Estoy harta, sí, harta de escuchar en las calles el micromachismo de siempre, de las frases potentes y ofensivas de los hombres que hacen de la incomodidad de las mujeres su motor impulsor; como si por todas esas vulgaridades fuésemos a caer, mágicamente, rendidas a sus pies.
Estoy harta, de tener que demostrar día a día en esta sociedad de qué somos capaces, de tener que multiplicar por diez todo lo que hacemos para que se note, de soportar que nos llamen «el sexo débil », que nos atribuyan solo las tareas del hogar y que crean que nuestra misión en la vida es tener y criar a nuestros hijos. No, las mujeres podemos ser madres adorables y tener sueños y aspiraciones laborales, y tantas ambiciones que no alcanzaría la vuelta al mundo para definirlas.
Estoy harta de que nos traten como flores delicadas, vulnerables, como si fuésemos a rompernos por cualquier golpecito. ¡Pues no!, y créanme, ni hablo por todas las mujeres ni acuso a todos los hombres, pero lo cierto es que cuando una mujer se propone avanzar, amigos, no existe fuerza en la tierra que sea capaz de detenerla.
Estoy harta de los estereotipos, de que nos asignen el rosa como color identificativo. Mi color no es el rosa, somos más que eso, somos todos los colores que nos propongamos ser.
No somos el sexo débil, ni somos delicadas, algunas incluso tenemos mal carácter y se nos va de vez en cuando alguna que otra palabra que en otros tiempos no se hubiese escuchado nunca de los labios de una señorita.
¡Hace tanto que nuestros límites quedaron atrás!Somos libres, libres para elegir que ropa nos ponemos, a quien amamos, para explotar al máximo nuestras capacidades.
Somos libres para hablar feo y enojarnos, para pegar cuatro gritos, para quejarnos de lo que nos sale mal, para llevar el peso del mundo sobre nuestros hombros y hacerlo ligero. Y lo mejor de todo, somos tan libres que, cada día, decidimos levantarnos, salir a la calle, y devorar con fuerzas todo el universo.
¡Feliz 8 de marzo!