Miedo a salir a la calle. Miedo a enfermar. Miedo al que estornuda. Miedo a contagiar a otros. El miedo se ha convertido en una constante en la vida de muchos después de la llegada del SARS-CoV-2. Algunos, hasta prefieren apagar el televisor, huir de las estadísticas, evadir el problema.
Las huellas emocionales de esta pandemia no se contabilizan en los partes diarios, pero están ahí, como una secuela silenciosa que sufre la humanidad.
Sobre el tema, el doctor en Ciencias Psicológicas y profesor titular de la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas (UCLV), Yunier Broche Pérez, ofrece interesantes consideraciones a Vanguardia que, además, nos pueden ayudar a entender el fenómeno.
Según explica, el miedo constituye una reacción emocional displacentera la inmensa mayoría de las ocasiones que aparece como resultado de nuestra percepción de estar en peligro inminente.
«No es exclusivo del ser humano. Podemos encontrar reacciones de este tipo en casi todos los seres vivos, lo cual nos habla de su importancia para la preservación de la vida. Está en nuestros genes sentirlo. Sin embargo, en el ser humano el temor tiene una connotación cultural.
«Muchas personas e, incluso, algunos especialistas, lo confunden con la ansiedad. Mientras el miedo es una reacción inmediata, no razonada, que nos hace experimentar un riesgo inminente, la ansiedad se describe en la literatura especializada como un presentimiento que anticipa un resultado negativo, implica mucho más una elaboración mental de la amenaza.
¿Qué efectos para la salud emocional pueden provocar los miedos?
Cualquier ser humano que mantenga un elevado nivel de alerta durante mucho tiempo a causa de un estímulo amenazante tiene dos alternativas. Una de ellas es acostumbrarse y dejar de sentir temor, lo cual ocurre gracias a un mecanismo de aprendizaje que denominamos «habituación ». De esta forma, podemos sentir miedo porque a nuestras espaldas una puerta se cierra de forma brusca; pero luego de que suceda varias veces ya no provocará en nosotros mucho más que una desagradable sensación acústica. En este sentido hemos «aprendido » que el ruido no nos pone en peligro.
Pero, ¿si en lugar de una puerta se trata de un virus como el SARSCoV-2?
Ocurre lo mismo. Luego de un tiempo, la respuesta de alerta disminuirá, pero no porque el virus sea menos peligroso. Nuestro organismo no puede mantener un nivel de alerta tan elevado durante tanto tiempo y por eso es importante «actualizar » la sensación de amenaza para que incrementemos nuestra percepción de riesgo.
«En ocasiones, esa necesaria actualización ocurre porque en nuestro entorno cercano alguien enferma o enfermamos nosotros o porque un conocido muere. También, aumentamos la alerta gracias a un spot en la televisión o un mensaje radial. No podemos olvidar que conocer el riesgo no implica actuar en consecuencia. Somos una especie con un balance muy complejo entre los aspectos racionales de su conducta y los emocionales.
«Por otra parte, existen personas en las que los niveles de alerta no disminuyen, sino que aumentan y se mantienen durante mucho tiempo. En estos individuos, el miedo se puede transformar en trastornos de ansiedad, de estrés postraumático o depresivo, por mencionar algunos desórdenes. Esto se manifiesta en escenarios donde se combinan varios factores y no es un elemento que podamos explicar o comprender aludiendo a una causa única ».
¿En la UCLV ya se han desarrollado estudios sobre cómo hemos reaccionado ante la COVID-19?
Durante los últimos meses nuestro grupo de investigación se ha dedicado a comprender las reacciones de miedo a la COVID-19 en la población cubana y cuáles podrían ser los factores de riesgo para que una persona que mantiene elevados niveles de temor causado por la actual situación epidemiológica esté en mayor riesgo de padecer un trastorno mental. Fuimos los primeros en la región iberoamericana en reportar que el sexo femenino constituye un factor de riesgo para desarrollar niveles moderados y elevados de miedo al virus y, como consecuencia, su salud mental podría verse más comprometida. Este no fue un resultado aislado, como parte de otro estudio en el que también participamos, exploramos más de 15 000 personas en 11 países (Bangladesh, Reino Unido, Brasil, Taiwán, Italia, Nueva Zelanda, Irán, Pakistán, Japón, Francia y Cuba) y las conclusiones fueron similares: en todas estas naciones ser mujer constituía un factor de riesgo para experimentar niveles más altos de miedo a la COVID-19.
¿Por qué ocurre esto?
Por muchas razones; algunas de ellas biológicas y otras socioculturales. Por ejemplo, las mujeres desarrollan con mayor frecuencia trastornos mentales en respuesta a situaciones que implican hiperactivación neural (hiperarousal) y también tienen una extinción del miedo más lenta. Pero las mujeres, en nuestra cultura, asumen el cuidado de enfermos, adultos mayores y niños.
«También hemos comprobado la existencia de otros factores. Por ejemplo, durante la primera etapa evidenciamos que los jóvenes menores de 45 años presentaban una repuesta mayor de miedo que las personas de más de 65 años. Durante la segunda ola de la pandemia, un elemento importante fue la ansiedad relacionada con la COVID-19, la preocupación por el rebrote y, además, el estado de salud autopercibido. La lección que sacamos de estos resultados es que nuestras reacciones de temor también están contextualizadas y responden a ciertas circunstancias.
«Sobre esto último queremos llamar la atención. Con el aumento del número de personas vacunadas y los vaticinios de una vacunación masiva inminente, el miedo podría decrecer y con él la percepción de riesgo. Por tal motivo, en un futuro cercano es posible que afrontemos un aumento drástico en el número de contagios, lo cual no tiene por qué relacionarse, necesariamente, con la agresividad de una variante determinada, sino con el comportamiento negligente de los que ven la solución definitiva a la vuelta de la esquina, y por exceso de confianza en quienes ya se vacunaron ».
¿Tenemos que asumir los miedos siempre desde una connotación negativa?
No. Existen por su utilidad, porque sin ellos la vida está en juego. Por ejemplo, durante la actual pandemia se han realizado varias investigaciones que han demostrado cuán beneficioso es experimentar niveles moderados de temor.
« ¿Ejemplos? Muchísimos. Las personas son más cuidadosas a la hora de mantener el distanciamiento físico, se lavan con más frecuencia las manos, tienden a utilizar geles antibacteriales como parte de su indumentaria cotidiana, emplean con más frecuencia dos máscaras, y las utilizan bien, visitan con menos asiduidad a otras personas. Si integra el personal de salud en zona roja, cumple con más rigor los protocolos ».
Los miedos y la COVID-19, ¿cuáles son las reacciones más frecuentes?
Cuando los niveles son moderados o elevados pueden impactar de varias formas sobre nuestra salud mental. Hasta el momento se han descrito, asociados al temor, un incremento del estrés, los niveles de ansiedad, la presencia de síntomas depresivos, insomnio, trastornos de la sexualidad y también mayores episodios de ira y violencia. Debemos estar preparados para atender un aumento de enfermedades cardiovasculares y sus consecuencias, y dificultades de salud mental, en todas las edades.
¿Existen mecanismos para superarlos?
Existen. Hay alternativas de intervención. Algunas de ellas emplean fármacos; otras, recursos psicoterapéuticos, y también hay algunas que resultan de la combinación de ambas. Cada caso debe valorarse de manera individual y, para suerte nuestra, contamos con una red de servicios de salud mental excelente.
«Quizás, el mayor reto que vamos a enfrentar no será si contamos o no con los recursos para brindar ayuda, sino la lucha contra el estigma que representa asistir a un servicio de salud mental. Cuando duele el riñón, el corazón o la cabeza, nadie siente vergí¼enza por buscar ayuda. Cuando duele el alma, primero queremos poner de nuestra parte; luego, cuando no funciona, escuchamos a otros decirnos que pongamos de nuestra parte y cuando el problema es demasiado serio, entonces nos debatimos entre buscar o no ayuda profesional. Nuestro bienestar emocional y cognitivo es también parte de nuestra salud y necesita ser cuidado de forma responsable y oportuna ».
Una vez que pase la pandemia, ¿cómo podremos desacostumbrarnos al temor?
La mayoría lo haremos sin problema y con el paso del tiempo; somos una especie resiliente. Otros, necesitaremos ayuda y la encontraremos, si la buscamos.
«Ahora mismo, yo me lo planteo de la siguiente forma: hoy necesito temer lo suficiente para mañana contar que me salvó el miedo ».