El 19 de mayo de 1895 la vida en el campamento mambí transcurría de manera apacible. José Martí, investido con los grados de mayor general, abrazó al Generalísmo Máximo Gómez, quien había arribado temprano al campamento de Bartolomé Masó en Vuelta Grande y, entre vítores de la entusiasmada tropa, arengó a los soldados con su verbo ardiente:
«La revolución triunfará por la abnegación y el valor de Cuba, por su capacidad de sacrificio y decoro de modo que el sacrificio no parezca inútil, ni el decoro de un solo cubano quede lastimado. La revolución trabaja para la república fraternal del porvenir. Sobre las filas heroicas la bandera de Cuba abatirá al opresor », reseñó Enrique Loynaz del Castillo, testigo del acontecimiento.
Pasado el mediodía, las tropas españolas al mando del teniente coronel Ximénez de Sandoval irrumpen la tranquilidad del día, y de inmediato Gómez apresta a sus hombres al combate. Martí no acepta la sugerencia del veterano mambí de quedarse en el campamento y, revólver en mano, montado en Baconao, el bello corcel blanco regalo del general José Maceo, sale a morir como bueno de cara al sol.
Era la 1:00 de la tarde de aquel aciago domingo. El Apóstol de la independencia de Cuba caía en su primer combate: «Ya nos falta el mejor de los compañeros, y el alma, podemos decir, del levantamiento », escribió apesadumbrado Gómez en su Diario de Campaña.
Siete años después, el 20 de mayo de 1902, nacía la República. La fecha escogida, un día posterior a la muerte de Martí en Dos Ríos, pretendía darle mayor simbolismo al solemne momento.
El Viejo Gómez arrió la bandera norteamericana que ondeaba en el Morro e izó la cubana. Algunos testigos presenciales afirmaron que el patriota dominicano dijo: «Al fin hemos llegado ».
Nada más alejado de la realidad histórica. Entre el 19 de mayo de 1895 y el 20 de mayo de 1902 hay un abismo que sobrepasa los siete años de diferencia.
Con Martí moría la cumbre del pensamiento independentista y antimperialista de los cubanos; el artífice de la unidad nacional que a su muerte se resquebrajaría. El hombre previsor y entusiasta que había sabido aglutinar a los patriotas de la Isla y lanzarlos de nuevo a la manigua redentora.
Esa misma manigua le vería dar su vida por su país, para impedir a tiempo, con la independencia de Cuba que «[…] se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América […] », tal y como le escribiera a Manuel Mercado en la carta inconclusa del 18 de mayo de 1895.
Sin embargo, el 20 de mayo de 1902 lo que nació fue la antítesis de ese ideario martiano. Una caricatura de República, que a decir del historiador Rolando Rodríguez, sería «teleguiada desde Washington y […] lastrada por cadenas coloniales ».
El propio Juan Gualberto Gómez, el amigo de Martí y representante del Partido Revolucionario en la Isla, expondría sus dudas ese propio 20 de mayo de 1902, con una alerta que caería en saco roto: «Más que nunca hay que persistir en la reclamación de nuestra soberanía mutilada; y para alcanzarla, es fuerza adoptar de nuevo en las evoluciones de nuestra vida pública las ideas directoras y los métodos que preconizara Martí, cuando su genio previsor dio forma al sublime pensamiento de la revolución ».
Mientras otro cubano valioso, el general mambí Enrique Collazo, al evaluar la actuación de Tomás Estrada Palma, el hombre que asumiría la primera magistratura de Cuba ese 20 de mayo, escribió:
«En instrucción pública dicen que estamos bien, pero creo que vamos mal; se quiere obligar a ir a los niños a la escuela, pero nadie inquiere si comen (...) el soldado cubano se encuentra enfermo y abandonado. La concentración de Weyler fue horrible (...) la concentración interventora es mucho peor, porque es un lazo hipócrita, pero seguro e implacable; se espera que la miseria nos degrade y que el hambre nos obligue a pedir a gritos al yanqui que nos despoje de la cadena que nos deshonra »
A decir del poeta guantanamero Regino Botti, no había nada que celebrar de ese acontecimiento. Nunca mejor dicho que en sus propias palabras, publicadas en un artículo suyo del 20 de mayo de 1908, cuando cuestionó ese engendro jurídico, atenazado por la Enmienda Platt:
«El amor al terruño, el instinto de conservación colectiva se nos ha ido mientras seguimos tras las ambiciones de unos y las bastardías de otros. Y cuando un pueblo está muerto o está agonizante cuadra hablar mejor de sepelio que de Epopeya, de Mausoleo que de Capitolio, de sudario que de bandera. ¿Por qué pues hablar de efemérides? El 20 de mayo ¿no es un epitafio? ».
A 126 años de la caída en combate de nuestro Héroe Nacional y a 119 del nacimiento de la República neocolonial no podemos olvidar esas lecciones de la historia.