principios humanistas y elevada moral de pelea. Inti, Darío y Benigno, que ocupaban posiciones en una de las entradas, trataban de hacerse fuertes detrás de un árbol. Desde allí ocasionaron algunas bajas al enemigo. Pombo y Urbano se protegían tras una roca en el otro sector, sobre el cual concentraban el fuego los militares. Una granada lanzada contra ese parapeto levantó una espesa polvareda, que ambos aprovecharon para alcanzar el sitio en que combatía Julio Méndez (í‘ato).
La embestida de los uniformados también se hizo sentir con rigor en el lugar que cubría el Che junto a los enfermos. En medio de la contienda, en gesto que mucho lo enaltece como jefe y ser humano, se ocupó de garantizar la seguridad de estos, para lo cual encargó a Pablito (Francisco Huanca) conducirlos a través de las líneas enemigas hasta llegar a un punto conveniente.
El grupo, formado por el médico cubano Octavio de la Concepción y de la Pedraja (Moro), Luis Galván (Eustaquio) y Jaime Arana (Chapaco), logró en efecto burlar el acoso y alejarse de allí. Sin embargo, unos días más tarde los cuatro cayeron en combate con una patrulla.
En el libro Mi campaña con el Che, Inti Peredo relató: «Anochecía cuando bajamos a juntarnos con Pombo, Urbano y í‘ato, y buscar nuestras mochilas. Ya estábamos actuando en nuestro medio. Preguntamos a Pombo:
¿Y Fernando? (aludía al Che)
Nosotros creíamos que estaba con ustedes, respondió.
Nos dirigimos presurosos al lugar de contacto… No encontramos a nadie, aunque reconocimos huellas de las abarcas del Che, que dejaban una huella bastante diferente a las demás, y por lo mismo eran fácilmente identificables. Pero esas huellas se perdían más adelante.
«Supusimos que el Che y el resto de la gente se habían dirigido hacia el río San Lorenzo, como estaba previsto, con el objetivo de internarse en el monte, lejos del alcance del ejército, hasta llegar a la nueva zona de operaciones ».
En realidad, Inti y sus compañeros ignoraban en ese instante que el Che estuvo guerreando herido en una pierna hasta que el cañón de su fusil M-2 fue destruido por un disparo, inutilizándolo totalmente, e incluso la pistola no tenía magazine.
Estas increíbles circunstancias propiciaron, sin dudas, la captura del insigne guerrillero. Trasladado al poblado de La Higuera permaneció unas 24 horas con vida, hasta que los personeros del Gobierno boliviano y altos jefes militares decidieron fríamente, con la complacencia de Washington, su cobarde ejecución.
En ese postrer momento, su último pensamiento, tal como proclamó en su Carta de despedida, sería para Fidel y para Cuba, que por siempre lo acogió como a uno de sus mejores hijos.