Este 13 de marzo Vanguardia trae el testimonio de un corralillense que estuvo muy cerca de José Antonio Echeverría el día de su muerte, hace 64 años.
Imágenes de los sucesos del 13 de marzo de 1957 en La Habana y de la caída en combate del líder estudiantil José Antonio Echeverría tras la toma de la emisora Radio Reloj. (Foto: Tomada de Internet)
Nicasio Vázquez González, historiador de Corralillo
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13 Marzo 2021
13 Marzo 2021
hace 3 años
Rogelio Vázquez González, cumplirá en mayo 74 años, pero aún no se borran de su memoria los trágicos momentos que vivió el 13 de marzo de marzo de 1957, cuando era apenas un niño.
Poco después de las 3:00 de la tarde, se guareció de aquella balacera junto a su padre, tras las columnas de los grandes portales de la calle San Lázaro. Fue prácticamente testigo del tiroteo que abatió al líder estudiantil José Antonio Echeverría, al costado derecho de la escalinata de la Universidad de la Habana. Sesenta y cuatro años después nos cuenta los detalles.
«Habíamos llegado a la Capital el día 12, con el remitido de un pediatra de nuestro pueblo para un oftalmólogo que tenía su consulta al final de la calle San Lázaro. Nos habíamos alojado en el Hotel San Carlos ubicado en la calle Egido, en la Habana Vieja, donde acostumbraba a hospedarse mi padre, .
«Como el lugar carecía de restaurante propio comíamos en restaurantes cercanos. Tan pronto almorzamos el día 13 al mediodía, salimos a la calle todavía en calma: solo el ir y venir de personas por aquella zona del casco histórico capitalino. Mi padre alquiló un auto para que nos llevara a la calle San Lázaro, donde estaba la consulta de oftalmología privada. Le pidió al chofer del auto que nos esperara y este se ubicó al doblar de la esquina, mientras buscábamos la dirección exacta en aquellos portales.
«De pronto escuchamos un sonido parecido al de un martillo de compresor. Algunas personas se acercaron corriendo y nos gritaron que unas patrullas perseguían a un auto que subía rumbo a la Universidad. Le dispararon con ráfagas de ametralladora al vehículo, mientras otros autos policiales perseguían a civiles por la calle Jovellar. De inmediato nos tiramos al piso, escuchando el chasquido de las balas contra las paredes. Sin saberlo, estábamos a poco más de 100 metros de donde caía heroicamente José Antonio Echeverría, tras su histórica alocución por Radio Reloj, mientras que un grupo de aguerridos combatientes asaltaban el Palacio Presidencial para tratar de ajusticiar al tirano Batista.
«Cuando amainaron los disparos, mi padre vio casi a nuestras espaldas la placa con el pequeño anuncio de la consulta. Se levantó y llamó a la puerta. La enfermera o secretaria del especialista tardó en asomarse con temor a través de los cristales. Mi padre se identificó y le mostró el turno que llevábamos desde Las Villas. Finalmente, la señora entreabrió la puerta y entramos con rapidez.
«Esperamos pacientemente casi una hora, hasta que el médico brincó por el patio hacia la consulta, con un brazalete de combatiente, pues formaba parte del apoyo a la operación. Nos explicó en breves palabras que era imposible atenderme y nos sugirió irnos a nuestra provincia y regresar unos días más tarde.
«Al salir, vimos un nutrido grupo de patrullas frente a la Universidad. Muchos soldados y policías del régimen con sus armas largas buscaban combatientes dispersos en las calles tras las acciones. Afortunadamente, el chofer nos esperaba entre el vehículo y la acera. Serían cerca de las 5:00 p.m. cuando regresamos al hotel de la calle Egido, y aún se escuchaban los disparos cercanos desde los edificios que rodeaban el Palacio Presidencial.
«Tocamos el timbre y no nos abrieron la puerta hasta que mi padre mostró las tarjetas de huéspedes. Algunos trabajadores nos contaron detalles de lo ocurrido en nuestra ausencia y desde la ventana de nuestra habitación, ubicada en el último piso, podíamos divisar todo el panorama.
«El día 14, bien temprano fuimos a la terminal, para viajar en un ómnibus de la Empresa íšnicos de Cárdenas, rumbo a Sagua la Grande. Los representantes de la empresa nos advirtieron que no garantizaban la llegada segura a nuestro destino, porque la Carretera Central estaba prácticamente bloqueada. Efectivamente, el camino estaba constantemente interrumpido por barreras de guardias que registraban el ómnibus y ya habían sido quemados varios vehículos. Cerca de las 5:00 p.m. llegamos a Corralillo, lo que devolvió la calma a nuestros familiares, que nada sabían de nosotros desde nuestra partida. Habíamos sido testigos de una de las epopeyas más gloriosas de la lucha revolucionaria ».