Suite cientí­fica

Mujeres y hombres que no escatiman en tiempo y esfuerzos dedicados a crear conocimientos aplicables a la sociedad merecen todo nuestro respeto y gratitud.

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Mónica Sardiña Molina
Mónica Sardiña Molina
@monicasm97
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18 Enero 2021
(Foto: Tomada de Internet)

Mamá llegó tarde, como en los últimos meses. Mientras se lavaba meticulosamente las manos y se despojaba de la ropa con «olor a calle », un duendecillo le preguntó sonriente: « ¿Qué me trajiste? ». Mamá puso un beso en la mano y lo sopló rumbo a aquellos ojos traviesos.

¿Cómo te portaste?

¡Bien!, como siempre.

Entonces te ganaste la sorpresa de hoy.

Caminó hasta la mesa. Del portafolio sacó un paquete con sus galletas preferidas, e hizo la advertencia de dejarlas para después de comida y cepillarse luego muy bien los dientes. Pero las manitas curiosas se desviaron hacia unos papeles colmados de pequeñas letras, cálculos y tablas, con un membrete azul y rojo inconfundible.

Mamá, ¿esta es la misma Soberana que sale en el televisor?

Sí­, ya hablamos de eso.

Pero no me dijiste que tú eres una de las heroí­nas de las que siempre habla mi maestra.

***

Una maleta rodó por el amplio portal. La cerradura se movió justo cuando el café terminó de colarse a través del filtro. Un esposo cariñoso salió al encuentro de la recién llegada, con una taza en la mano y los labios repletos de besos guardados durante 15 dí­as.

¿Los mosquitos me dejaron algún pedacito? preguntó jocoso.

Todo salió de maravilla. Los pescadores de la zona nos ayudaron muchí­simo. Tomamos todas las muestras e hicimos las mediciones. Solo nos falta elaborar el proyecto para salvar ese pedazo de tierra de las inclemencias del mar.

¿Puedes tomarte al menos unos dí­as de descanso?

Ahora no, mi amor. Precisamente porque hemos descansado mucho tiempo, agonizan ahora los manglares. Esas familias ven cada dí­a más amenazado su pedazo de tierra. No son las primeras y, desgraciadamente, no serán los últimas.

¿Cómo te puedo ayudar?

Con mucha resiliencia.

***

El abuelo llegó puntual a la puerta del cí­rculo infantil. La educadora lo esperaba con un tesoro de la mano y la mirada orgullosa que deja una buena noticia. «Alégrese, Pancho, porque tendrá un cientí­fico en la familia. Hoy hablamos por primera vez sobre oficios y profesiones, y parece que su nieto está muy seguro de su elección ».

Camino a casa el abuelo habló sobre todos los inventos que conocí­a desde la Revolución Industrial, con detalles curiosos de los investigadores que los hicieron posibles. Describió, tal cual imaginaba, los laboratorios donde ocurrieron aquellos hitos, las máquinas inteligibles que solo hombres y mujeres bien «estudiados » podrí­an desentrañar, y presumió la buena nueva frente a los amigos congregados en la esquina.

Entró loco de alegrí­a por la puerta de la cocina y anunció a todos la decisión de hacer una alcancí­a para comprarle a su nieto la primera computadora, o un microscopio.

Pero, papá, ni siquiera ha dicho qué tipo de cientí­fico quiere ser. A ver, mi amor, ¿qué te gustarí­a inventar?

El pequeño miró asustado tantos ojos expectantes y comunicó resuelto su primer proyecto:

Quiero inventar una pastilla para que a mi abuela no se le olvide más mi nombre y deje de escaparse de la casa por las noches.

***

Casi a las tres de la madrugada, su mujer se despertó sola en la cama. Lo encuentra sentado a la mesa del comedor, con la computadora delante y una mano masajeando la cervical que se rehúsa a otro minuto de tensión. Los ojos casi octogenarios devoran ansiosos los documentos, después de un dí­a entero comparando muestras en el microscopio.

Ella prepara un té, le acaricia los hombros y lo regaña por trabajar con tan poca luz, pero él repite la misma excusa: «No querí­a despertarte ». Asegura que ya ultima los detalles de la conferencia que impartirá al dí­a siguiente en la Universidad y promete ir pronto a la cama.

La esposa esconde un beso entre sus canas y regresa sonriente al cuarto. No le reclama, porque nunca desatendió a la familia para dedicarse al trabajo, porque lo vio pelear para que no le engavetaran ningún proyecto, porque se le iluminan los ojos cada vez que un estudiante lo «enamora » con otra tesis, porque todaví­a se pone nervioso para explicar al ministro el impacto de las últimas investigaciones, porque la ciencia es el combustible que lo mantiene vivo y feliz.

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